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Espacios excluyentes / Mujeres y violencia espacial

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Ilustración 1 Cartel regulador del acceso al templo Omine en Japón. Foto propiedad de Wikipedia.

“No se admiten mujeres. La regulación de esta montaña sagrada prohíbe la escalada a cualquier mujer más allá de esta puerta, de acuerdo con la tradición religiosa”.

Así de tajante y sin opción a replica se niega la entrada a cualquier persona del sexo femenino en el monte Omine, espacio sagrado sintoísta en Japón, que también es Patrimonio de la Humanidad desde 2004. Además, esta religión tampoco permite la admisión en ninguno de sus templos a mujeres menstruantes. ¿Cuál es la razón? Mantener la castidad y concentración de los monjes que han prometido mantener el celibato y a los cuales la presencia femenina puede desconcentrar de su retiro espiritual.

Hoy en día podemos encontrar más ejemplos de este tipo de prohibiciones.

Problemas para ir al baño

En los países occidentales el acceso a un inodoro, un baño o una ducha es algo cotidiano. Si tenemos una urgencia o pasamos horas fuera de casa contamos con baños en restaurantes, oficinas, edificios públicos o centros comerciales. Allí los baños son espacios limpios que tienen instalaciones, saneamiento y agua corriente que nos permiten disfrutar de unos mínimos de salubridad, buen olor y condiciones de seguridad a través de una puerta y un pestillo.

Lamentablemente en otros muchos países no es así. Sabemos que 1 de cada 3 habitantes del planeta no dispone de condiciones adecuadas de saneamiento, acceso a un baño o agua corriente. Más de 2.500 millones de personas no cuentan con construcciones específicas o mínimamente dignas para esta necesidad diaria. Según el informe de Agua, Higiene y Salud de la OMS/UNICEF, 1100 millones de personas en el mundo tienen que practicar la defecación al aire libre al no tener acceso a un sistema de saneamiento (mejorado). No estamos hablando de una cuestión de simple comodidad, ya que este servicio básico es un tema tan importante que la ONU ha declarado que el Derecho al Agua Potable y Saneamiento sea un Derecho Humano Universal y que cuenta cada 19 de noviembre, con el Día Mundial del Inodoro para denunciar lo lejos que estamos de conseguirlo.

Mucho más que un lugar donde lavar ropa

Hoy en día el gesto de meter la ropa sucia en el tambor de la lavadora, apretar el botón y esperar que ésta termine su labor mientras hacemos otras cosas es algo cotidiano y anodino. La mayoría tenemos una lavadora en casa o acudimos a establecimientos que cuentan con ellas.

Pero este electrodoméstico es un instrumento bastante reciente. Pese a que se inventó hace más de cien años (1901), tardó en popularizarse, entre otras razones porque la electricidad tardó mucho más tiempo en ser un servicio de uso común. Además, todavía en los ’70, la mayoría de municipios rurales en España no contaban con las instalaciones precisas para dotar a las casas de luz o agua.

Esto no sólo afectaba a la hora de lavar la ropa sino que significaba que el acopio de agua para tareas como la limpieza de la casa, higiene personal, cocinar y abrevar los ganados, era una actividad diaria, repetitiva y muy pesada. ¿Quién realizaba estas tareas? En el caso de las zonas rurales, el transporte del agua desde la fuente al hogar era realizado por mujeres y a veces por niños, frecuentemente niñas, a excepción de la conducción de los animales al abrevadero que era una actividad mixta.

Entre todos estos trabajos domésticos femeninos, el lavado de la ropa era el más odioso y uno de los más severos, ya que necesitaba de agua en abundancia. En muchos lugares significaba ir al río o a la acequia cargadas con un cesto con ropa sucia, la banca y el jabón casero. Como parte del trabajo obligatorio y gratuito de las esposas y amas de casa e independientemente de la época del año, se lavaba la vestimenta de toda la familia (que solía incluir una media de diez miembros) junto con sábanas, mantas, colchas y toallas que había que mojar (la ropa empapada de agua pesa cuatro veces más que la ropa seca), enjabonar, escurrir y tender en una actividad cíclica que nunca se acaba. Empapadas de agua helada a la intemperie, estas mujeres solían sufrir enfermedades bronco-respiratorias y dérmicas ya que las manos con el frío y la humedad se abren, sangran y aparecen sabañones.

