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Turistas, experiencia urbana y simulacros.

Quiero hablar de ellos, de los turistas. No como como objeto de estudio fenoménico, o como mapeo turístico urbano, sino como presencia influyente en la vida cotidiana de la urbe.

Turistas, como escenografía múltiple, casi invisibles, pero pieza perenne de esos museos vivos urbanos que son las ciudades, parte del paisaje público, identidad, presencia que dilata o restringe el espacio físico. Parte activa en romances y guiones, en literatura, cine… Allí están, en las historias e interacciones urbanas. Cómo imaginar, ahora, algún lugar arquitectónico histórico sin ellos. Transportes, piazze, plazas, place. ¿Hay día en el que en una pizzería o bar del centro en Roma; bistrot o cafetería en Paris; mesón o cafetería en los Madriles, no haya un vaivén de esta marea atemporal de usuarios visitantes?, ¿qué urbanita, amante, adicto a la arquitectura (y a su más allá) que se nutra del placer de la experiencia de los viajes, tránsitos, estudios y dibujos, puede extrapolar la nube policromática que se moviliza a diario en los espacios públicos, los emplazamientos históricos, la escala humana y los recorridos de los turistas?

Son inherentes, indisolubles. Familiares, inevitables.

La distancia inconsciente

1.Imagen a partir de Jazzberry Blue

Una vez leí que no hay mejor forma de empezar un texto que con una pregunta al público.

¿Conocemos el espacio que nos rodea?

¿Cómo podemos definir la ciudad?

Intentemos pensar por un momento, qué quieren decir estas dos cuestiones tan abstractas y a la vez tan sencillas.

El espacio que nos rodea, el que podemos tocar, no define la ciudad. Al menos en su totalidad. Lo tangible es un componente muy importante que nos ayuda a comprender este espacio particular en cada una de las ciudades, pero no es el único.

Llegado a este punto voy a lanzar una premisa: nuestra visión sobre la ciudad ya define la ciudad en sí misma.

¿Cómo hablan las ciudades?

Existe entre la arquitectura y la estética una inseparable relación, de creación y recreación sin fin, de modo tal que finalmente el mundo estético es también un paisaje. Las formas de las ciudades, su trazado, la topografía de su suelo, los edificios que en ellas se levantan, se muestran como agentes socialmente relevantes, a tal punto que son capaces de participar del proceso creativo que se lleva a cabo en el arte, la música, la literatura, etc.

La mayoría de las veces, dicha relación es asumida de forma inconsciente, a modo de una estructura que está tan arraigada en la ciudad y sus habitantes que estos no logran verla de forma detallada. Por una parte, con ello ignoramos cómo a cada trazado se sigue una forma de creación particular, dada por las sensibilidades e inquietudes que dichas líneas van despertando. Y por otra, olvidamos la capacidad de estos espacios materiales para meterse en nuestra vida, entrelazando el presente y el pasado, haciéndonos visible la vida misma a través de ellos.

Por eso si se quiere saber cómo y por qué se vive y se crea de tal forma, se hace indispensable hacer hablar a las ciudades, a sus fragmentos, calles, objetos, a cada rincón lleno de experiencias retenidas en las edificaciones, y por su puesto observar cómo dichos espacios condicionan dichas experiencias: Lo que acontece, las identidades y sus significaciones.

Recuerdos de una ciudad embrujada / Shanghai

Recuerdo Shanghai. A veces.

El primer día, como un contínuo de varias decenas de horas, desde que despegué con alas de aluminio de mi país. No sabía si era de día, o de noche, si tenía sed, o hambre. Casi no sabía en qué punto del planeta estaba.

Shanghai, a veces te recuerdo. Otras simplemente, leo la única página que escribí:

© Ana Asensio

© Ana Asensio

Ciudad de círculos y líneas / Londres

© Ana Asensio

© Ana Asensio

La ciudad habla, y nos regala un telón de fondo en cada fachada. El espacio se pliega, se ensancha y gira, ahí afuera. La vida que se desarrolla extramuros de las edificaciones, esconde tras los ladrillos y enredaderas su mitad oculta.

Todas las ciudades albergan mundos diferentes, mallas superpuestas que producen una escenografía múltiple, que no siempre veremos. La ciudad de los gatos, arriba, en los tejados; la rápida calzada de los coches; los sótanos clandestinos. Nuestra estructura mental de la ciudad, de cómo dialogamos con ella, viene generada por los recorridos que en ella podemos permitirnos, y por la escena que en ellos nos envuelve.

Dibujar a través de la memoria

© Manuel Saga

© Manuel Saga

Descubrir un tejido urbano, casi un territorio, no consiste en conocer hechos, nombres y números. Bajo los datos existe un sustrato perceptivo, cultural, imaginable. Esa mezcla de especias que diferencian el lugar físico del espacio habitado.

Puente Aranda es una localidad situada en el centro occidente de Bogotá (Colombia), uno de los centros neurálgicos de la actividad industrial de la ciudad. Antes de zambullirnos en su paisaje de torres y silos, mi compañero Alfonso Arango y yo intentamos armarnos con imágenes y percepciones desde la red.

Arquitecturas en papel / La vida de la ciudad

  "Tenía este Marcovaldo un ojo poco adecuado a la vida de la ciudad: carteles, semáforos, escaparates, rótulos luminosos, anuncios, por estudiados que estuvieran para atraer la atención, jamás detenían su mirada que parecía vagar por las arenas del desierto. En cambio, una hoja que amarilleara en una rama, una pluma que quedase enganchada en una teja, nunca se le pasaban por alto: no había tábano en el lomo de un caballo, taladro de carcoma en una mesa, pellejo de higo escachado en la acera que Marcovaldo no notase, y no hiciese objeto de cavilación, descubriendo las mudanzas de las estaciones, las apetencias de su ánimo y la miseria de su existencia." Texto: Italo Calvino. Fragmento de “Marcovaldo” / Ilustración: Alejandro Sanna / Fecha 07 abr 2014 /   ...

  "Tenía este Marcovaldo un o...

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Arquitecturas en papel / Como todas las tristes casas que soportaban la noche en las afueras

«Pero nada dije y salimos del bar y montamos en el coche de mi amigo y nos perdimos por las calles que marcaban los límites de Irapuato, calles sólo recorridas por coches de la policía y por autobuses nocturnos y que, según mi amigo, que conducía en un estado de exaltación, Ramírez recorría a pie cada noche o cada amanecer, cuando volvía a casa después de sus incursiones urbanas.

Yo preferí no añadir ni un sólo comentario más y me dediqué a mirar las calles débilmente iluminadas y la sombra de nuestro coche que a fogonazos se proyectaba en los altos muros de fábricas o almacenes industriales abandonados, vestigios de un pasado ya olvidado en el que se intentó industrializar la ciudad. Luego salimos a una especie de barrio añadido a aquel amasijo de edificios inútiles. La calle se estrechó. No había alumbrado público. Oí el ladrido de los perros.