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La ciudad que me llevé en la piel

El Atlas abraza con sus puntiagudas rocas al río Draa, como si deseara acariciarlo y lo hiriera sin querer. El femenino río se viste con verdes telas de palmeras infinitas. Palmeras preñadas de dátiles, que proyectan una sombra plumosa sobre la blanda tierra marrón.

Tamnougalt se esconde entre ellas. Tímida y altiva al mismo tiempo. Tamnougalt y sus altos muros de barro que construyen arquitecturas perfectas, arquitecturas milenarias, de gruesos muros y pequeños ventanucos. Dentro un mundo secreto, más secreto aún que la sombra de las palmeras.

Ciudad sin lluvia, que sólo bebe de la gran dama río. El sol me tuesta la piel, la luz aclara mis ojos. Mis rizos negros se entrelazan con trigo, con miel.

El día se acaba, la Kasbah de barro me encierra, la noche me ensombrece… sólo puedo dormir. El silencio es total, sólo los grillos se escuchan, sólo infinitos astros distraen mi vista adormecida y excitada al mismo tiempo por esa soledad, por esa mágica soledad.

Sonidos diferentes, algo me despierta. Salió el sol, pero el calor no me arrebató las sábanas. El día no parece el mismo, ni la luz, ni los olores. El Draa ruge furioso, el cielo cruje. Es la lluvia. Está aquí.

De un salto abandono mi estancia en la pequeña casita. Tapada solo por un pañuelo atado al cuerpo, y con las alpargatas de piel de cabra que me hizo el curtidor de la medina tetuaní, atravieso las huertas que me separan de los muros de la ciudadela. El campo sigue oscuro, pues miles de gotas ciegan el sol. Las huertas, vacías, pues el agua aplasta la cosecha. El sonido de la tormenta, ensordecedor.

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© Ana Asensio

En este valle donde sólo llueve tres días al año, el agua es bendición, pero su garra es fuerte, agresiva, y sólo la templanza y la constancia hacen que su líquido sagrado te dé la vida, y no te golpee.

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© Ana Asensio

Al llegar al Qsar, mis pies se hunden en el barro. Trato de penetrar por sus empinados callejones, trato de llegar a la gran explanada central reconociendo veredas y adarves, pero la lluvia derrite la ciudad ante mí. Las grandes piedras insertadas en los muros comienzan a caer, tras perder la tierra bajo ellas. Caen delante y detrás mía, salpicando barro sobre mí.

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© Ana Asensio

Toco las paredes, sintiendo en ese lagrimear anaranjado mis propias lágrimas, y mi corazón cabalgando entre sus calles. No es tristeza. Conozco su arquitectura, su vida y su muerte. Sé que la ciudad resurgirá de su propia tierra, o que volverá a ser parte del suelo del que vino.

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© Ana Asensio

Es fuerza, es pasión, es ver la vida y la muerte ante mis ojos, y poder empaparme de ellas, de su dualidad, de ese instante, de esos miles de años entremezclándose con mi piel.

Al llegar a la gran plaza, el agua limpia me baña, me arranca de la piel la segunda piel de arena y arcilla que me vestía. Mi pelo vuelve a ser negro, pero Tamnougalt nunca será Tamnougalt.

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© Ana Asensio

Mañana cesará la lluvia, los ríos que ahora son sus calles se secarán, y la blanda argamasa se volverá a amasar para reparar las paredes, para rehacer las molduras, para embellecer los arcos. Tamnougalt volverá a brillar tostada bajo el sol. Bella, tímida y altiva al mismo tiempo.

Pero nunca será la misma de ayer, ni la del pasado año, ni la de mil años atrás. La ciudad que vive y que muere, a cada paso, la ciudad que me llevé en la piel.

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© Ana Asensio

Texto: Ana Asensio Rodríguez / Fotografía: Ana Asensio Rodríguez / Escrito originalmente para AAAA magazine / Cita: Asensio, Ana «La ciudad que me llevé en la piel» / Fecha: 14 de Mayo de 2014

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© Ana Asensio
Ana Asensio Rodríguez

Ana Asensio (Almería,1986). Arquitecta formada entre Granada, Venecia, Londres, Santiago de Chile y Madrid. Especializada en memoria y arquitectura popular (Beca Iniciación a la Investigación, UGR, 2015), y Habitabilidad Básica para Asentamientos Humanos Precarios (Postgrado UPM, 2017), desarrolla su actividad a través de la investigación, el documentalismo, la acción cultural y la práctica arquitectónica, especialmente centrada en los cruces de caminos entre el conocimiento popular, la cultura contemporánea, los derechos humanos y el hábitat rural. Su trayectoria profesional está íntimamente ligada a los contextos africano y latinoamericano.