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Cine / Futuro presente

No pienses. Pensar es el enemigo de la creatividad. El estar consciente y cualquier cosa con consciencia es pésima. No pueden intentar hacer cosas. Simplemente “debes” hacerlas.

Ray Bradbury

Todos pelados, rapados y/o unificados en un mismo look como reos en penitenciaría para evitar el destaque o identificación de algún recluso, porque acá somos todos iguales. Monocromáticos y homogéneos, llevan una especie de mameluco de compañía de limpieza pública, o un extravagante servicio de catering para fiestas. Ya lo destapaba Fritz Lang en Metropolis (1927), donde todos caminábamos al unísono, paso a paso y con el mismo gesto: el de la nada.

Son sólo imágenes. ¿Son sólo imágenes? Las que recibimos durante toda la vida, que indican desde siempre cómo deben ser las cosas. Los medios determinan los caminos a seguir, “ilustrándonos” qué está bien y qué está mal, cooperando a consolidar ese imaginario colectivo que no le es ajeno a nadie. El cine, por su parte, ha contribuido con numerosos casos que intentan diagramar nuestra forma de pensar: generación de ideologías, tendencias y principios. Un machaque incesante y adoctrinador.

La Utopía como estado natural de la mente inquieta

Corría el año 1962…

De repente todo aparece en nuestras mentes envuelto por el ruido blanco de un viejo tocadiscos. Los párpados se nos inundan de tonos sepia mientras procesionan fotos de famosas de Hollywood en incansables anuncios publicitarios. Era la época del “Establishment”, de las tartas de manzana enfriándose en el alféizar de las ventanas de casas a las afueras, de los roles de género marcados, de la Guerra, del fingido sueño americano.

Estamos saturados de ese tipo de imágenes. Nuestros ojos las han consumido hasta la saciedad, creando incluso un poso residual en las esquinas de estos paisajes imaginarios. Porque, ¿no es de esperar que de algo que produce tanto, sobren y se desperdicien cosas? ¿No es normal que la gran máquina ampare en su alargada sombra toda clase de deshechos? Si miramos bien en las bulliciosas calles del gran arquetipo de la sociedad norteamericana de los años 60, encontraremos pequeñas hormiguitas laboriosas, que tras la sonrisa lobuna del rufián carroñero se burlan, como el joker de la baraja, de todo el sistema. Y es que propusieron la risa ante la aniquilación.

Cine / Michael Mann y la arquitectura como herramienta narrativa

Por Pepe Soriano:

Los años ochenta fueron una década de excesos en el cine durante los cuales el apartado visual fue la niña de los ojos de la industria, eclipsando al resto del producto final, en lugar de potenciarlo. Sin embargo, un director supo manejar de forma sobria los clichés visuales del momento, como los montajes musicales o los filtros saturados, para usarlos como lienzo sobre los que escribir una historia: Michael Mann.

[Fotograma de “Ladrón” (1981)]

Arte y arquitectura: La densidad del aire / Fred Sandback

Trasteando entre la colección de conferencias de Juhani Pallasmaa en youtube me topé con una especialmente interesante (y que sin dudarlo os recomiendo): The complexity of simplicity. Ha sido gracias a esta conferencia que he conocido a uno de los artistas que más me han sugerido.

Las obras de Fred Sandback se se sitúan a caballo entre el minimalismo y el arte conceptual, como las creaciones de muchos de sus coetáneos. Sin embargo, las instalaciones de este artista tienen un componente perceptivo que, sobre todo a los arquitectos, no nos deja indiferentes.

Valiéndose de lanas de colores oscuros, y haciendo pequeños orificios en las paredes, Sandback reproducía figuras geométricas sencillas a gran escala cuyo impacto visual es evidente, no tanto por el tamaño como por la ambigüedad que suscitan. Hacemos aquí un pequeño inciso sobre el término ambigüedad, referido  no a la posibilidad excluyente de ser lo uno o lo otro, si no a la posibilidad incluyente de ser lo uno y lo otro.

