Turistas, experiencia urbana y simulacros.
Quiero hablar de ellos, de los turistas. No como como objeto de estudio fenoménico, o como mapeo turístico urbano, sino como presencia influyente en la vida cotidiana de la urbe.
Turistas, como escenografía múltiple, casi invisibles, pero pieza perenne de esos museos vivos urbanos que son las ciudades, parte del paisaje público, identidad, presencia que dilata o restringe el espacio físico. Parte activa en romances y guiones, en literatura, cine… Allí están, en las historias e interacciones urbanas. Cómo imaginar, ahora, algún lugar arquitectónico histórico sin ellos. Transportes, piazze, plazas, place. ¿Hay día en el que en una pizzería o bar del centro en Roma; bistrot o cafetería en Paris; mesón o cafetería en los Madriles, no haya un vaivén de esta marea atemporal de usuarios visitantes?, ¿qué urbanita, amante, adicto a la arquitectura (y a su más allá) que se nutra del placer de la experiencia de los viajes, tránsitos, estudios y dibujos, puede extrapolar la nube policromática que se moviliza a diario en los espacios públicos, los emplazamientos históricos, la escala humana y los recorridos de los turistas?
Son inherentes, indisolubles. Familiares, inevitables.
Turistas. Su adhesión a un uniforme colectivo y globalizado ha cambiado el aspecto de los espacios más transitados por ellos, dotando a las vistas (entre otras cosas) de siluetas y movimientos de una determinada cadencia. Los brazos extensibles utilizados por los turistas para tomarse selfies, prohibidos ya en muchos museos del mundo, transigidos y facilitados en otros, pertenecen al juego de signos urbanos a descifrar e interpretar. Sensación espacial. Signos.
Los cambios entre el viajero del siglo XIX y los turistas del siglo XXI han sido muchos: recorridos y tiempos completamente diferentes, del paradigma de anfitrión-invitado a colonizador-invasor de espacios. En los primeros estudios antropológicos sobre el turismo de masas, a éste se le relacionaba con la cultura el poder y la identidad. Ahora más que nunca la ciudad es un lugar de interacción permeable, la experiencia urbana de la gran mayoría de los turistas está documentada en una ráfaga de imágenes simulacro de los lugares visitados, sumada a la omnipresente presencia de los #self-tourist.
En el ámbito de las correlaciones, los significados son siempre significantes para los otros, y viceversa. Ellos son colaboradores involuntarios de escenografías urbanas, de estudios de signos. Son mi museo vivant tanto cuanto yo lo soy para ellos como habitante del lugar.
Me toman por ciudadana, figura tipo de barrios bohemios, ‘la tía rarita esa sentada que dibuja croquis’, representación no fiel de la realidad. «¡Una foto con ella, una foto con ella!» -insistía la ‘pesada’ a su pareja- «así salgo yo, sus dibujos y todo lo demás!». ‘Todo lo demás’ eran las calles empinadas de Montmartre, escorzos, perspectivas animadas de la vida del barrio, y de lado unas vistas limpias y en detalle de la ciudad.
El persistir de esta mirada periscópica maniática y viciosa sin habitar el lugar, ni su mapa afectivo, ni sus secuencias históricas, no parecen ser una privación. No lo parece.
Texto: Monica Berri / Ilustraciones: Monica Berri / Escrito originalmente para AAAA Magazine / Fecha 20 mar 2015