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Vacíos urbanos: reapropiación de espacios abandonados / Valencia

© Anne-Claire Bled

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Hoy en día la ciudad crece, se expande, se densifica. Nuestra época es la de las grandes metrópolis tentaculares de las cuales no controlamos su crecimiento, y en cuyas periferias se acumulan proyectos urbanos desmesurados y fuera de escala. Irónicamente, la ciudad produce en su interior espacios residuales, llenos de contradicciones con la imagen de las grandes megalópolis.

Es el caso de Valencia donde, como en casi todas las grandes ciudades españolas, se puede ver aparecer un número creciente de solares urbanos, espacios vacíos, parcelas abandonadas. «Solares urbanos, vacíos, intersticios»… la terminología para designar estos espacios residuales y fragmentados es amplia, tan amplia como su presencia en la ciudad.

Este fenómeno se nota en diferentes barrios como Benimaclet o el Cabanyal, y más curiosamente, en el centro histórico, Ciutat Vella, corazón patrimonial y lugar altamente turístico, dotado de una rica arquitectura (Lonja de la Seda, Catedral, Mercado Central…).

A unos pocos metros, alejándose un instante  de las sendas turísticas, a la vuelta de un callejón, nos cruzamos con uno de estos solares, coexistiendo con los monumentos de manera casi ilícita en el viejo tejido urbano.

No es raro ver la obra de un artista que ha dejado su huella sobre un muro piñón. En otros casos, son los residentes, los propios vecinos, quienes transforman el solar en un espacio comunitario compartido, como huertos urbanos participativos (por ejemplo, el Solar Corona en el barrio del Carmen). Además, algunos colectivos (La minúscula estudio, Arquitecturas Colectivas, etc) apoyados por el ayuntamiento, han trabajado sobre la reactivación de estos espacios abandonados.

¿Cómo se puede reactivar un solar?, ¿por qué hacerlo?

© Anne-Claire Bled

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Estos lugares dan luz a nuevas prácticas alternativas, nuevas formas de convivencia. Son iniciativas que generan un nuevo modelo urbano, porque ponen en obra nuevos procesos de apropiación y autogestión del espacio. Implican que el ciudadano sea actor de la fabricación de la ciudad, de su propio barrio, y donde el solar se convierte en un laboratorio de experimentaciones. Estos espacios suscitan un interés especial hoy en día, al ofrecer cualidades espaciales únicas, y una oportunidad de repensar la ciudad de manera diferente: desde adentro.

La escala de las ciudades acentúa el aislamiento, y el individualismo. En cambio, los espacios vacíos invitan a poner de nuevo al individuo en el centro de las preocupaciones y de los usos, y a reconsiderar la ciudad a una escala más pequeña: la del barrio, la microescala, y lo comunitario.

No se trata de caer en la ingenuidad del comunitarismo yendo hacia un extremo, proyectando una visión utópica de comunidad, sino recobrar un modo de vida que resituaría al ciudadano en el centro del proyecto arquitectónico y urbano. Para el arquitecto, como para el usuario, estos espacios marginales llaman a la intuición, tocan una fibra sensible como regreso a lo vernacular.

Los solares ofrecen posibilidades infinitas. Dejan espacios vacíos en el corazón de la ciudad, libres a nuevos usos, lugares en los que invertir. Son la reserva de disponibilidad de la ciudad, espacios potenciales. Son, como escribe P.Bouchain : «Lugares portadores de posibilidades en un estado de excepción latente». Habría pues que considerarlos como potencial de revitalización de los barrios (acupuntura urbana) que sufren de una falta de vida.

En el momento en que la ciudad busca ofrecer una nueva imagen (Ciudad de las Artes y las Ciencias, Pabellón Veles e Vents, etc), los solares urbanos transmiten frente a ella la poesía del abandono, del «no lugar», del vacío, y aportan a estos barrios de la ciudad una identidad propia. Se trata de la esencia de lo que define la ciudad. Su futuro se mantiene abierto a posibilidades. «El vacío existe mientras no te lances adentro».

© Anne-Claire Bled

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Texto: Anne-Claire Bled / Imagen  /  Escrito originalmente para  AAAA magazine /Publicado 17 dec 2015

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