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Fred Sandback: http://fredsandbackarchive.org

Estética y Cordón Bleu

Uno de los platos que más me gusta de nuestra cocina es el Cordón Bleu. No es un plato que esté especialmente bueno, no tiene un sabor fascinante, ni presenta un aspecto delicioso que haga salivar con solo verlo. ¿Qué será lo que tiene el plato?

Lo auténtico es su etimología. Prueba a pronunciarlo: Cordón Bleu. Un nombre sonoramente distinguido, que parece obligatorio mencionar con bigote, bombín y chaqué. Su nomenclatura francófona evoca el lujo de las históricas escuelas de hostelería, el burbujeo del champán y la textura del tafetán.  Toda una ensoñación que inevitablemente se derrumba al recibir en el plato un san Jacobo normal y corriente, acompañado (y con suerte) de alguna  guarnición de su misma categoría social.

Esta forma de mentar esta comida es un «quiero y no puedo», una actitud excesivamente optimista de enaltecimiento de lo pobre en un intento desesperado por situarse en un estatus gastronómico que no le corresponde. Podría decirse que llamar Cordón Bleu a un San Jacobo lo convierte instantáneamente en la perfecta definición de la palabra hortera.

Pero si nos remontamos a los orígenes de su popularización, «Cordón Bleu» es solamente uno de los vestigios de una época donde lo hortera estaba allá donde alcanzara la vista: en el cine, la moda, el mobiliario, la comunicación o las tipografías. ¡Prácticamente existir era una horterada! Durante una etapa que podría fecharse entre los años setenta y principio de los ochenta aproximadamente, una estética psicodélica y muy difícil de acotar por su heterogeneidad se impuso en muchos campos. Todo aquello que no alcanzaba la categoría de «posmoderno», bien por falta de discurso, o de entidad, quedó relegado a un deshonroso accésit en degradación continua e inevitable.

Hagamos memoria. Todos hemos conocido un «Modas Barcelona» repleto de ropa interior beige y maniquíes figurativos o un «Bar Riviera» con unos neones color flúor (de palmeras y/o flamencos), casi siempre en mal estado, además de una infinidad de locales humildes con acrónimos difíciles al paladar. Pese a que ocupaban un modesto lugar en nuestras ciudades, eran difíciles de reconocer en un movimiento estético uniforme. Personalmente, no hubiera podido nombrarlo de no ser por este artículo de Alejandro Panés para Yorokobu, con una más que recomendable conferencia de Santiago Lorenzo en La Casa Encendida. Es este guionista, escritor, productor y creador en general quien le pone nombre: El Luxe

C Garnatatype3© www.garnatatype.com

Espacios arquitectónicos en el cine / ¿Cómo y por qué se eligen?

Big Ben

Big Ben

La Torre Eiffel, La Gran Muralla, El Taj Mahal, La Estatua de la Libertad, el Cristo Redentor, El Big Ben, El Macchu Picchu, La Torre de Pisa y el Burj Al Arab. Todas éstas son construcciones de alto nivel icónico que nos depositan instantáneamente en su país de implantación. También están aquellas que nos adentran aún más geográficamente: la Casa Milà, la Biblioteca Central de Seattle, los museos Guggenheim, el Centro Pompidou, el Caixaforum, el Congreso Nacional Brasileño y el Ayuntamiento de Saynatsalo por nombrar algunos. Mientras uno se transforma en arquitecto incrementa sensiblemente la capacidad para ubicarse en tiempo y espacio mediante la imagen de urbanizaciones o de arquitecturas.

¿Qué sucede en el plano cinematográfico? ¿Qué sensaciones causa poder reconocer obras arquitectónicas y urbanizaciones dentro de una película? El espectador se enfrenta al filme y mientras congenia con la trama, se aclimata con las locaciones seleccionadas para filmar. Es aquí que surgen dos realidades: Por un lado, la del arquitecto, apto para identificar ciertos edificios. Por otro lado el “no-arquitecto”, que probablemente desconozca una obra de renombre empleada como escenografía, así como, en consecuencia, su ubicación.

Dadas estas dos realidades, ¿Qué elementos juegan para la industria cinematográfica en el momento de escoger una obra de arquitectura para convertirla en locación?

