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Neo-neoclasicismo. Yoann Lemoine.

Por los bajos fondos de internet, me vengo cruzando con proyectos bastante ridículos que se consideran a sí mismos «modernos» por seguir una configuración volumétrica ecléctica. Suelen ser composiciones que harían las delicias formales de Rietveld, mezclando planos de distintos materiales sin ton ni son. Si entráis en cualquier página de recursos para programas 3D, se os rizarán las barbas del espanto, prometido. En realidad, lo ridículo del asunto tiene un trasfondo no tan ridículo y sin embargo bastante preocupante, y es que esta patética situación surge de considerar la asimetría un elemento moderno, y por oposición, los recursos clásicos como algo arcaico.

Desolacion absoluta

Cuando buscas «Proyectos de arquitectura» en Google, esto es lo que sale. Desolador.

Antes de empezar este simposio de cantimpalo más o menos largo las cosas claras: Sería muy hipócrita si ahora me dedicase a desentrañar la hermenéutica de los tratados sobre simetría, proporción y decoración helénica que llevan cientos (incluso miles) de años dando vueltas por el mundo, cuando ni me he leído los «Diez libros de la arquitectura» de Vitrubio, ni tengo intención de hacerlo a corto plazo. De hecho creo que la simetría se sigue utilizando como una excusa compositiva, mayoritariamente sin una base ideológica firme. Sin embargo su uso en determinadas obras y situaciones potencia el efecto de la narración, el entorno o la eficacia de otros efectos subyacentes.

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Cartel creado por «Saatchi&Saatchi» para la promoción del Schusev State Museum of Architecture en Moscú, donde invita a descubrir lo que subyace bajo la realidad visible de los edificios más representativos de Rusia.

El clasicismo se está convirtiendo en algo moderno, me explico: todas las connotaciones positivas que, para el público en general llevaron en un momento dado las construcciones con frontones, columnas y otras parafernalias decorativas y proporcionales (sobre todo para el público americano, que les costó y les cuesta aún lo suyo no ponerle frontones a las cosas) están transformándose en un elemento marginal, con un consiguiente e inevitable atractivo, que asociado a las nuevas tecnologías están recuperando diversos autores. Esta revisión no deja de ser parte de las idas y las vueltas del arte, lo nuevo nunca es nuevo, sino algo viejo, reinterpretado. Esto es algo que Mies aplicó a sus principios creativos con relativa naturalidad y solvencia, y que intentaron con torpeza (en general) los posmodernos, siendo un grande del cine el que se colocó la simetría por bandera con relativo éxito. Kubrick utilizaba esta simetría y las proporciones para dotar de énfasis los planos de sus películas, desde un fusilamiento de inocentes, hasta un astronauta haciendo ejercicio, pasando por la trama de una simple moqueta, o una escena del Moloko-Milk-Bar (con sus propias «cariátides» lecheras). Casualmente, de forma contemporánea al desarrollo de «El Resplandor», Sáenz de Oiza desarrollaba el banco BBVA, homenaje a la raíz cuadrada de dos, de la cual parten todas las proporciones de este edificio, ejemplo de una reinterpretación de la proporción tremendamente moderna.

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Con todas las turbulencias económicas del momento que vivimos seguro que la sangre se derrama por la torre de Oiza igual que en la película de Kubrick.

Desde este pequeño repunte dignificador se han sucedido algunos intentos sobre todo por parte de artistas más visuales, como Wes Anderson, que se ha apropiado de las técnicas de Kubrick añadiendo escenarios decadentes con algunos toques particulares de slow motion y movimientos de cámara. Pero para mi gusto, en la actualidad hay un tipo que no solo ha rescatado el clasicismo más puro de los bajos fondos y lo ha sacado a flote, sino que además lo ha transmutado salvajemente mediante tecnología informática e infográfica puntera. Estoy hablando de Yoann Lemoine, más conocido como Woodkid.

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Captura del concierto en el teatro Grand Rex que Woodkid dió en 2013. El Grand Rex es el primo grande y Art Decó del Calderón de Madrid. Fotografía de Géraldyne Masson.

