Mar cirujano
El mar, horizontal de historias poderosas, ya hacía costa cuando salpicó el bautizo de la ortiga con sus olas. Tal fue la marea ese verano que ondear una toalla al viento no fue suficiente para marcar las reglas del juego, y Agustín, cabo y pescador fino, construyó piedra a piedra la luz del aviso y el sonido de vuelta a tierra.
Marineros, piratas y ballenas han seguido el baile de su campana como si no les fuera la vida en ello, mientras las piedras absorbían su energía para devolvérnosla ahora y demostrarnos que esa vida tuvo un final de muerte por eléctrico.
Cabo de San Agustín, Ortiguera, Asturias. © Simita Fernández
A su lado, un cilindro de hormigón en blanco y negro mantiene el tipo y la figura ajeno a la sal, asesina de sirenas y cómplice de nieblas, que un día tatuó su movimiento en el cuerpo de lo viejo. Lo dejó sin brillo, sin bandera y sin aliento, perdió el ombligo y el eje del universo, hasta que lo vomitó todo y, como las latas para sardinas del puerto, se convirtió en armadura y almacén de cuentos; también de arena cuando sopla mucho el viento. Lo bueno es que los días que hay tormenta ya no siente miedo.
El instinto dio paso a la necesidad de silencio.
“Si el mar sostiene, el peso es menos peso y el viaje más ligero”, nos contaba sumergido en una profunda tristeza. Y adivinamos la fragilidad con la que vive y la pasión con la que todavía siente.
“Cada vez iré sintiendo menos y recordando más” [Julio Cortázar]
Allí sigue, parece dormido sobre roca y verde pero aún de vez en cuando pregunta “¿Qué ola es?”. “Las tres y media”, responde aquel que le ha dado el relevo, sin saber que en la memoria de su lámpara del tiempo siguen viviendo figuritas de capitanes intrépidos.
Texto: Simita Fernández / Fotografía: Simita Fernández / Escrito originalmente para AAAA Magazine / Fecha 28 sept 2015