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Documental: "Habita, relatos de memoria e independencia" / Crowdfunding

Habita: Relatos de memoria e independencia, es un proyecto documental sobre el papel de la conciencia del territorio y la memoria cultural en la construcción de los espacios para la vida, que nace para adentrarse y reflejar la influencia de éstos en el día a día de sus pobladores.

Pensado como una metodología documental y de transmisión, pretende generar una serie con proyección de continuidad en diferentes zonas geográficas, replicable, comenzando con la primera creación documental este otoño que se centrará en el área sur del Perú, especialmente en las comunidades rurales indígenas entre Cusco y el lago Titicaca.

Expresiones materiales como la arquitectura y el artesanado e inmateriales como los cuentos o la música, son fuente y contención de conocimiento colectivo, un lenguaje que escribe la experiencia y el imaginario. Habita busca retomar y evidenciar así las singularidades de los asentamientos humanos que, en su independencia popular, son bastión de vínculos humanos y medioambientales, para activar así una conciencia sobre el contexto local y global, actual y atemporal.

De este modo, la manera de expresar la arquitectura pasa a otro nivel, el relato se hace voz y crea mapa, sitúa las voces de aquellos habitantes de arquitecturas no contadas y las conecta. Habita es un proyecto 100% cooperativo, de manos de un equipo mixto especializado en territorio, arquitectura popular, memoria y habitabilidad; para todos aquellos que desean formar parte de él  y adentrarse por sus vericuetos, ya está disponible la campaña de crowdfunding, gracias a la plataforma para proyectos creativos Verkami.

Mucho más que un lugar donde lavar ropa

Hoy en día el gesto de meter la ropa sucia en el tambor de la lavadora, apretar el botón y esperar que ésta termine su labor mientras hacemos otras cosas es algo cotidiano y anodino. La mayoría tenemos una lavadora en casa o acudimos a establecimientos que cuentan con ellas.

Pero este electrodoméstico es un instrumento bastante reciente. Pese a que se inventó hace más de cien años (1901), tardó en popularizarse, entre otras razones porque la electricidad tardó mucho más tiempo en ser un servicio de uso común. Además, todavía en los ’70, la mayoría de municipios rurales en España no contaban con las instalaciones precisas para dotar a las casas de luz o agua.

Esto no sólo afectaba a la hora de lavar la ropa sino que significaba que el acopio de agua para tareas como la limpieza de la casa, higiene personal, cocinar y abrevar los ganados, era una actividad diaria, repetitiva y muy pesada. ¿Quién realizaba estas tareas? En el caso de las zonas rurales, el transporte del agua desde la fuente al hogar era realizado por mujeres y a veces por niños, frecuentemente niñas, a excepción de la conducción de los animales al abrevadero que era una actividad mixta.

Entre todos estos trabajos domésticos femeninos, el lavado de la ropa era el más odioso y uno de los más severos, ya que necesitaba de agua en abundancia. En muchos lugares significaba ir al río o a la acequia cargadas con un cesto con ropa sucia, la banca y el jabón casero. Como parte del trabajo obligatorio y gratuito de las esposas y amas de casa e independientemente de la época del año, se lavaba la vestimenta de toda la familia (que solía incluir una media de diez miembros) junto con sábanas, mantas, colchas y toallas que había que mojar (la ropa empapada de agua pesa cuatro veces más que la ropa seca), enjabonar, escurrir y tender en una actividad cíclica que nunca se acaba. Empapadas de agua helada a la intemperie, estas mujeres solían sufrir enfermedades bronco-respiratorias y dérmicas ya que las manos con el frío y la humedad se abren, sangran y aparecen sabañones.

Con el paso del tiempo, muchos ayuntamientos construirían lavaderos cubiertos. Por un lado, supuso un avance ya que estarían más cerca del poblado y menos expuestos a las condiciones meteorológicas. Pero por otro, el estar alejadas del pueblo significaba estar en lugares fuera del alcance de los poderes públicos y eclesiásticos, en los que se podía charlar más abiertamente, había cortejos y un ambiente un poco más relajado.

«Matadero» es magia

Sin proponérmelo, acabo volviendo al Matadero de Madrid cada poco tiempo. Es un espacio tan tranquilo y agradable que parece imposible que durante la mayor parte del siglo XX fuera un lugar donde mataban animales.

Aunque actualmente esté (lo que podríamos considerar) cerca del centro, cuando se empezó a construir el matadero de Luis Bellido a principios del siglo XX, estaba alejado de la capital. Con el tiempo fue siendo absorbido por la ciudad y ampliado con la Casa del Reloj y el Mercado Central de Frutas y Hortalizas. Cuando las instalaciones empezaron a quedarse obsoletas, en la segunda mitad del siglo XX, mutaron los usos de ciertas zonas: se transformó la Casa del Reloj en sede administrativa y una de las naves en espacio para actividades socioculturales; además, algunos establos pasaron a ser sede del Ballet Nacional de España y de la Compañía Nacional de Danza. Curiosamente, las actividades de ballet y de danza han seguido funcionando hasta hoy, aunque en 1996 se cerrara definitivamente el espacio dedicado a matadero. Por fin, el conjunto de edificios se calificó como bien catalogado en el último Plan General de Ordenación Urbana de Madrid.

Un grupo de edificios tan palpitante no podía quedar cerrado o como un simple objeto que admirar. El Matadero volvió así a abrir al público en 2007 con el primer espacio del conjunto destinado a actividades culturales. Desde entonces, afortunadamente, se han ido reconvirtiendo espacios y naves paulatinamente, y aunque todavía quedan algunas zonas sin uso, ya está asentado como centro cultural alternativo.

El conjunto actúa como remate para Madrid Río por un lado y para el barrio de Legazpi por otro. Desde el parque, algo en sus ladrillos te llama a desviarte del camino: sigues tu instinto y vas encontrando edificios que te guían hacia la plaza central del Matadero.

La Biblioteca olvidada

¿Nunca os ha pasado que vais a un edificio y no descubrís lo que realmente es hasta que salís de él? A veces es como tener la sensación continua de que ahí hay algo que no es definible con palabras, otras veces esa sensación no se manifiesta hasta pasado un tiempo, algo activa un resorte que te hace comprender de golpe donde has estado y por efecto mecánico tu boca expulsa exclamaciones diversas y algún que otro improperio.

Desde luego no fueron pocas las exclamaciones que solté cuando echándole un ojo por encima a un libro de obras de Miguel Fisac en la biblioteca de la escuela leí: “Casa de la Cultura, Jardines del Prado, Ciudad Real (1957)”. Junto a esta referencia aparecían un plano de una planta organicista, casi propia de Aalto con jardines y una espectacular escalera de caracol en un espacio completamente diáfano. A esta imagen le acompañaba una foto del alzado donde se podía ver un edificio totalmente racionalista, con una gigantesca jardinera en la entrada.