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La Utopía como estado natural de la mente inquieta

Corría el año 1962…

De repente todo aparece en nuestras mentes envuelto por el ruido blanco de un viejo tocadiscos. Los párpados se nos inundan de tonos sepia mientras procesionan fotos de famosas de Hollywood en incansables anuncios publicitarios. Era la época del “Establishment”, de las tartas de manzana enfriándose en el alféizar de las ventanas de casas a las afueras, de los roles de género marcados, de la Guerra, del fingido sueño americano.

Estamos saturados de ese tipo de imágenes. Nuestros ojos las han consumido hasta la saciedad, creando incluso un poso residual en las esquinas de estos paisajes imaginarios. Porque, ¿no es de esperar que de algo que produce tanto, sobren y se desperdicien cosas? ¿No es normal que la gran máquina ampare en su alargada sombra toda clase de deshechos? Si miramos bien en las bulliciosas calles del gran arquetipo de la sociedad norteamericana de los años 60, encontraremos pequeñas hormiguitas laboriosas, que tras la sonrisa lobuna del rufián carroñero se burlan, como el joker de la baraja, de todo el sistema. Y es que propusieron la risa ante la aniquilación.

Cuestión de experimentación

Intervención en Ritoque. © Ana Asensio

Intervención en Ritoque. © Ana AsensioHay ideas que rondan de forma obsesiva. Te enamoras de ellas, las buscas, las haces platónicas y provocas encuentros fortuitos. Ideas que con el paso de los años y la suma de experiencias acaban conectándose, haciéndose reales, tomando forma, y adquiriendo sentido.

Aprender haciendo“, ¿tan loco era lo que quería? En la escuela de arquitectura a la que pertenezco lo era, con una visión muy limitada de la praxis. Sin apenas visitar obras, sin tocar los materiales, dividiendo las asignaturas en“teoría” y “práctica” donde la segunda era una extensión de la primera casi sin salir del papel. Y, sobre todo, sin el derecho al error, siempre penalizado. Mi “idea loca” era que esas equivocaciones hacen construir realidades más fuertes y proyectar soluciones a problemas tangibles y constatados. Reinventarse. Transformar. Adaptarse. Salirse.La educación en arquitectura es una cuestión de experimentación.

Un idilio entre el arte y la arquitectura: el IFAC

Hay encuentros entre personas que te llenan de electricidad. Cruces de caminos breves e intensos, cargados de magnetismo, de pensamientos compartidos, y de ideas bellas. Pequeñas conexiones inesperadas, fugaces, con fecha de caducidad, y que sin embargo quedan mucho tiempo en la memoria.

A veces, los cruces de caminos no se dan entre personas, sino entre artes, oficios, habilidades, experiencias. La inevitable atracción entre el arte y la arquitectura es una de ellas. Misceláneas explosivas, romances borrachos de imaginación.

Y, muy pocas veces, ocurren ambas cosas a la vez. Y, entonces, sólo puedes esperar a que vuelva a suceder.

Se llama IFAC, y es el International Festival of Art and Construction. Esta celebración de diez días reúne cada año a más de 300 personas de todo el planeta en algún área rural del mapa europeo: almas inquietas, llenas de libertad creativa. He tenido la infinita suerte de ser una de esas 300, y por eso quiero contar cómo es IFAC, desde su apasionante interior.