Uno de los platos que más me gusta de nuestra cocina es el Cordón Bleu. No es un plato que esté especialmente bueno, no tiene un sabor fascinante, ni presenta un aspecto delicioso que haga salivar con solo verlo. ¿Qué será lo que tiene el plato?
Lo auténtico es su etimología. Prueba a pronunciarlo: Cordón Bleu. Un nombre sonoramente distinguido, que parece obligatorio mencionar con bigote, bombín y chaqué. Su nomenclatura francófona evoca el lujo de las históricas escuelas de hostelería, el burbujeo del champán y la textura del tafetán. Toda una ensoñación que inevitablemente se derrumba al recibir en el plato un san Jacobo normal y corriente, acompañado (y con suerte) de alguna guarnición de su misma categoría social.
Esta forma de mentar esta comida es un «quiero y no puedo», una actitud excesivamente optimista de enaltecimiento de lo pobre en un intento desesperado por situarse en un estatus gastronómico que no le corresponde. Podría decirse que llamar Cordón Bleu a un San Jacobo lo convierte instantáneamente en la perfecta definición de la palabra hortera.
Pero si nos remontamos a los orígenes de su popularización, «Cordón Bleu» es solamente uno de los vestigios de una época donde lo hortera estaba allá donde alcanzara la vista: en el cine, la moda, el mobiliario, la comunicación o las tipografías. ¡Prácticamente existir era una horterada! Durante una etapa que podría fecharse entre los años setenta y principio de los ochenta aproximadamente, una estética psicodélica y muy difícil de acotar por su heterogeneidad se impuso en muchos campos. Todo aquello que no alcanzaba la categoría de «posmoderno», bien por falta de discurso, o de entidad, quedó relegado a un deshonroso accésit en degradación continua e inevitable.
Hagamos memoria. Todos hemos conocido un «Modas Barcelona» repleto de ropa interior beige y maniquíes figurativos o un «Bar Riviera» con unos neones color flúor (de palmeras y/o flamencos), casi siempre en mal estado, además de una infinidad de locales humildes con acrónimos difíciles al paladar. Pese a que ocupaban un modesto lugar en nuestras ciudades, eran difíciles de reconocer en un movimiento estético uniforme. Personalmente, no hubiera podido nombrarlo de no ser por este artículo de Alejandro Panés para Yorokobu, con una más que recomendable conferencia de Santiago Lorenzo en La Casa Encendida. Es este guionista, escritor, productor y creador en general quien le pone nombre: El Luxe
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