Que el origen de la Arquitectura fuera el cobijo es algo que nadie duda. Encontrar un lugar en el que guarecerse de la intemperie, de las inclemencias y los peligros, fue el primer paso de un largo camino. De esta manera, se puede decir que una característica inherente a la arquitectura entendida como hábitat, además de la funcionalidad, es el fácil acceso a ella. El hecho de utilizar materiales cercanos, de fácil acopio, y rápida construcción es, simplemente, de lógica. El germen de toda construcción será buscar mecanismos sencillos para, con esos materiales, cumplir un objetivo: ampararse.
Este concepto en principio tan básico hoy parece haberse olvidado por completo. La arquitectura convencional separa dramáticamente estructura y envolvente, interior de exterior, construcción de paisaje. Esto complejiza el proceso constructivo, lo encarece y lo aleja de sus objetivos básicos. La tendencia de estas edificaciones no es plantear soluciones para problemas (o mejor dicho, situaciones) existentes, sino plantear problemas a los que hay que buscarle solución.
Hasta el desarrollo profundo de la técnica, la sabiduría generacional, observación y experimentación, fueron la base de toda disciplina. Hoy recae sobre ella una acepción despectiva, relegada a segmentos “poco desarrollados” de la sociedad. En el campo de la construcción, a la Arquitectura Popular o Tradicional se le relaciona directamente con pobreza, escasez de recursos o atraso.
Incluso hemos inventado conceptos ambiguos que están en boca de todos, más acordes con una sociedad moderna y emprendedora; palabras como “bioclimático”, “sostenibilidad”, o “bioarquitectura”… ¿qué son exactamente?
¿Acaso no es esencia de la arquitectura el tener en cuenta las condiciones climáticas?, ¿el aprovechar los recursos?, ¿el dotar de habitabilidad un espacio?