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Abrir la casa del recuerdo

A veces, una imagen nos golpea inesperadamente. Nos ha pillado desprevenidos, entretenidos en otras cosas, en la vida misma, el presente y el futuro. La cabeza ocupadísima, equipada con unos ojos que miran hacia delante y que difícilmente pueden mirar hacia atrás. Por eso, no nos lo vemos venir: el azote de un recuerdo. A veces, es un olor en el aire; otras es una imagen que transporta, algunas, un objeto. A veces, es la simple mirada perdida, que nos hace abrir las puertas del lugar de la memoria. Sin que nos lo esperemos, sin que hubiésemos reparado en esa caja cerrada. Todos los recuerdos que atesoramos se alimentan de lugares y personas. Personas y lugares, sin duda. Si bien, como todo en la vida, los hay fugaces, efímeros, de paso, nos arraigarán dentro aquellos que han construido con nosotros el espacio de la intimidad. El hogar, el lugar donde nuestro pensamiento habita, será una gran caja,...

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Arquitecturas en papel / Londres, Oceanía

««Esto es Londres», pensó con una sensación vaga de disgusto; Londres, principal ciudad de la Franja aérea 1, que era a su vez la tercera de las provincias más pobladas de Oceanía. Trató de exprimirse de la memoria algún recuerdo infantil que le dijera si Londres había sido siempre así. ¿Hubo siempre estas vistas de decrépitas casas decimonónicas, con los costados revestidos de madera, las ventanas tapadas con cartón, los techos remendados con planchas de cinc acanalado y trozos sueltos de tapias de antiguos jardines? ¿Y los lugares bombardeados, cuyos restos de yeso y cemento revoloteaban pulverizados en el aire, y el césped amontonado, y los lugares donde las bombas habían abierto claros de mayor extensión y habían surgido en ellos sórdidas colonias de chozas de madera que parecían gallineros? Pero era inútil, no podía recordar: nada le quedaba de su infancia excepto una serie de cuadros brillantemente iluminados y sin fondo, que en su mayoría le resultaban ininteligibles».

Mar cirujano

El mar, horizontal de historias poderosas, ya hacía costa cuando salpicó el bautizo de la ortiga con sus olas. Tal fue la marea ese verano que ondear una toalla al viento no fue suficiente para marcar las reglas del juego, y Agustín, cabo y pescador fino, construyó piedra a piedra la luz del aviso y el sonido de vuelta a tierra.

Marineros, piratas y ballenas han seguido el baile de su campana como si no les fuera la vida en ello, mientras las piedras absorbían su energía para devolvérnosla ahora y demostrarnos que esa vida tuvo un final de muerte por eléctrico.

Ciudad

Iré a la ciudad a que me entregue su almaa que me diga su conocimiento, iré.Cuando la luz despunte desde abajo,cuando levante sus manos al aire amontonadoa que me regale sus años y sus secretos, iré. Para perderme en sus calles imbricadasde tiempo,a que me diga que piensa del pasado,a que disponga su remedio a tan solitariopasaje,a eso y a que me abrace, iré. Y cuando el nostálgico silenciose sume a la luz en una danzay cuando el pétreo papelito de sus murosse haga tenue y refulgente cual topacio,cuando ella me sumerja bajo su aliento rasgado,allí escondido,bajo su pecho,latiré de nuevoy de nuevo tú agarrarás mi mano. Iré a la ciudad que ya no existea emborracharme de silencio y de pasadoolfateando las miserias del olvidoamando tu recuerdo con los siglos a mi lado. Texto: Diego Quintas /  Escrito personal, publicado originalmente en AAAA magazine / Cita: Quintas, Diego: “Ciudad” /  Fecha 7 jul 2015 ...

Iré a la ciudad a que me entr...

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