Ya has estado en este hotel, aunque no has estado en esta ciudad
La historia suele comenzar introduciendo una tarjeta magnética blanca en el lector de una puerta.
Le sigue una luz roja, porque a la primera nunca sale verde.
Aun así, decides probar. Giras la manivela y nada.
Vuelves a meter la tarjeta blanca, esta vez con más paciencia.
Y ahora sí, luz verde.
Abres y entras.
Te encuentras en un mini pasillo de la longitud del baño, que viene dada por la bañera, con una puerta que da a éste. Justo después se sitúa una cama transversalmente a ti, con muchos cojines y un cuadro encima. Enfrentado a la cama un escritorio, con una tele de enorme cajón para la mínima pantalla que tiene y un mueble para dejar la maleta.
Después un minibar y al fondo un balcón. Un balcón que según la ruleta de la fortuna del recepcionista tendrá una orientación y unas vistas más o menos deseables.
Por el camino nos hemos dejado el armario, que admite dos posiciones ¡qué alegría! O bien está en el mini pasillo de la entrada frente a la puerta del baño o a la espalda de los lavabos junto a la cama.
Éste es tu hotel, ya lo conoces, ya has venido y ya te has registrado en él aunque nunca pisaste la ciudad en la que se encuentra.
La tipología arquitectónica del hotel parece que poco quiere evolucionar ya. Que se ha rendido a lo que hay y se conforma. Que lo asume y no lo cuestiona.
Esta interiorización me sorprende bastante. Después de un año y medio trabajando en el proyecto de un hotel como Proyecto Fin de Carrera, creo que no es un modelo tan rígido e impuesto. Salvo que, eso sí, el principal objetivo no fuera construir un alojamiento temporal para personas y sí fuera por ejemplo, ganar dinero. Para ese caso sí que se ha logrado un estándar práctico, rentable y coherente con su finalidad, que en pro de rentabilizar el espacio recurre a simetrías, dobles incluso, y a la repetición, un número indeterminado de veces, de un módulo inerte.
Como consecuencia, tenemos una tipología de hotel que no pertenece a ningún lugar ni está arraigada a ninguna cultura. Su vinculación con la ciudad donde se encuentra pasa a un segundo plano y se reduce a un balcón, ya que son espacios que surgen por y para sí mismos.
Algunos turistas se han dado cuenta de esto y, afortunadamente por esto o por motivos económicos, comienzan a demandar alojamientos temporales más coherentes y vinculados con la ciudad. Algunos ya rechazan hospedarse en cadenas hoteleras y prefieren apartamentos en edificios de ciudadanos corrientes o alojarse directamente en casas de habitantes de la ciudad.
Aun así la estrategia de muchos hoteleros, en vez de cuestionar el modelo arquitectónico repetido hasta la saciedad, está siendo rellenar su hotel de pseudo experiencias autóctonas como cenas exóticas o baños termales. O revestir todo de un gran tinglado decorado. Esos parques temáticos de fachada de cartón, por no decir parques de los horrores, ponen los pelos de punta. Hoteles que, en pro de vender al consumidor experiencias una noche ‘auténtica’, llegan a ofrecer dormir en chabolas de chapa oxidada en un vertedero pero eso sí con wifi y calefacción.
‘‘Orín ha dicho que los hoteles se precian de ofrecer toda clase de comodidades, buena frase, pero me pregunto si en realidad solo ofrecen una serie de lugares comunes, un sentido prosaico de lo familiar.
Sí, esto no es nuevo para mí, aquí no pasa nada. Hay un sofá, un escritorio, un armario que aparenta ser antiguo, papel floreado, la moqueta está impecable […] esto es el séptimo círculo del infierno.
Tiene su encanto.’’
[‘1408’, Película de MikaelHafstrom, basada en ‘1408’ Cuento de Stephen King]
La repetición tan estandarizada de este modelo al final provoca que cuando estás dentro de la habitación, aunque estés en otro país, no sientes estar en el extranjero o fuera de casa. Esas habitaciones de hotel en serie se han convertido en cápsulas de nuestro espacio doméstico que están diseminadas por el mundo. Son espacios ya dominados y familiares aunque a la vez tremendamente vulgares y prosaicos. Pues son sentidos como suyos con la misma intensidad por todos los usuarios. El extranjero es lo que hay de puertas para fuera del hotel. Dentro es tu dominio, puedes dormir tranquilo, es tu espacio, es tu dormitorio de viaje que está esperándote allá a donde vayas. Y también el de todo el mundo. Ya lo conocías antes de empezar el viaje. Así que puedes estar localizado en París o Buenos Aires pero hasta que no sales del hotel no sientes que estás fuera de casa. A todo esto contribuye la seguridad y tranquilidad de tener agua caliente, wifi o un teléfono que comunica con la recepción.
Algo parecido ocurre con las grandes franquicias multinacionales. Estés en el país que estés cuando entras a un McDonalds o a una tienda de Zara dejas de estar en el extranjero y te teletransportas a tu ‘hogar’, a tu espacios dominados. Funcionan como embajadas de cada persona, y de todas a la vez. Entras a una de ellas (iguales en todo el mundo) y será por el ambiente, el mobiliario, la decoración, el menú o los productos, pero vuelves a casa. Puedes relajarte y bajar la guardia hasta que salgas de nuevo a la calle desconocida.
Es la arquitectura de eso que llaman ‘la zona de confort’. Aquí también está la globalización.
Y debido a que todo esto es un negocio, de repente, te sorprendes desayunando un café aguado estadounidense en Colombia, porque la cadena hotelera es norteamericana y está ofertada para sus propios yankees allá donde vayan por el mundo.
‘‘TRUDE: las ciudades continuas 2.
Si al tocar tierra en Trude no hubiera leído el nombre de la ciudad escrito en grandes letras, habría creído llegar al mismo aeropuerto del que partiera. Los suburbios que tuve que atravesar no eran diferentes de aquellos otros, con las mismas casas amarillas y verdosas. Siguiendo las mismas flechas se contorneaban los mismos canteros de las mismas plazas. Las calles del centro exponían mercancías embalajes enseñas que no cambiaban en nada. Era la primera que vez iba a Trude, pero ya conocía el hotel donde acerté a alojarme; ya había oído y dicho mis diálogos con compradores y vendedores de chatarra; otras jornadas iguales a aquellas habían terminado mirando a través de los mismos vasos los mismos ombligos ondulantes.
¿Por qué venir a Trude? me preguntaba.
Y quería irme.
– Puedes remontar el vuelo cuando quieras -me dijeron- pero llegarás a otra Trude, igual punto por punto, el mundo está cubierto por una única Trude que no empieza ni termina, solo cambia el nombre del aeropuerto.»
[‘Las ciudades Invisibles’, de Italo Calvino]
Texto: Álvaro Gutiérrez / Ilustraciones: Álvaro Gutiérrez / Escrito originalmente para AAAA Magazine / Fecha 26 mar 2015