La apropiación administrativa del movimiento Okupa: el antikraak holandés
(o cómo ofrecer una okupación legal)
Okupar no es un hecho contemporáneo: existe desde que existe la propiedad privada. Espacios en desuso, abandonados o en standby, víctimas de crisis económicas o sociales, han sido siempre, clandestinamente, ocupados, respondiendo a la lógica de la imperiosa necesidad de supervivencia. Pero entender esta práctica como un hecho político, coordinado, revolucionario y reivindicativo, con proyecciones sobre el ente urbano, sí puede atribuirse al pasado siglo XX.
El movimiento okupa es un fenómeno en vaivén en la ciudad occidental. Ligado a ciertas catarsis sociales o como síntoma de situaciones de inequidad, adquiere diferentes tintes según las épocas y los contextos. Poniendo el foco en Europa, el fenómeno encuentra sus orígenes en la contracultura de la Gran Bretaña de los años 60 a 70. De forma sucesiva, hippies y punkies comenzaron a asentarse en viviendas de propiedad pública inutilizadas, estancadas en el impasse político de la falta de fondos para su adecuación. Durante los años siguientes a las primeras okupaciones británicas, la práctica squatter se replicó en países nórdicos.
El caso holandés, cuyo auge fue algo más tardío, vino como resultado de un camino comenzado por el grupo de intelectuales y artistas Provo, y sus sucesores Kabouters1. Los años 80 en Amsterdam significaron un momento paradigmático del movimiento Okupa, paulatinamente disminuido en décadas sucesivas, hasta su ilegalización el 1 de octubre de 2010. Este movimiento ha sido parte clave de la identidad de la ciudad de Amsterdam y la personalidad que emana y construye la urbe.
Tras la ilegalización, algunos espacios clásicos de la cultura okupa han conseguido sobrevivir algunos años, siempre con la pesada sombra de la criminalización del movimiento tras de sí. La okupación es el afloramiento de una necesidad de la población urbana, así como una expresión de inquietudes sobre las posibilidades de hacer ciudad, más allá del mero hecho habitacional. Partiendo de esta base, para su desarrollo se requiere quebrantar toda una serie de situaciones establecidas, lo que no puede ser del gusto de todos. Tratando de dar una respuesta a esta ecuación, surge en Holanda el antikraak, o, literalmente, antiokupa.
El antikraak es un método para dar uso a bienes inmuebles que van a estar vacíos durante un periodo de tiempo; estos espacios se ofertan, a través de agencias que trabajan junto a administración y propietarios privados, por un precio simbólico, con el objetivo de encontrar personas que hagan uso del lugar temporalmente, cuidándolo, custodiándolo y preservándolo, para evitar que queden disponibles para un empleo más descontrolado, vandálico o transformador de la edificación y su entorno.
Estos espacios pueden ser de todo tipo: desde una vieja escuela a una residencia, una oficina, fábrica, o una iglesia abandonada. A través de antikraak se pueden obtener grandes espacios a un coste mínimo, por un periodo de tiempo que no se puede predecir ni asegurar, funcionando bajo un contrato de cesión. Por ello, la flexibilidad y la templanza ante la inestabilidad son virtudes que ayudan mucho para la vida antikraak.
Sus mayores usuarios (que no residentes), a grandes rasgos, son jóvenes, estudiantes o artistas, que ven en esta forma de vida un modo de tener una experiencia habitacional que de otro modo no sería posible, ahorrar costes y desarrollar proyectos personales. Como desventaja, la poca estabilidad y la carencia de derechos como los que poseen los residentes o arrendatarios.
El antikraak es una práctica en alta demanda en los Países Bajos, muy común y bien regulada, que se desarrolla bajo el ojo atento de propietarios y devotos, y la mirada no falta de desconfianza, del movimiento okupa “tradicional”.
Texto: Ana Asensio / Imagen: Ana Asensio, 2019 / Escrito originalmente para Fundación Arquia / Fecha de primera publicación: 18 de septiembre de 2019 / Accede a la publicación original aquí