Top

Cinco días en Bosnia

Para ambientar el artículo, pulsa play y deja que la música acompañe al texto. Descubrí a este artista gracias a un bosnio que conocí en Sarajevo y, por conexión, me retrotrae allí.

Bosnia huele a guerra. Aunque no quiera, porque no quiere. Pero huele a guerra. Y no quiere olvidar, ni debe, pero aún hoy huele demasiado a guerra. Ni tan siquiera un pequeño atisbo de acento latino – que nunca sabrás de donde ha salido – puede llegar a endulzar un paisaje tan bello como frío.

Bosnia es ese país donde la niebla invade las montañas. Donde la niebla te cala dentro. Una niebla que no es agua, sino fuego. Una niebla que salió del cañón de millones de armas humeantes y que, vagando por todo el país, hoy se hace pasar por niebla. Una niebla que te empapa de frío, miedo, tensión… de todas las sensaciones que provoca esconderse. Bosnia es un país donde los agujeros de bala no se olvidan, ni se tapan, pero duelen. Y no duelen tanto los que se ven como los que no se ven, porque sabes dónde han ido a parar esas balas que no llegaron a horadar ese muro, esa fachada, esa ventana o ese coche.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Llegas a Sarajevo, esa ciudad que te trae cientos de recuerdos que no son tuyos. Y no son tuyos porque nunca has estado ahí antes, pero flotan en el ambiente y, como esa niebla, te calan dentro. Hay que llegar a Sarajevo en autobús. Y hay que llegar a Sarajevo por la tarde, anocheciendo. Y con mal tiempo, si es posible. Hay que dejar que el contexto también te influya, que genere y provoque ese gris nostálgico, que te meta en el papel. Hay que confiar en que mañana será otro día, y embriagarte de esa esperanza, y que saldrá de nuevo el sol, ésa es la metáfora.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Por la noche, un antiguo cine reconvertido en bar te transportará al París del Moulin Rouge o al Berlín de Cabaret del siglo pasado, y así, todo sigue oliendo un poco a guerra. Y no parece que nadie esté triste, pero ni tan siquiera bailando se irradia absoluta felicidad. Quizá recelo es la palabra implícita. Y te empiezas a dar cuenta: aquí las sonrisas cuestan – y valen – doble.

A la mañana siguiente parece que hay luz, pero no hay sol. Las nubes – o quizá sea la niebla – están ahí, agrisando un poco todo. Y con suerte, puedes empezar a conocer la ciudad por donde hay que hacerlo: lejos del turismo, lejos del escaparate, lejos de la postal. En un paseo por los suburbios, donde descubres historias que ya te sonaban, aunque nunca habías oído hablar de ellas, como la de la Plaza de los Héroes, bastión y línea de resistencia al asalto de la ciudad. No hace falta que te lo cuenten, la arquitectura y sus heridas hablan por sí solas.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Pero claro, también hay que conocer la ciudad histórica, un casco antiguo íntimo e inesperado. Un pequeño pueblo musulmán, para tu sorpresa si decides viajar con un nulo conocimiento del destino, confiando en que todo puede descubrirse y aprenderse in situ. Los minaretes se yerguen sobrios, majestuosos y orgullosos por cada rincón. Y es que Bosnia es un país mayoritariamente musulmán y ésa es, en parte y para variar, una de las razones que les condujo a la última guerra. Por supuesto, no es el Islam la única religión del país. Hay también cristianos croatas, ortodoxos serbios y judíos sefardíes. Es fácil ver que todos se reúnen, cómo no, en ese templo unitario dedicado al dios dinero que es el centro comercial. Algo es algo…

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Como en muchos otros lugares, la religión es un modo de vida. Impuesto o elegido, eso depende de cada uno, aunque intuyes cierta combinación de ambas razones. Y es que aquí las mujeres llevan velo porque quieren y se maquillan porque pueden. Y la religión une, pero también separa, cuando su peso y el de la historia pueden llegar a ser una frontera para el amor. La cara y la cruz de algo que es, desde la Antigüedad, tan inherente al ser humano.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

En Sarajevo, y debido al asedio de la ciudad desde las colinas que la rodean y la reclusión obligada, paseas por parques que se convirtieron en cementerios. Como una oleada de dolor, leyendo fechas de 1991 a 1996, desde una punta hacia otra del cementerio puedes revivir su expansión con los años. Es recomendable, pero inevitable, que no calcules la edad de los allí sepultados.

Pero Sarajevo quiere avanzar, ser una ciudad moderna, llena de jóvenes con talento y ganas de salir adelante. La ciudad se vive en las calles, en cada tetería escondida en callejuelas y recodos del casco histórico. Buscan color, luz… futuro. En la universidad, en el graffiti, en el fútbol… en todas partes.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Estos jóvenes conocen y están orgullosos de su pasado. Y no tardan en contártelo. Presumen de fundar la que quizá fuera la primera universidad en la que se estudiaban, junta y paralelamente, religión y ciencia. También de contar con el primer tranvía de Europa (y segundo del mundo), que siguió en funcionamiento durante los comienzos de la guerra, conducido por voluntarios pese al riesgo de los francotiradores. Sin olvidar además que fue precisamente en Sarajevo, hace ahora 100 años, donde el asesinato en el puente latino del archiduque de Austria Franz Ferdinand fue el detonante que dio comienzo a la Primera Guerra Mundial. Tampoco olvidan cómo el Eje, con Hitler a la cabeza, tras invadirla en la Segunda Guerra Mundial, fue expulsado en una gran unión partisana encabezada por el héroe nacional Josip Broz Tito, que más adelante formaría parte de la extinta, tras una última y cruenta guerra en los 90, Yugoslavia. Muchas historias, mucha Historia. Con mayúscula.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Y es entonces cuando toca partir hacia Mostar, en Herzegovina, pero eso ya es otra historia…

Llega la despedida, un tren que parte de una estación atrapada en el tiempo. Un trayecto admirado y reconocido entre los más bellos de Europa. Una mañana, otra más, de niebla en el cielo. Por alguna razón, en tu cabeza, se repite vocabulario de guerra. Palabras que has oído alguna vez, pero que jamás has pronunciado. Y de entre las ruinas de un edificio casi derruido, desde el hormigón de sus cornisas y azoteas, han nacido árboles. No césped, no, ni hierba, ni arbustos: árboles. Quizá es otra metáfora: un brote de esperanza. Como cuando la niebla se esfuma para disfrutar de unas vistas sobrecogedoras, de la luz.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Y alguien en el tren te ofrece un cigarro sin conocerte de nada…

Sabes, triste y feliz, que en breve volverás a casa a buscar y descubrir más sobre la larga vida de la ciudad. Te encantará sentir que en unos pocos días ya lo has aprendido casi todo. Y cogerás con ganas ese libro que compraste un mes antes del viaje y que no sabías cuándo empezar a leer, ese libro tan premiado de Ivo Andrić que habla de Bosnia, de su historia, de un Puente sobre un río…

Así es Sarajevo. Así es Bosnia.

© Pablo Abad
© Pablo Abad

Texto: Pablo Abad / Fotografía: Pablo Abad / Escrito originalmente para The AAAA Magazine / Cita: Pablo Abad, “Cinco días en Bosnia” / Fecha 3 jul 2014 /

Pablo Abad Fernandez