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Turistas, experiencia urbana y simulacros.

Quiero hablar de ellos, de los turistas. No como como objeto de estudio fenoménico, o como mapeo turístico urbano, sino como presencia influyente en la vida cotidiana de la urbe.

Turistas, como escenografía múltiple, casi invisibles, pero pieza perenne de esos museos vivos urbanos que son las ciudades, parte del paisaje público, identidad, presencia que dilata o restringe el espacio físico. Parte activa en romances y guiones, en literatura, cine… Allí están, en las historias e interacciones urbanas. Cómo imaginar, ahora, algún lugar arquitectónico histórico sin ellos. Transportes, piazze, plazas, place. ¿Hay día en el que en una pizzería o bar del centro en Roma; bistrot o cafetería en Paris; mesón o cafetería en los Madriles, no haya un vaivén de esta marea atemporal de usuarios visitantes?, ¿qué urbanita, amante, adicto a la arquitectura (y a su más allá) que se nutra del placer de la experiencia de los viajes, tránsitos, estudios y dibujos, puede extrapolar la nube policromática que se moviliza a diario en los espacios públicos, los emplazamientos históricos, la escala humana y los recorridos de los turistas?

Son inherentes, indisolubles. Familiares, inevitables.