¿Qué es una ciudad creativa?
¿Es una ciudad creativa el mismo concepto para un estudiante de arte, para un músico o para un arquitecto? ¿Y para el visitante o el turista? ¿Qué es una ciudad creativa para un invidente, una anciana, un niño, o un sin techo? ¿Es de todos la ciudad? ¿Lo es la creatividad?
Para muchos, la ciudad creativa es aquella que usa sus calles como si de los pasillos de un museo se tratase. «Un museo a cielo abierto», como se suele decir. En muchos casos, el arte urbano, concepto al que se suele simplificar la creatividad urbana, responde más bien a estrategias de construcción de una marca-ciudad, orientadas hacia el turismo.
La ciudad de Málaga sin ir más lejos, y su «barrio de las artes» (el Soho), son un claro ejemplo. ¿Pero las artes y la expresión de quién? El barrio se viste con magníficos murales de artistas asentados, reconocidos y de prestigio, al tiempo que la expresividad real de los artistas malagueños queda recortada, jamás facilitada, y en demasiadas ocasiones marginada. Pintadas por la calle cuentan con gracia y brevedad esta fachada de ciudad pseudocreativa, «Arte sólo para tu Soho» («tus ojos», dicho con el salero malagueño), donde el artista es usado para mostrar una idea de adulterada expresividad; un arte urbano, bandera del cambio y mensaje social, pero al servicio del ayuntamiento.
De esta ciudad llegan «anécdotas» (por darle un matiz cómico) como la del artista urbano Dadi Dreucol, uno de los muralistas del primer certamen Málaga Arte Urbano Soho (MAUS) organizado por el ayuntamiento, multado recientemente «por pintar en la calle», en otro barrio visiblemente no-de-las-artes.
En el caso totalmente opuesto tendríamos iniciativas como Muestra Ciudad, en Zamora, organizada por Marina Domínguez y Abel García. Bajo la premisa «Nuestra cultura no cabe en vuestros museos», este festival independiente «muestra» lo creativo de una ciudad, no a través del espacio público urbano, sino de pequeños nodos dispersos: locales, bares, azoteas, garajes… Muestra ciudad coordina a los artistas y los apasionados del arte para que juntos generen una «ciudad museo», dispersa, libre. De este modo, se retoma la crítica de qué arte nos están mostrando (y haciendo consumir) los espacios dedicados a la cultura, así como dando una lección de la creatividad inherente a una ciudad, expresividad sin prospecto, y más abierta al público que muchas otras, a pesar de no usar el espacio urbano – común para ello.
Museos dependientes a cielo abierto, o museos libres en el espacio privado. Son dos ejemplos de ciudad creativa, pero, quizás la primera pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿qué es la creatividad?, ¿es un fin, o un proceso?, ¿un objeto, o un efecto?, ¿es un escenario o un laboratorio?
Muchas de estas cuestiones se debatieron la semana pasada en el II Foro de Acciones Urbanas, en Sevilla, organizado por Laboratorio Q. Este grupo, que en la actualidad cuenta ya con una triple sede Sevilla – Bogotá – Londres (y sumando), se define como «un laboratorio de lugares de creatividad urbana, lugares Q». A través de mapeos, foros, docencia, convocatorias, etc., Laboratorio Q registra aquellas intervenciones que hacen un uso creativo de la ciudad, empoderando al usuario, produciendo alteraciones del lugar, desarrollando nuevos usos, o dando solución a problemas o necesidades existentes.
Carlos García, Catedrático de la US y miembro de Laboratorio Q, resaltaba el concepto de ingenuidad casi como una necesidad a la hora de interactuar con la ciudad, y recordaba aquella anécdota de Josef Albers en la Bauhaus cuando pidió a sus alumnos, entregándoles unas hojas de papel, que realizasen una creación. El papel doblado por la mitad, esa mínima acción que conseguía dotar al material de estructura y dibujar un espacio bajo él, que conseguía ver el alma del material, ésa era la actuación perfecta. No hacen falta grandilocuencias artísticas para producir alteraciones creativas en un espacio o un material.
Albers decía: “Señoras y señores, somos pobres y no ricos. No podemos permitirnos derrochar el material y el tiempo», mientras sostenía como concepto de docencia artística «aprender a través de la experiencia», «probar mejor que estudiar». Hay en ello una combinación de ingenuidad e inteligencia, de curiosidad imprudente e ideas sopesadas, que bien podría describir el acto de la creatividad.
