Ruta 5 Norte. Por la Panamericana
Ruta 5 Norte. Por la Panamericana, que corta como un cuchillo el desierto en dos. Desierto florido sólo instantes, que ahora luce árido, color café con leche, con la pesada carga de la neblina perpetua sobre su tostada piel.
Nada a la vista, además de arenas planas y algunos arbustos, un árbol seco y pequeños altarillos a los lados de la carretera. Hacia adelante, sólo lo que la espesa niebla te permite ver: la sensual línea de una cuesta arriba y cuesta abajo constante, como una danza; un movimiento horizontal, como un cuerpo atravesando el inquieto mar.
1180 km recorridos desde que dejamos Santiago, y vuelve a anochecer. Pasamos la animita de la carretera que cumple deseos y le regalan peluches. Jara sentada en la cama y yo en el suelo de este camión azul que parece una nave espacial en algún planeta inhabitado. Me hace trenzas en el pelo, mientras Marcos conduce por esta recta llena de baches.
Aguasverdes. En la radio irrumpe el reggaetón; en los bolsillos, pinzas de jaivas de la costa de Chañaral; en el estómago, una empanada de ostión-queso; en la nevera, tomate, fruta, arroz cocido y queso-merkén. En el cielo, estrellas y una luna que ya va saliendo como una fina sonrisa a estas arenas que ya son el paisaje eterno.
1450 km recorridos, y a punto de llegar a nuestro destino de hoy, y última parada en el camión: Baquedano. Después, Marcos continuará hasta Iquique, donde descargará las 20 Toneladas de productos de supermercado que transporta. Antes llevaba explosivos. Tenía que viajar con un escolta armado a su lado; dormía en hostales, y no en la linda litera de la cabina como ahora, ya que durante la noche el camión era custodiado por carabineros. Así trabajó dos años, tras la muerte de sus padres, para poder comprar una casa para su hermana pequeña, y pagarle la universidad.
En el camino a Baquedano, y desde hace ya más de 600 km, el masculino norte chileno se hace patente. El sol resbalando por las amarillentas y canelas lomas del desierto, y sus puntiagudas rocas recibe el vudú de miles de agujas metálicas, que son hierros de refinerías, plantas cementeras, fábricas de explosivos, polvorines, líneas de ferrocarril que no se pensaron para transportar personas sino metales, polvos minerales y sulfuros. Humo en el aire.
En este desierto, en este mundo aparte donde la vida no es un oasis sino una carretera, la fruta una mina, y la abeja un camión, dos extranjeras como nosotras, con nuestros veintitantos años cantando en trenzas de colores, despistamos en cada gasolinera o resto-bar. Un mundo en movimiento, corazón latiendo por todo un país, generador de riqueza y “prosperidad”, a costa de desalmar un paisaje que se mastica en la boca. Será por eso que la carretera se protege con animitas, a las que todos los camioneros temen y respetan.
Ningún lazo natural envuelve esta tierra, ningún hilo teje la ciudad. Sólo las frías noches y el caluroso sol siguen respetando las leyes de la naturaleza. Sólo el abandono y la muerte, o el constante pulular de la vida, ponen un reloj a este lugar por el cual el hombre pasa arañando apenas su corteza, para después enterrarse en sus entrañas.
Texto: Ana Asensio Rodríguez / Fotografía: Ana Asensio Rodríguez / Primera publicación: Arte sin Blanca / 24 de Octubre de 2013