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Reproducción

Pensé que había llegado la hora de reconsiderar el propio hecho de admirar las esculturas al aire libre, ya que ello presupone campo abierto y árboles y luz solar, un malentendido muy tenaz: como si el arte tuviera más que decir (o lo dijera más amablemente) en un entorno natural (en este caso, con la forma de un parque victoriano). Pero los Caro, King y Turnbull se comportan muy bien sin su agraciada presencia, ya que hoy en día el arte es singularmente autónomo. Es, de hecho, especialmente urbano en esencia; a menudo sorprendente y provocador. Si habla de la naturaleza de algún modo es a través de la metamorfosis, pero de lo que habla en primera instancia es de sí mismo.

VAN EYCK, Aldo ~ Pavilion Arnhem: A place for sculpture and people

En el verano de 1966 se produjo en Holanda un hecho asombroso.

En el Park Sonsbeek de la pequeña ciudad de Arnhem se estaba inaugurando un pabellón efímero para esculturas a cargo del arquitecto Aldo van Eyck. La construcción se erigía exactamente en el mismo lugar que había ocupado once años antes otra para el mismo propósito, obra de un maestro de la generación precedente, Gerrit Rietveld.

Con la peculiaridad de que el pabellón anterior seguía existiendo.

Para hacer esto posible, había surgido a principios de los años sesenta todo un movimiento a favor de la reconstrucción de la estructura diseñada por Rietveld, encabezado por amigos, colegas de profesión y empresarios con gran peso en la industria holandesa. La razón para rescatar esta obra perdida en los vaivenes del tiempo era ni más ni menos que honrar a toda una insignia de la arquitectura moderna en los Países Bajos, un participante de los primeros CIAM y el creador de uno de los emblemas de la modernidad, la Casa Schröder, construida en 1924 y hoy patrimonio de la UNESCO.

Gerrit Th Rietveld · 1954-5 · Sonsbeekpaviljoen (maqueta)

Islas Uros, la ciudad sobre las aguas brillantes

© Ana Asensio

© Ana Asensio

Nunca creí llegar a un lugar como éste, a una ciudad vegetal meciéndose sobre aguas gélidas. El cuerpo tumbado en una capa de un metro de totora, bajo el brillante sol del lago Titikaka. Frente a la ciudad de Puno, aún en la parte peruana del lago, se extienden las Islas de los Uros, islas flotantes en un lago de aguas puras pero turbias.

En estas mágicas islas doradas, la acuosa caña rige la vida. Da el suelo que se pisa, las paredes que te abrigan, y un alimento nutritivo. La totora dibuja senderos en el agua, da cobijo a truchas, patos y carachis, y regala una fibra con la que se confecciona todo lo que tu mente decida realizar. El gran lago y sus entrañas gestan una cultura milenaria, que crece arraigada a sus ancestros y su paisaje.