Arte y arquitectura: El discurso de Diógenes / Manuel Marchant
¿Podemos explorar la memoria desde la destrucción material? ¿Puede ese colapso reivindicar un presente diferente, ligado a un pasado que recordar?
Hace algún tiempo conocí en Chile el trabajo de Manuel Marchant, un arquitecto seducido por la magia de la memoria de lo construido (y de lo destruido), y las vidas superpuestas como estampas que los lugares albergan, o que con ellos desaparecen. Algunos años han pasado ya desde esa obra fotográfica («Fábricas, a escena del crimen») hasta el actual proyecto, pero la profundidad de sus imágenes pervive.
La fotografía y postproducción de Manuel son una acumulación y una catarsis, son creación a partir de lo que desaparece, y las lecturas que se pueden sacar de ello son una amalgama entre vidas y arquitectura, entre sociedad y economía, entre pasado y presente, ligadas por el lenguaje gráfico de dos únicas dimensiones, la fotografía, que obliga al tiempo y la elevación a frenarse durante un instante parado de reflexión.
Ana Asensio (AA): Eres arquitecto de profesión, pero también fotógrafo y artista visual. ¿Qué relación estableces entre los campos que ocupas? ¿Cuál es su hilo conductor?
Manuel Marchant (MM): Una clasificación tradicional de las artes plantea la existencia de artes de la espacialidad (arquitectura, plástica, escultura) y artes de la temporalidad (música, cine). Pienso que estos campos no son excluyentes: en la arquitectura, la escultura y la plástica, hay también temporalidad; por ejemplo: el recorrido en la arquitectura, el entorno en la escultura, y las secuencias o series fotográficas de disparo múltiple, construyen el instante y sus micro momentos.
Yo experimento con lo que se despliega en el tiempo, trabajo con una cierta poética del acontecer, en la que espacio y tiempo se integran en la memoria. ¿Cómo era un determinado lugar? ¿Cuántas imágenes son necesarias para su representación? ¿Es posible fijar el acontecer? ¿Hay una memoria espacial de los hechos?
La arquitectura contemporánea abandona la materia, por ejemplo, la ciudad es percibida desde la autopista, como una sucesión de eventos que quizás no volvamos a ver. Parodiando a Heráclito, podemos decir “la ciudad (el río) en el que te sumerges hoy, no es la ciudad (el río) en el que te sumergirás mañana. Esta desmaterialización del espacio y su transformación en puro acontecer y memoria me impulsa a trabajar con los distintos medios que señalas.
AA: Como arquitecto tienes una gran experiencia en patrimonio, reconstrucción y emergencias, todas ellas vinculadas por el lazo de la identidad colectiva. ¿Qué es para ti la identidad de un lugar? ¿Cómo la analizas? ¿Cómo se reconstruye?
MM: Soy del sur americano y andino, vivo en una tierra que es un balcón precario, inestable, los terremotos, tsunamis y volcanes, son parte de nuestra cotidianidad y una posibilidad latente en cada instante del día o la noche. Lo que hoy existe probablemente mañana puede no estar. El caso de los tsunamis es radical en su capacidad de hacer desaparecer las huellas del habitar humano, esto define la identidad de un pueblo y se expresa en el inconsciente y en los procesos creativos.
Cuando he participado en procesos de reconstrucción, la tarea primera y más difícil es la reconstrucción del tejido y la memoria social: ¿Quiénes éramos?, ¿dónde estábamos?, ¿quiénes faltan?, ¿podremos volver a ser sin aquellos que ya no están?, ¿cómo reconstruiremos nuestra identidad? Son preguntas que surgen al trabajar con comunidades devastadas.
Los equipos de trabajo deben ser multidisciplinarios, arquitectos, trabajadores sociales, antropólogos, psicólogos, técnicos; deben sumergirse en la comunidad para nutrirse de la memoria y la historia de los afectados. Es la memoria de la comunidad y sus necesidades inmediatas las que van dictando las prioridades y el programa de reconstrucción.
Se reconstruye a partir de la memoria colectiva y de la energía del lugar. Sin una comunidad activa, protagonista y comprometida, todas las acciones son inútiles. Es por eso que muchas veces fracasan los intentos de reconstrucción a partir de las políticas del Estado que ignoran la identidad colectiva y se centran en el “caso a caso”.
