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Canela y launa

Como sabéis, en AAAA pensamos que los viajes son una fase formativa clave, una necesidad humana, y una manera de mirar el mundo, inevitable. Hace muy poco conocimos, por esta inquietud común, a un grupo de arquitectos jóvenes como nosotros, que acababan de fundar una revista de viajes: DERIVASIA.

Este artículo es el resultado de la primera colaboración de The AAAA Magazine para Derivasia. La primera de muchas que están por venir. Os invito a visitarlos, y a viajar a través de las palabras [publicación original aquí].

a lomos de un camión

a lomos de un camión © Ana Asensio Rodríguez

La distancia inconsciente

1.Imagen a partir de Jazzberry Blue

Una vez leí que no hay mejor forma de empezar un texto que con una pregunta al público.

¿Conocemos el espacio que nos rodea?

¿Cómo podemos definir la ciudad?

Intentemos pensar por un momento, qué quieren decir estas dos cuestiones tan abstractas y a la vez tan sencillas.

El espacio que nos rodea, el que podemos tocar, no define la ciudad. Al menos en su totalidad. Lo tangible es un componente muy importante que nos ayuda a comprender este espacio particular en cada una de las ciudades, pero no es el único.

Llegado a este punto voy a lanzar una premisa: nuestra visión sobre la ciudad ya define la ciudad en sí misma.

Cinco días en Bosnia

Para ambientar el artículo, pulsa play y deja que la música acompañe al texto. Descubrí a este artista gracias a un bosnio que conocí en Sarajevo y, por conexión, me retrotrae allí.

Bosnia huele a guerra. Aunque no quiera, porque no quiere. Pero huele a guerra. Y no quiere olvidar, ni debe, pero aún hoy huele demasiado a guerra. Ni tan siquiera un pequeño atisbo de acento latino – que nunca sabrás de donde ha salido – puede llegar a endulzar un paisaje tan bello como frío.

Bosnia es ese país donde la niebla invade las montañas. Donde la niebla te cala dentro. Una niebla que no es agua, sino fuego. Una niebla que salió del cañón de millones de armas humeantes y que, vagando por todo el país, hoy se hace pasar por niebla. Una niebla que te empapa de frío, miedo, tensión… de todas las sensaciones que provoca esconderse. Bosnia es un país donde los agujeros de bala no se olvidan, ni se tapan, pero duelen. Y no duelen tanto los que se ven como los que no se ven, porque sabes dónde han ido a parar esas balas que no llegaron a horadar ese muro, esa fachada, esa ventana o ese coche.

Recuerdos de una ciudad embrujada / Shanghai

Recuerdo Shanghai. A veces.

El primer día, como un contínuo de varias decenas de horas, desde que despegué con alas de aluminio de mi país. No sabía si era de día, o de noche, si tenía sed, o hambre. Casi no sabía en qué punto del planeta estaba.

Shanghai, a veces te recuerdo. Otras simplemente, leo la única página que escribí:

© Ana Asensio

© Ana Asensio

La ciudad que me llevé en la piel

El Atlas abraza con sus puntiagudas rocas al río Draa, como si deseara acariciarlo y lo hiriera sin querer. El femenino río se viste con verdes telas de palmeras infinitas. Palmeras preñadas de dátiles, que proyectan una sombra plumosa sobre la blanda tierra marrón.

Tamnougalt se esconde entre ellas. Tímida y altiva al mismo tiempo. Tamnougalt y sus altos muros de barro que construyen arquitecturas perfectas, arquitecturas milenarias, de gruesos muros y pequeños ventanucos. Dentro un mundo secreto, más secreto aún que la sombra de las palmeras.

Ciudad sin lluvia, que sólo bebe de la gran dama río. El sol me tuesta la piel, la luz aclara mis ojos. Mis rizos negros se entrelazan con trigo, con miel.

El día se acaba, la Kasbah de barro me encierra, la noche me ensombrece… sólo puedo dormir. El silencio es total, sólo los grillos se escuchan, sólo infinitos astros distraen mi vista adormecida y excitada al mismo tiempo por esa soledad, por esa mágica soledad.

Sonidos diferentes, algo me despierta. Salió el sol, pero el calor no me arrebató las sábanas. El día no parece el mismo, ni la luz, ni los olores. El Draa ruge furioso, el cielo cruje. Es la lluvia. Está aquí.

Ciudades brillantes

© Colleen Corradi Brannigan Hoy necesitaba escribir. Para mí, sólo para mí. Hacía tiempo que no lo necesitaba y me odiaba por ello. Tenía la soledad pero sentía el vacío. Tenía los libros pero llenaba mis horas observando impasible la vida de los otros. Tenía la juventud y la mente libre de volar, pero me encerraba tras barrotes invisibles. Hoy he leído sin prisa, sin motivo, y el olor a papel me ha envuelto entre las viejas paredes de la biblioteca. He saboreado el café y he cerrado los ojos para ver su aroma acariciándome la mejilla, y en esa oscuridad han aparecido ciudades brillantes, ligeras, ascendiendo hacia nubes más blancas aún, rizadas por un viento que juega, que miente. Ciudades que no me cantan al oído que las busque, porque en su metal resplandece el brillo de una quimera. Entonces la puerta se ha abierto, los ojos...

© Colleen Corradi Brann...

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Islas Uros, la ciudad sobre las aguas brillantes

© Ana Asensio

© Ana Asensio

Nunca creí llegar a un lugar como éste, a una ciudad vegetal meciéndose sobre aguas gélidas. El cuerpo tumbado en una capa de un metro de totora, bajo el brillante sol del lago Titikaka. Frente a la ciudad de Puno, aún en la parte peruana del lago, se extienden las Islas de los Uros, islas flotantes en un lago de aguas puras pero turbias.

En estas mágicas islas doradas, la acuosa caña rige la vida. Da el suelo que se pisa, las paredes que te abrigan, y un alimento nutritivo. La totora dibuja senderos en el agua, da cobijo a truchas, patos y carachis, y regala una fibra con la que se confecciona todo lo que tu mente decida realizar. El gran lago y sus entrañas gestan una cultura milenaria, que crece arraigada a sus ancestros y su paisaje.

Soy barro, deshecho por el Draa

Descendemos la carretera atraviesa el Atlas, desde Marrakech. El sol dibuja un paisaje totalmente inesperado. La roca pura, partida en piezas geométricas fruto de los cambios de temperatura, adquiere texturas y colores jóvenes, viejos, casi violentos, todo a la vez.

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Fotografía: Ana Asensio Rodríguez

Camina derechito, al Valle del Elqui

© Ana Asensio

© Ana Asensio

De nuevo una cabaña de madera, pero en otro lugar. Ahora no es el mar el que llena de humedad el aire. Atrás quedó Pichilemu y sus grises arenas. Es el río. Un río que casi no bebe lo suficiente para alimentar el pantano, quejumbroso tras casi diez años de sequía.

El Valle del Elqui ve como el Puclaro cada vez enseña más sus íntimos fondos de lodos y tierras de colores, dejando sin alimento a los verdes campos de damascos, paltas y duraznos. Las viñas siguen expandiéndose como una gota de rojiza acuarela en una servilleta de papel, conquistando la tierra seca, hoy húmeda tras la lluvia de hace dos noches, la primera en el valle desde hace demasiado tiempo.