Con el paso del tiempo, muchos ayuntamientos construirían lavaderos cubiertos. Por un lado, supuso un avance ya que estarían más cerca del poblado y menos expuestos a las condiciones meteorológicas. Pero por otro, el estar alejadas del pueblo significaba estar en lugares fuera del alcance de los poderes públicos y eclesiásticos, en los que se podía charlar más abiertamente, había cortejos y un ambiente un poco más relajado.

Una habitación propia

En 1920 Arnold Bennett escribió un ensayo titulado Nuestras mujeres: tratado sobre la discordia sexual, en el que defiende, como muchos otros eruditos de la época, la inferioridad intelectual femenina con los siguientes argumentos:

“En la literatura universal encontramos cincuenta poetas, al menos superiores a cualquier poetisa. Con la posible exención de Emily Brontë, ninguna novelista de sexo femenino ha producido una novela que iguale las grandes novelas escritas por hombres. Ninguna mujer ha creado pinturas ni esculturas que superen la mediocridad, ni música que la supere. Tampoco ha habido ninguna mujer que se acercara ni remotamente a las cumbres de la crítica, ¿Me puede decir alguien el nombre de una filosofa famosa? ¿O el de una mujer que haya producido alguna generalización trascendental de la forma que sea? Si bien es verdad que un pequeño porcentaje de las mujeres son inteligentes como los hombres, en conjunto, la inteligencia es una especialidad masculina. No hay duda que algunas mujeres son geniales, pero la suya es una genialidad inferior a la de Shakespeare, Newton, Miguel Ángel, Beethoven, Tolstoi. Además, la capacidad intelectual mediana de las mujeres parece muy inferior”

Nueve años después, esta tesis fue contestada con gran agudeza e inteligencia por Virginia Woolf en su obra Una habitación propia. En ella  explica que si existían tan pocas intelectuales a lo largo de la historia se debía a la alienación de la mujer en la sociedad y no a una inferioridad intelectual.

Entre las causas fundamentales que exponía, se encontraba una necesidad arquitectónica que hoy en día nos parece muy básica: una habitación propia.

Sangre, mujeres y arquitectura

Una niña de apenas catorce años está confinada en un minúsculo espacio. Estamos en una zona rural montañosa y este habitáculo parece dar la espalda a las otras casas que se encuentran en un segundo plano en la foto.

La construcción no tiene ventanas y es tan pequeña que ni siquiera puede ponerse en pie. Por supuesto, en el interior no cuenta con electricidad, agua corriente, baño o cualquier otra prestación que haga la estancia un poco agradable. Además, sin puerta ni luz que le proteja de visitas inesperadas en la oscuridad de la noche, debe arreglárselas en caso de un ataque. Los animales salvajes no encuentran ninguna barrera que les impida entrar y atacar a las mujeres dormidas. Concretamente en este poblado, las picaduras de serpientes a varias jóvenes durante su reclusión tuvieron un desenlace mortal. Tampoco son extraños los casos de violación por parte de varones, ya que estos saben cuándo y cuántas mujeres se encuentran en la cabaña.

Uttara Saud pertenece a un poblado de las montañas de Nepal. Tiene catorce años, y durante su periodo debe estar confinada en ese espacio, a la espera de la ración de comida diaria. Tiene prohibido entrar a las casas o a los templos. Por supuesto, tampoco puede ir a la escuela. Uttara se encuentra en una “cabaña de menstruación”, una habitación pensada para recluir y apartar del poblado a las mujeres durante su ciclo menstrual.