Este tipo de 31 años, toca todos los palos de la creación: ilustración, infografía, animación, música… lleva 10 años haciendo videoclips para gente de la talla de Moby, Katy Perry, The Shoes, o Lana del Rey. Pero hace casi cuatro años decidió dar un giro y bajo el pseudónimo de Woodkid, comenzar a componer. Componer, en toda su amplitud, ya que para comprender su composición musical es inevitable acompañarla de su producción visual. Yoann Lemoine crea música siguiendo pautas orquestales bajo estructura «pop» (de hecho su estilo se define nada menos que como «Pop Barroco«), donde las estructuras de intro-frase-estribillo se ven arropadas por orquestas completas, clavicordios e incluso taikos japoneses. Este clasicismo musical es tan intenso que afecta a los remixes que realiza sobre temas ajenos, como este «So American» de Portugal the Man, o «Sad Remix» del ultraexplotado «Happy» Pero la creación visual y escénica no es menos. En «Iron«, su primer vídeo como Woodkid, abundan las figuras humanas y animales en continuo escorzo, simetría y contorsión, figuras bañadas en luz blanca y negra bajo la mirada del frío mármol, atisbando de vez en cuando, la visión de un imponente órgano art decó. Es en «Born to Die» el videoclip que realizó para Lana del Rey, donde se puede observar cómo esa ambición neo-neoclásica toma forma bajo una capa de dramatismo shakesperiano. En él Yoann utiliza de escenario la capilla y las habitaciones del palacio de Fontainebleau, tratando a Lana del Rey como una diosa, custodiada por dos tigres y coronada con flores (coronas de flores que se extenderían como la pólvora entre el moderneo femenino), una escena más propia de Jacques Louis David que de una recreación por ordenador. En el video además «juega con la luz«, pero de verdad, trabajando los espacios mediante la recreación de luces variables que se deslizan suavemente por el mármol y la madera del imponente palacio francés.

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Lana del Rey sentada en la capilla de Fontainebleau.

En «Run Boy Run«, su segundo videoclip, esa revisión neo-neoclásica se deja ver sin tapujos, transformándose en un video de tres minutos y medio donde la trama, que gira respecto a un niño a la carrera (que de golpe se puede convertir en el «galo herido«, quien sabe) se mezcla con visiones de una ciudad totalmente Art Decó, muy cercana al futurismo italiano de Saint-Elia, incluso con algún edificio que recuerda directamente al Tribune Tower de Eliel Saarinen. Woodkid nos muestra una urbe bañada por las nubes, hecha enteramente por ordenador, en definitiva, una ciudad con la que los amantes de V-Ray ni siquiera sueñan. En esta ciudad se pueden ver pilonos, banderas ondeando, placas de mármol labradas con ornamentos geométricos, haciendo atmósfera sin caer en el recargo burdo de la decoración o el drama gratuitos.

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Fotograma final de Run Boy Run.

A estos dos videoclips les siguen dos más cargados igualmente de simbolismo clásico. En la actualidad, Yoann Lemoine utiliza para sus fastuosas puestas en escena sistemas de escaneo y recreación de modelos 3D para dar más énfasis a sus actuaciones y composiciones, que han evolucionado hasta el punto de crear clips y entornos completamente generados por medio de tecnología CGI. Esta reproduce el movimiento y las caras de personas reales permitiendo la absoluta mezcla de realidad y ficción, como en el videoclip de «Jewels» de Black Atlass, con menos de un mes de vida (si os fijáis, en una escena podréis toparos con Laoconte y sus hijos).

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Recreación 3D del propio Woodkid mediante cámaras que, en directo, captan y escanean los movimientos y los transmiten a las pantallas, recreando posiciones y movimientos de cámara que serían imposibles en una grabación en directo estándar.

En arquitectura, la tecnología creativa más puntera la aportan los fab-labs y los programas infográficos, que en la actualidad totalmente absortos, como vacas pastando, con el mundo paramétrico y sus erótica imaginería, y muchas veces no ven que el trabajo de gente como Yoann Lemoine deja entrever posibilidades de revisión crítica de ciertos aspectos creativos basados en la riqueza de la interferencia artística, que aplicados a la interpretación espacial, podrían devolver una cantidad de experiencias totalmente enriquecedoras para evitar el estancamiento formal y, ya que estamos, a lo mejor hasta podrían solucionar aquel cliché de «mi chalet es moderno porque es asimétrico«. ¿No?

Manu Barba