Arte y arquitectura: Magia / Entrevista a Carlos Gutiérrez

¿Cómo se construye una ilusión? ¿Qué escenarios albergan la magia?

Las artes escénicas son una representación concebida para un espacio muy limitado, el escenario, que sin embargo puede construir mundos enteros. Teatro, danza, música, muestran en esos pocos metros volcados a las butacas, al campo o los graderíos, aquellas historias que quieren contar, sentimientos que transmitir, vidas y lugares que dar a conocer.

Pero quizás, de entre todas esas artes, hay una particularmente especial en su escenificación: la magia, donde lo que se muestra no es, y lo que es, no se muestra. Con delicadeza, ciencia, creatividad e ingenio, los ilusionistas son capaces de construir entre la escena y el backstage todo un mundo de fantasía en nuestra mente, atareada buscando respuestas, a pesar de la sencillez de los artefactos que aparecen ante nuestros ojos.

Hablamos con Carlos Gutiérrez, arquitecto y mago, recién llegado tras la gira que acaba de realizar por Oriente Medio y Australia.

Arte y arquitectura: Videojuegos / Entrevista a Eduardo Cueto

¿Cómo trabaja un diseñador de videojuegos? ¿Cuáles son sus influencias? ¿Son diseñadores puros?, ¿constructores cuyo material son extrañas fórmulas?, ¿freaks endogámicos o misceláneas pluriformadas? ¿Construyen mundos virtuales o tableros de juego? ¿Son guionistas, fotógrafos, máquinas de imaginar? ¿Son artistas, arquitectos, historiadores? ¿Son todo lo anterior y ninguna de esas cosas?

Hoy entrevistamos a Eduardo Cueto, amigo de la infancia, compañero de clase desde los tres años que dibujaba peleas de barcos pirata mientras hacía el ruido de los cañonazos con la boca, mientras borraba a las víctimas erguidas y las dibujaba tumbadas. Sus dibujos eran un papel lleno de borrones y nuevos trazos superpuestos que narraban una escena completa. Su papel tenía tres dimensiones, pero no las habituales. Tenía las dos de ‘x’ e ‘y’ del plano, y el factor tiempo. Teníamos cuatro años, estábamos en el colegio; lo observé un minuto mientras escenificaba su historia pasando desapercibido para el resto de la clase. La imagen se grabó en mi mente, y nunca se borró.

Eduardo Cueto es hoy diseñador de videojuegos y, como él dice,  filólogo e historiador truncado, amante de lo indie y ligado a la arquitectura por la búsqueda de la integración de ésta en el mundo digital como una parte más de una gran historia. Os dejamos un cachito de su vida, en forma de conversación, en esta entrevista:

No es casualidad [Conversaciones de sobremesa]

Sentados a la mesa, con amigos, las conversaciones más inverosímiles toman el protagonismo, llegando a convertirse en un intercambio de ideas, de datos, de experiencias.  Es precisamente en este intercambio cuando se cruzan algunas ideas que parecen alejadas entre sí, casualidades que quizás en realidad no lo son. A mediados de los cincuenta Carl Gustav Jung desarrolló la teoría de la sincronicidad según la cual dos acontecimientos aparentemente distantes se vinculan a través de un modo que tiene sentido para la persona que lo observa, aunque ésta no lo puede explicar[1](Jung, 1952).  Éste es un texto sobre dos historias de aparente sincronicidad.

Cine / Arquitectura del mañana, hoy

“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido, para los valientes, la oportunidad”. 

Victor Hugo

Inundaciones, incendios, máquinas, robots, terremotos, volcanes, día del juicio final… ¿Qué camino habrá de tomar y hacia dónde irá a parar La Tierra que tan insulsamente habitamos desde tiempos inmemoriales? ¿Nos veremos obligados a vivir en una devastada y deshabitada Tierra o directamente tendremos que abandonarla?¿Qué hay de la posibilidad de vivir en el espacio? ¿Qué relevancia seguirán adquiriendo las máquinas en nuestras vidas?

Una vez más, al cine (como en tantas otras temáticas) esta cuestión no le es ajena. Por el contrario, adapta visiones y proyecta las suyas propias, en las que lo único que se sabe con certeza del futuro, es que es incierto.