Todavía recuerdo aquella primera clase de dibujo arquitectónico, cuando una profesora nos ordenó, como trabajo introductorio, dibujar un plano de nuestra casa en 10 minutos. «¡Un plano en 10 minutos!» Cara de perplejidad, cuanto menos.
Hasta ese momento, con mi mayoría de edad cumplida, sabía de una gran variedad de disciplinas y contaba con una inmensa cantidad de trabajos creativos a mis espaldas, en ocasiones frutos de mi imaginación, en ocasiones objetos que necesitaba. Pero, un plano… nunca me había parado a dibujar un plano. Y ahí estaba, bien cohibida por el hecho de que la primera vez que eso sucediera fuera a ser estudiando arquitectura.
Imposible olvidar la sensación de analfabetismo arquitectónico (que en su momento no supe identificar), que se repitió en la primera clase de proyectos, cuando, mientras el profesor explicaba el enunciado, en mi cerebro sólo escuchaba a mi pequeña ‘yo’ gritándome: “pero ¡¿qué es proyectar?!”.