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Y comprarse un edificio en Nueva York

No lo es, no es fácil apenas intentar crear algo hoy en día. Comenzar una actividad creativa obliga  a hacer adulteces (1) como decía Mafalda, llegando a olvidar a veces la esencia de qué hacer y por qué hacer. Tomando perspectiva y olvidando por un momento las adulteces a las que todos tenemos que responder, la idea de realizar un trabajo creativo es una iniciativa que muchas veces se ve truncada por la ausencia de medios, de un espacio, o de un canal de difusión. En el mundo actual, mediatizado y competitivo, apenas se distingue una buena idea de una que hace mucho ruido. Nuestro hábitat, nuestro tejido urbano, nuestra ciudad, es ese mundo en que las ideas surgen como pequeñas chispas.

La ciudad, sin embargo, es un tejido difuso. En los muchos intentos por analizarla, sistematizarla y descomponerla, las interacciones que se producen entre los diferentes parámetros de análisis recrean tantas relaciones y enlaces que no es posible tener un modelo limpio y aislado. Es una constelación tintineante y multicolor en la que pueden apreciarse dinámicas que ni siquiera son constantes en el tiempo.  Contemplando esta abstracción de ciudad, quizás es más bonito ver las luces, pero hay zonas apagadas, oscuras, que no siempre lo fueron.  Como escribía Rafael Alberti: “Dio su revés la luz. Y nació el negro” (2).

George Maciunas en 1968, dibujo © Nuria Prieto, 2015.
George Maciunas en 1968, dibujo © Nuria Prieto, 2015.

La suma de iniciativas creativas individuales, como pequeñas luces superpuestas a esos territorios oscuros de la ciudad, permiten reactivar áreas.: Un proceso de gentrificación a través de la cultura y la creatividad. El proceso artístico a través del cual se llega a poner en valor un área de la ciudad es en sí una intervención artística, destinada a provocar, agitar, revolucionar. Sin embargo, no es un acto contemporáneo, o una nueva tendencia que plantee un modelo innovador. Hubo un momento en que los artistas compraban edificios en Nueva York.

En la década de los sesenta y setenta, la crítica al mundo del arte tradicional o cultura seria comenzaba a hacerse patente a través de la percepción de los mecanismos de control de éstas: “Me disgusta su corrupción y comercialización, y estoy de acuerdo en que ciertos tipos de arte, música y literatura han adquirido formas completamente equivocadas de prestigio, hasta tal punto que mucha gente se ha visto intimidada y forzada para que intentara tener éxito en el arte” (3). Así destacan varias intervenciones artísticas que son en sí desafíos revolucionarios al mundo del arte, estrategias al margen de los cauces comunes alejadas de un capitalismo mercantilista que contagiaba demasiado a la cultura.

Una de las más interesantes es la llevada a cabo por George Maciunas, integrando del colectivo artístico Fluxus. En el año 1967, Maciunas, arquitecto de profesión compra varios edificios en el SoHo neoyorquino con la intención de rehabilitarlos y convertirlos en residencias para artistas. Así, en ese mismo año, el nº80 de Wooster Street se convierte en un lugar en el cual los artistas pueden vivir, desarrollar su obra, y por el hecho de concentrarse en comunidad, promocionarse. El precio de los inmuebles, al encontrarse parcialmente abandonados o resultar inaccesibles, era sorprendentemente bajo. Maciunas aplicaba el funcionamiento de Fluxus al colectivo artístico emergente: “Fluxus no es un empresario individual, y si cada uno de sus integrantes no ayuda a los demás colectivamente, promoviéndose unos a otros, el  colectivo perderá su identidad como tal, y sus integrantes volverán a ser individuos que necesitarán su propia promoción individual.” (4)

Apenas unos años después, Gordon Matta-Clark compra varios edificios en Queens (catorce) y uno en Staten Island, por 25 y 75$ cada uno. Inmuebles abandonados, inaccesibles y apenas habitables. Éste los utilizará para realizar sus conocidas intervenciones artísticas o “anarquitecturas”, como un acto rompedor, revolucionario y destinado a una reflexión posterior.

“No dedicaría más tiempo al tratamiento personal metafórico del lugar, sino que, finalmente, respondería a la necesidad expresa de sus ocupantes” (5).  De vuelta al artista y sus necesidades, en 1971, Matta-Clark crea Food, un restaurante de nombre obvio dirigido y llevado por artistas. Una dignificación del mundo del arte a través de medios económicos tradicionales,  en pleno SoHo. Sumado a las residencias artísticas en la zona, el inicial espíritu bohemio eclosionó en un tejido artístico y cultural renovado, alejado de los cánones del mercado. La comunidad artística de Manhattan se reunía en el Food: Mabou Mines, Philip Glass, Ensemble o integrantes de la compañía de danza Grand Union.

Estas iniciativas fueron las creadoras del tejido cultural y artístico que resulta tan atrayente en la actualidad precisamente por lo que en él hay de outsider o de genuino. Una gran constelación que surge del esfuerzo común por hacerse ver y escuchar, por cambiar una disciplina desde la humildad de los pequeños actos ambiciosos.

Volviendo la mirada a la ciudad, la idea de iluminar esos espacios oscuros es factible. Al margen de toda dificultad impuesta por condicionantes absurdos o adulteces, se puede apelar de nuevo a la condición humana, para renacer, e iluminar las áreas oscuras desde la vanguardia, el cambio y la revolución social destinada siempre a mirar hacia delante.

(1) «Dios mío, qué manera de decir adulteces» Mafalda en Quino «Mafalda 10» Ed. Lumen, Madrid, 1980

(2) Alberti, R. «A la pintura». Ed. Akal, Madrid, 1976

(3) Jackson Mac Low, carta a Dick Higgins, 22 abril 1963, Archiv Sohm, Staatsgalerie Stuttgart.

(4) George Maciunas, carta a Dick Higgins, 22 abril 1963, Archiv Sohm, Staatsgalerie Stuttgart.

(5) Corbeira, D. «¿Construir… o deconstruir? Textos sobre Gordon Matta-Clark» Ed. Univ Salamanca, Salamanca, 2000

Texto: Nuria Prieto / Fotografía: Nuria Prieto/ Escrito originalmente para AAAA Magazine / Cita: Nuria Prieto, “Y comprarse un edificio en Nueva York” / Fecha 14 oct 2015

Nuria Prieto