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El arquitecto que asesinó a la luna

La creatividad nunca tiene un camino preestablecido. Es un flujo cuyo cauce se adapta a la orografía personal, serpenteando suavemente entre las diferentes ideas y circunstancias del creador, para acabar desembocando en lo creado a través de una herramienta. Estos factores, en su mayoría, no están bajo el control de aquél que crea, ni siquiera esas herramientas, que muchas veces son una simple horma donde encajan los deseos creativos.

Pero vamos a fijar la atención en las circunstancias. Acontecen sin falta, a cada uno de nosotros, y no son más que la confluencia de situaciones azarosas, producto a su vez, de otros cientos de miles de cadenas infinitas de azar (cadenas que mucha gente se obsesiona con llamar destino y son sencillamente historia). Las connotaciones de estas circunstancias azarosas, que condicionan la creatividad, son «grosso modo» y perdón si no me embarro demasiado, positivas o negativas, ya que reportan un beneficio, o una pérdida, generando respuestas emocionales a su alrededor. Por tanto, se puede afirmar que la tranquilidad o la felicidad al igual que el asco, la tristeza o la ira son efecto de las circunstancias vitales que nos acontecen. Así, se constituye por sedimentación esa geología de valles y montañas por los que fluye la creatividad, desembocando en obras.

Entonces, si se puede crear desde circunstancias reales ¿se podría crear desde circunstancias ficticias? La imaginación, la meditación y los sueños son potentísimos catalizadores de experiencias, que aumentan exponencialmente las posibilidades de choques y distorsiones. Estos, son la puerta nuevos caminos, que a su vez provocarán nuevos puntos de partida, abasteciendo a ese río a la hora de crear. Pero, qué sucedería si estas experiencias oníricas nos reportasen vivencias extremas, que la vida diaria no nos permite, por cuestiones morales y/o legales,  acumular entre nuestras experiencias. ¿Qué sucedería tras acumular la vivencia de las perversiones más ocultas, o de los actos más bondadosos?

¿Se podría proyectar una obra desde el asesinato?