Por nuestra parte, presentamos la experiencia Light Loom en el marco del International Festival of Art and Construction del pasado verano (Holanda). Light Loom pretendía ser un objeto, mobiliario sacado de escala para producir un hito en el paisaje monótono holandés, una referencia en la oscuridad del campo, y un lugar de reunión en contraposición a la escasa densidad de los entornos rurales.
Sin embargo, alterado por la idiosincrasia del festival, descubrimos sorprendidas que el propio lugar de reunión era el momento de la construcción en sí. Y es que la experimentación artística es de por sí una provocación, y una convocatoria. El objeto final puede tratar de ser llamativo y atrayente, pero el proceso es un momento comunitario per se que produce en el futuro usuario, involucrado desde su concepción, una vinculación emocional al objeto. Obra de arte como provocación; creación y construcción como convocatoria; acción como llamada a la acción.
Otro feliz descubrimiento de esta participación comunitaria y espontánea fue el sentimiento contagioso de felicidad. La improvisación creativa y colectiva genera una especie de alegría, semejante a la que experimentan los niños en su aprendizaje, donde cada paso ganado está vinculado a un sentimiento. El aprendizaje emocional hace que los conceptos no sean memorizados sino grabados, y sean recurrentes. Una experiencia breve creativa puede permanecer mucho tiempo en la memoria, como el libro corto leído muchas veces.
¿Qué ocurriría si aplicásemos ese mismo concepto al entorno urbano? Al degradado, residual, en transformación, al obsoleto. Al marginal, al gentrificado. ¿Qué ocurriría si simplemente actuásemos como provocación, dejando patente un objeto como reminiscencia del momento colectivo? Esa condensación en tiempo y espacio hacen posible la materialización de la utopía: la ciudad creativa incluyente y duradera. Los espacios y los sentimientos que estos nos despiertan están totalmente relacionados neurológica y psicológicamente. La felicidad que un lugar despierta puede ser el síntoma de un espacio de creación (que no de arte).
En relación al concepto de ciudadanía y felicidad, Cruz Blanco presentó en el pasado Foro el concepto de Tecnoparticipación, a través de la app Flocktracker desarrollada por su equipo. Esta app permite la recolección de grandes cantidades de datos con precisión de localización a través de encuestadores, trazadores de movimiento y un contador. Con ella, la participación ciudadana adquiere una nueva dimensión, llevando el concepto de mapeo a toda la población.
Según explicaba Cruz, el objetivo es crear mapas de felicidad para lograr una participación urbana más accesible e interactiva, abriéndose a públicos hasta ahora aislados de la opinión y a los que afectan las decisiones sobre planificación urbanística y gestión de actividad de la ciudad. Cruz y su equipo se centran especialmente en trabajar la discapacidad, su relación con la ciudad y su aplicación en el diseño urbano.
Este «medidor de felicidad urbana» (o infelicidad) puede abrir un campo y una plataforma para la creatividad urbana inclusiva, desde la valoración de situaciones, a la toma de decisiones, y la posterior actuación.
¿Podemos decir que es esta apertura una llamada a la creatividad ciudadana? Isabel Arteaga, de la Universidad de los Andes y la sede bogotana de Laboratorio Q, comenzaba su exposición presentando un magnífico elenco de actuaciones en la ciudad colombiana, pero excusándose por no ser exactamente ejemplos de creatividad. Efectivamente, las más de 40 intervenciones no tenían como objetivo la creación artística, sino simplemente producir mejoras en la vida de las personas. Los resultados, eficaces, duraderos, intensos, con un poder de convocatoria extremadamente alto, generaban belleza en sí mismos.
Y es que creatividad también es burlar los blindajes legales para actuar con independencia y libertad. Es lidiar con los enredos administrativos para proponer vías y abrir lagunas. Creatividad es encontrar fórmulas de éxito para una participación masiva y reiterada.
Quizás la ciudad creativa no es una ciudad de artes y artistas, no es aquella que atesora obras de arte en sus calles, que exhibe como un museo abierto la individualidad hecha conjunto. Quizás la creatividad urbana es aquella que surge desde todos los ámbitos y campos por producir calles, esquinas, plazas, patios, tejados, donde suceden cosas que mejoran la vida de las personas, algo tan simple como eso. Una ciudad de ciudades en las que cada persona puede verse identificada dentro de su diferencia, y donde se sienta con la motivación y la empatía para actuar con creatividad.
Quizás sólo tenemos que aprender a ser creativos con la ciudad. Porque la ciudad debe ser vida, y la vida, toda ella, es crear.
Texto: Ana Asensio Rodríguez / Fotografía: información en el pie de foto / Escrito originalmente para AAAA magazine / Fecha: 26 ene 2016