Existe entre la arquitectura y la estética una inseparable relación, de creación y recreación sin fin, de modo tal que finalmente el mundo estético es también un paisaje. Las formas de las ciudades, su trazado, la topografía de su suelo, los edificios que en ellas se levantan, se muestran como agentes socialmente relevantes, a tal punto que son capaces de participar del proceso creativo que se lleva a cabo en el arte, la música, la literatura, etc.
La mayoría de las veces, dicha relación es asumida de forma inconsciente, a modo de una estructura que está tan arraigada en la ciudad y sus habitantes que estos no logran verla de forma detallada. Por una parte, con ello ignoramos cómo a cada trazado se sigue una forma de creación particular, dada por las sensibilidades e inquietudes que dichas líneas van despertando. Y por otra, olvidamos la capacidad de estos espacios materiales para meterse en nuestra vida, entrelazando el presente y el pasado, haciéndonos visible la vida misma a través de ellos.
Por eso si se quiere saber cómo y por qué se vive y se crea de tal forma, se hace indispensable hacer hablar a las ciudades, a sus fragmentos, calles, objetos, a cada rincón lleno de experiencias retenidas en las edificaciones, y por su puesto observar cómo dichos espacios condicionan dichas experiencias: Lo que acontece, las identidades y sus significaciones.