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Amor y Arquitectura: Promenade

Caminaba, como solía hacerlo de un tiempo a esta parte, con la vista clavada en la punta de sus botas de piel negras y con paso ligero, alzando la mirada únicamente para responder de un modo casi automático a cualquier estímulo imprevisto o confirmar que todo permanecía tal y como lo recordaba la última vez. Sólo de este modo podía reparar de un modo preciso en que el tipo que vendía cartuchos de almendras continuaba en la misma esquina en la que está desde hace más de treinta años, o que la luz de esas horas de la tarde parecía conferirle al paramento de mampuesto de la iglesia de San Pablo una apariencia absolutamente atemporal, como si una de esas fotografías sepia que su abuelo atesoraba en aquella vieja lata se hubiese cristalizado en el tiempo y el espacio, observando en silencio el devenir de una ciudad que apenas era capaz ya de reconocerse.

PROMENADE2

Form Follows Ego

Hace unos meses, en uno de los ascensores de la facultad de arquitectura, escuché una curiosa conversación entre dos estudiantes:

– Joder, a veces me gustaría poder ir a una corrección y decir: «Mi idea de edificio es…un edificio».

– ¿A qué te refieres?

– Ya sabes, simplemente un edificio. Estoy cansado de toda esta basura de inspirarse en el movimiento de las alas de un pájaro al alzar el vuelo o la refracción de la luz al atravesar el agua… no sé, a veces creo que estamos haciendo el ridículo.

– Nadie te recordará por hacer simplemente edificios. Así no sales en revistas.

– Sí, quizás…

Así, tal cual: nadie te recordará. Quizás todo empiece a cobrar sentido si aclaro que la conversación tiene lugar en Estados Unidos, y es que aquí la arquitectura se desarrolla en un contexto económico y sociocultural completamente diferente, dominado por el individualismo, el capitalismo, y el marketing.

Turistas, experiencia urbana y simulacros.

Quiero hablar de ellos, de los turistas. No como como objeto de estudio fenoménico, o como mapeo turístico urbano, sino como presencia influyente en la vida cotidiana de la urbe.

Turistas, como escenografía múltiple, casi invisibles, pero pieza perenne de esos museos vivos urbanos que son las ciudades, parte del paisaje público, identidad, presencia que dilata o restringe el espacio físico. Parte activa en romances y guiones, en literatura, cine… Allí están, en las historias e interacciones urbanas. Cómo imaginar, ahora, algún lugar arquitectónico histórico sin ellos. Transportes, piazze, plazas, place. ¿Hay día en el que en una pizzería o bar del centro en Roma; bistrot o cafetería en Paris; mesón o cafetería en los Madriles, no haya un vaivén de esta marea atemporal de usuarios visitantes?, ¿qué urbanita, amante, adicto a la arquitectura (y a su más allá) que se nutra del placer de la experiencia de los viajes, tránsitos, estudios y dibujos, puede extrapolar la nube policromática que se moviliza a diario en los espacios públicos, los emplazamientos históricos, la escala humana y los recorridos de los turistas?

Son inherentes, indisolubles. Familiares, inevitables.

Nacida de un modo de mirar

"Aquí tenemos también un arte, la arquitectura, nacida de un modo de mirar, porque de estas mínimas peculiaridades depende a lo mejor el arte de un pueblo, y sus costumbres, y su política, y hasta su manera de entender el cosmos" Ortega y Gasset...

"Aquí tenemos también un arte,...

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