Top

Sangre, mujeres y arquitectura

Una niña de apenas catorce años está confinada en un minúsculo espacio. Estamos en una zona rural montañosa y este habitáculo parece dar la espalda a las otras casas que se encuentran en un segundo plano en la foto.

La construcción no tiene ventanas y es tan pequeña que ni siquiera puede ponerse en pie. Por supuesto, en el interior no cuenta con electricidad, agua corriente, baño o cualquier otra prestación que haga la estancia un poco agradable. Además, sin puerta ni luz que le proteja de visitas inesperadas en la oscuridad de la noche, debe arreglárselas en caso de un ataque. Los animales salvajes no encuentran ninguna barrera que les impida entrar y atacar a las mujeres dormidas. Concretamente en este poblado, las picaduras de serpientes a varias jóvenes durante su reclusión tuvieron un desenlace mortal. Tampoco son extraños los casos de violación por parte de varones, ya que estos saben cuándo y cuántas mujeres se encuentran en la cabaña.

Uttara Saud pertenece a un poblado de las montañas de Nepal. Tiene catorce años, y durante su periodo debe estar confinada en ese espacio, a la espera de la ración de comida diaria. Tiene prohibido entrar a las casas o a los templos. Por supuesto, tampoco puede ir a la escuela. Uttara se encuentra en una “cabaña de menstruación”, una habitación pensada para recluir y apartar del poblado a las mujeres durante su ciclo menstrual.

Foto de © Navesh Chitrakar

En este espacio puede llegar a haber más de quince mujeres, a la espera de volver a ser «puras» para regresar con sus comunidades y dejar de ser consideradas como peligrosas. El contacto con una mujer menstruante, según la creencia popular,  puede producir malos presagios e incluso la muerte.

Esta otra cabaña, también sin ventanas, de tamaño minúsculo y sin puerta que evite la entrada de visitantes inesperados, pertenece a uno de los grupos étnicos mejor conocidos y mayor explotados turísticamente de Mali. Se trata de los Dogon. En su lenguaje, esta cabaña se denomina “ginu punulu”. A las afueras del poblado, las propias mujeres construyen este espacio minúsculo y oscuro donde deben dormir durante cinco noches mientras dure su “estado de impureza”. Las mujeres siguen trabajando en las tareas del campo pero no pueden tener relaciones con su comunidad ni acceder a sus hogares, aunque pueden llevar consigo a sus hijos pequeños. Incluso durante esos días cocinan en recipientes especiales, puesto que no pueden usar su vajilla diaria.

Se trata de dos culturas alejadas en el espacio con una práctica en común, el control por parte de los hombres de las mujeres y su fertilidad a través de una arquitectura muy concreta, espacios pequeños, oscuros, a merced de los elementos y bajo el control masculino constante. Desde los poblados se puede observar quién entra y quién sale de la cabaña, es decir, los hombres saben al mismo tiempo si las mujeres están embarazadas (al no ir a la cabaña) o si se encuentran en su periodo fértil (al abandonar sus hogares para dormir en el “ginu punulu”).

Esta práctica probablemente fue bastante común a lo largo de la historia, puesto que en muchas sociedades, la sangre femenina se considera nociva para el desarrollo de la comunidad, y la mayoría de religiones fomentan tabús en relación a la menstruación y su entrada o reclusión en determinados espacios arquitectónicos. Este tipo de comportamientos tienen un objeto muy claro: el control de los ciclos fértiles de las mujeres por parte de los hombres.

Mapa sobre la existencia de cabañas menstruales de la exposición alemana de 1998, Menstruación, cambios en la higiene menstrual desde 1900 a la actualidad. Extraído de la página www.mum.com, sitio web oficial del Museo de la menstruación y la salud femenina.

Por lo tanto, no son prácticas aisladas en lugares remotos, sino que serían comunes a muchas culturas en las que los hombres controlan la fertilidad femenina. Nos sirve de muestra este mapa en donde se sitúan círculos que representan a las sociedades en las que, en el siglo XX, todavía existían cabañas menstruales en uso, lugares donde las mujeres eran recluidas por sus comunidades durante un periodo determinado tiempo.

A pesar de la gran difusión sobre sociedades preindustriales, la divulgación de las investigaciones relacionadas con la fertilidad, maternidad o las cabañas menstruales es muy escasa; probablemente, muchas personas nunca han oído hablar de ello.

Durante mucho tiempo las disciplinas científicas como la antropología, la etnografía o la etno-arqueología, por citar algunos ejemplos, han obviado como sujeto de estudio a las mujeres. Conocer y analizar estas construcciones nos permitiría conocer aspectos sobre la vida cotidiana de estas sociedades; no sólo de las mujeres, sino también de las relaciones entre los géneros, la construcción de lo que significa ser hombre o mujer dentro de sus culturas y el papel social y status de la mujer.

De estas tareas se encargan desde hace años los estudios de género dentro de las distintas disciplinas, los cuales intentan lidiar con esta descompensación e invisibilidad historiográfica. Por esta razón es importante estudiar los espacios y las arquitecturas desde una perspectiva de género. Ver quiénes son los que las construyen, quiénes las habitan o quiénes tienen prohibido su acceso.

Durante mucho tiempo, los espacios arquitectónicos han sido interpretados con ojos de varón, y estos espacios femeninos han sido simplemente ignorados por las disciplinas occidentales. Esto que ha provocado que en la divulgación desconozcamos los espacios exclusivos para las mujeres, o cómo afecta ser mujer a la hora de entrar en determinados lugares (pero eso es otra historia, y otro artículo).

Texto: Laura Bécares Rodríguez / Fotografía: Información en el pie de foto / Escrito originalmente para AAAA magazine  / Cita: Bécares, Laura: “Sangre, mujeres y arquitectura” /  Fecha 7 sept 2015

Laura Bécares Rodríguez