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La Utopía como estado natural de la mente inquieta

Corría el año 1962…

De repente todo aparece en nuestras mentes envuelto por el ruido blanco de un viejo tocadiscos. Los párpados se nos inundan de tonos sepia mientras procesionan fotos de famosas de Hollywood en incansables anuncios publicitarios. Era la época del “Establishment”, de las tartas de manzana enfriándose en el alféizar de las ventanas de casas a las afueras, de los roles de género marcados, de la Guerra, del fingido sueño americano.

Estamos saturados de ese tipo de imágenes. Nuestros ojos las han consumido hasta la saciedad, creando incluso un poso residual en las esquinas de estos paisajes imaginarios. Porque, ¿no es de esperar que de algo que produce tanto, sobren y se desperdicien cosas? ¿No es normal que la gran máquina ampare en su alargada sombra toda clase de deshechos? Si miramos bien en las bulliciosas calles del gran arquetipo de la sociedad norteamericana de los años 60, encontraremos pequeñas hormiguitas laboriosas, que tras la sonrisa lobuna del rufián carroñero se burlan, como el joker de la baraja, de todo el sistema. Y es que propusieron la risa ante la aniquilación.

Arte y arquitectura: La densidad del aire / Fred Sandback

Trasteando entre la colección de conferencias de Juhani Pallasmaa en youtube me topé con una especialmente interesante (y que sin dudarlo os recomiendo): The complexity of simplicity. Ha sido gracias a esta conferencia que he conocido a uno de los artistas que más me han sugerido.

Las obras de Fred Sandback se se sitúan a caballo entre el minimalismo y el arte conceptual, como las creaciones de muchos de sus coetáneos. Sin embargo, las instalaciones de este artista tienen un componente perceptivo que, sobre todo a los arquitectos, no nos deja indiferentes.

Valiéndose de lanas de colores oscuros, y haciendo pequeños orificios en las paredes, Sandback reproducía figuras geométricas sencillas a gran escala cuyo impacto visual es evidente, no tanto por el tamaño como por la ambigüedad que suscitan. Hacemos aquí un pequeño inciso sobre el término ambigüedad, referido  no a la posibilidad excluyente de ser lo uno o lo otro, si no a la posibilidad incluyente de ser lo uno y lo otro.

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Fred Sandback: http://fredsandbackarchive.org

Arquitectura sanadora / El Jardín-hospital que ayuda a curar a los pacientes

En muchas ocasiones me he preguntado sobre la relación entre la arquitectura y el comportamiento de sus usuarios, y si existe alguna relación directa entre la morfología del espacio y cómo nos desenvolvemos en el entorno que ésta propone.

Durante la carrera, pocas fueron las veces que salieron temas relacionados con esto que hoy llaman «neuro-arquitectura», y no ha sido hasta ahora, embarcada en el apasionante mundo de la investigación, cuando he podido ahondar en tan maravilloso campo.

Hace unos meses comencé a leer sobre el Prouty Garden del Hospital Infantil de Boston, un sitio del que científicos de distintas disciplinas afirman que ayuda a curar a los peques que lo visitan: un claro ejemplo de este vínculo entre neurociencia y arquitectura (del paisaje en este caso).

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La madera optaba por estremecerse con cada pisada de mis zapatillas, ya gastadas de trenes, barcos y muchas idas y vueltas por aquella tierra. Mientras tanto, mis ojos llenos del rojo y el verde de aquel lugar, se bebían la imagen paralela de aquel universo que reflejaba la superficie turbia del agua. Sobre aquella orilla del fin del mundo, los listones flotaban sobre el agua, cubiertos por dos aleros que iban a apoyar a ese otro mundo de reflejos.

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Las piedras de Ryoan-Ji

Gasto mi tiempo en recordar  su vulgaridad, su insultante simplicidad, y la forma de organizar el mundo desde su estática y su firme convicción de revolución verde y callada. Ese desprecio altivo y pétreo de quien controla la inmensidad y sobre todo del que sabe que está en su lugar en el mundo. También me acuerdo de cómo aquel día llegué allí, con Gian, desde Ninna-Ji y de cómo no escribí nada más hasta el día siguiente, porque sencillamente, no podía verbalizar lo que encontré.

Sé que aquel día me preocupé, no sólo porque amenazaba lluvia, como todos los días de aquel viaje. Sé que los yenes tintineaban al caer de mi mano al plato, como lo hacían todas las monedas del mundo desde las manos de millones de personas, una música sin dimensión, con su propia medida y su propia cadencia. Ése también era el sonido metálico que hacían los dragones, como aquella reverberación que oí al compás de unas maderas en Kamakura, pero en Ryoan-ji, como en muchos sitios de Kyoto, la lúbrica idiosincrasia del dinero no tenía cabida más allá del ticket de entrada.

¡Este sitio agobia! / Arquitectura y Neurociencia

¿Alguna vez has cenado en un restaurante en el que tienes que hablar a gritos para que la persona que está sentada a menos de un metro de ti te pase la ensalada?

Son muchas las veces que, en espacios públicos, habitualmente cerrados, tenemos que modificar nuestro comportamiento habitual por las condiciones espaciales. Si en el proceso del diseño del restaurante se tuviesen en cuenta las cualidades acústicas del espacio, por ejemplo, colocando algún material absorbente en el techo (como una tela o material poroso, a poder ser, perforado) no haría falta elevar el volumen de la voz para dirigirse a los comensales que nos acompañen.

Una explicación más sólida del suceso del restaurante, comienza por comprender que la respuesta que los humanos mostramos hacia la arquitectura se asienta generalmente sobre emociones a priori subjetivas como “Me gusta este espacio porque es muy amplio”, o “No me gusta esta oficina porque no tiene luz natural”. Pero detrás de estas respuestas emocionales hay una base científica que las explica. Varios equipos de neurocientíficos han demostrado que en el momento en el que nos adentramos en un espacio se desencadenan una serie de actividades en nuestro cerebro que afectan a nuestras emociones, nuestra salud e incluso al desarrollo de nuestra memoria.