La Capitalización del Movimiento
Día a día, millones de personas se ven obligadas a pasar un buen número de horas detenidas en la congestión vial de ciudades atrapadas en su propio tránsito. Las ciudades, con su gente y sus rutinas, crean fuertes inercias pendulares que generan un movimiento rítmico y secuencial.
Moverse de arriba abajo, de izquierda a derecha, a cierta hora y ciertos días de la semana, es inevitablemente parte de la vida cotidiana, con tiempos y rutas que se piensan o desean calculables. De ahí que gran parte de la irritación ciudadana provenga del entorpecimiento de los desplazamientos.
Porque el accidente de tránsito, la remodelación vial o la marcha funeraria, atentan contra uno de los valores más preciados que el humano posee: su tiempo.
Así, moverse libre y ágil a través de la ciudad, se ha convertido en uno de los mayores lujos y deseos del ciudadano. Para responder a esta necesidad, existen empresas que venden automóviles compactos y capaces de alcanzar grandes velocidades al tiempo que guardan cómodos y seguros el espacio y las pertenencias personales. Y hay también quienes responden para los que este sueño de movilidad libre es un poco más difícil de alcanzar, camiones que vienen y van, de aquí a allá, de norte a sur y de este a oeste. A velocidades y tiempos indefinidos, en condiciones infrahumanas, con el espacio personal suficiente apenas para respirar; a total merced de la educación vial y el estado de ánimo de un solo conductor que decide por todos; y a precios ridículamente altos comparados con lo que la mayoría de sus usuarios gana semanalmente.
De esta manera, en la molestia que significa desplazarse en transporte público, hay un solo pensamiento que conecta a los usuarios: salir de esta pesadilla invirtiendo todos los ahorros de una vida en comprar un auto. Que lejos de solucionar el problema, representa más gasto y agrava la condición de las ciudades transitadas. Caminar, andar en bicicleta o patinar para trasladarnos de un lado a otro sería lo más sensato que podríamos hacer como ciudadanos para realizar nuestros desplazamientos cotidianos. Andar es una invitación a una nueva forma de pensamiento, a la reflexión, al respeto a nosotros mismos y a nuestro entorno. Y es también, en un mundo saturado de consumo y dióxido de carbono, un acto de protesta y negación.
Caminar es gratis. Es un cero a la izquierda en los números mercantilistas. No genera y no produce, y por lo tanto, no importa. De esta manera, hasta resulta peligroso cuando no se toma en cuenta al peatón en los cruces de semáforo; al ocupar las aceras con todo menos con espacio libre y transitable para el transeúnte y al no respetar (en caso de haber) las ciclo-vías.
En los tiempos que vivimos, todo es consumible, y las grandes empresas se han encargado de hacernos creer que debemos comprar hasta nuestros desplazamientos dentro de la ciudad que habitamos. Hay estudios que revelan que quedan cerca de solamente diez años más de petróleo. Y aunque fuerte y claro lo dice Arturo Rosenblueth en su denso escrito Sueño rural e insomnio urbano: “mucho puede decirse del problema de tránsito urbano (…) en un país cuya economía depende del petróleo y que desperdicia buena parte de este recurso energético no renovable en el tráfico estancado de sus concentraciones urbanas.”, parecería no alarmar mucho a las grandes vendedoras de combustible. Porque con todo y su poder, no se han molestado en tratar de controlar el problema más que con el aumento de los precios del petróleo. Como si tuviesen alguna reserva secreta para mantener su monopolio funcionando durante una era más.
Habrá que esperar a ver la luz al final del túnel para el peatón o a ver qué siniestro plan tienen las empresas para capitalizar el nuevo modo de movilidad de los próximos años. Por mientras, que andar siga siendo una protesta.
Texto: Jorge Armando Quevedo / Fotografía: Elsa Solorio Borbón / Escrito originalmente para the AAAA magazine / Cita: Jorge Armando Quevedo “La capitalización del movimiento” / Fecha 06 mar 2014