AA: Como fotógrafo exploras constantemente el concepto de memoria, íntimamente relacionado con la identidad, a través de espacios arquitectónicos. ¿Podrías explicar brevemente qué es para ti el concepto de memoria en el entorno construido?
MM: En la Serie Fábricas rescato rastros antiguas ocupaciones. Siempre hay en un lugar vacío o en estado de abandono vestigios de su anterior destino. Cualquier hallazgo del lugar entrega pistas de lo que anteriormente aconteció. El contrapunto entre hallazgo y lugar es la nomenclatura por medio de la cual podemos establecer la identidad original de un emplazamiento. Esta es una metodología propia de la arqueología y del fotógrafo cuando trabaja como perito judicial y trata de fijar “la escena del crimen”.
Así como la arquitectura desmaterializa el acontecer, en una suerte de viaje inverso deja rastros constituyentes de identidad.
Un tercer eje es la subjetividad del observador, su interioridad, la memoria del que crea y que sintoniza con aspectos del lugar y los revela. Esta huella o registro del tercer eje es también importante en mi manera de explorar el concepto de memoria, la imagen constituida por disparos múltiples es luego reescrita digitalmente incorporando en ella grafismos y coloraciones evocadoras del entorno externo e interno del lugar. El lugar que yo veo es un lugar distinto al que tú ves, aunque las coordenadas que indica el GPS sean las mismas.
AA: Trabajas la memoria como una superposición de capas. Lo vimos en «Fábricas», y lo continúas explorando en tu último trabajo «El discurso de Diógenes». Capas acumuladas, yuxtapuestas, sacadas a la superficie. ¿Es una reivindicación?
MM: El acontecer y la memoria tienen algo que podríamos denominar “espesor”. El acontecer no es la noticia periodística, ésta es solo un punto emergente del acontecer. Cuando digo acontecer hablo del modo poético de la realidad: el acontecer adviene en el corazón del hombre, es allí donde reside. Entonces las capas sucesivas, de experiencia y memoria colectiva, van configurando y constituyendo el acontecer y los espacios de la ciudad.
Los sitios baldíos de la urbe, aquellos lugares sin ocupación que han perdido su destino original y están en trance de ser redestinados, evocan mundos posibles, proyectos y capas sucesivas de intencionalidad y deseo. La pura extensión sin destino u ocupación remite a una fenomenología del ser en toda su plenitud. Una fenomenología del ser que no tiene que ver con posiciones de poder o tener, sino de amplitud, imaginación y extensión humana.
Tanto en Fábricas como en El discurso de Diógenes hay un aspecto de reivindicación del ser y de la libertad humana frente al control, el poder y la amenaza de una civilización basada en la acumulación y el consumo.
AA: Respecto a este último trabajo que recupera la filosofía de Diógenes , utilizas como escenografía un outlet tras un incendio. ¿Cuál es la aproximación a la memoria desde este «bautismo de fuego»?
MM: Respecto al lugar, en él se vende a menor costo los excesos de producción no vendidos en mercados de primer valor, se liquidan excedentes de mercadería en una canal distinto al habitual, reconfigurando oferta y estructura de precios. El valor monetario del producto es relativo en tanto el excedente de la producción deviene en “basura” no consumida y que debe ser liquidada a la brevedad.
Esto nos plantea un tema fundamental de la actual forma de acumulación de capital, mediante la transformación vertiginosa de la producción en mercancía, la mercancía en deseos impuestos y el consumo en una acumulación de excedentes superfluos. El consumo de lo desechable requiere un ejercicio brutal de supresión de la memoria. El consumidor, el acumulador, es un ente sin memoria, sin recuerdos, deshumanizado y desprovisto de su ser político. El “bautismo de fuego” mediante la puesta en escena de la materia calcinada, nos recuerda que el Ser prevalece sobre el ente y sobre los entes. Es lo fundamental en mi propuesta de reivindicación del discurso de Diógenes.
La oferta de Alejandro Magno a Diógenes – Pídeme y te lo concederé-, es la oferta utópica del mercado capitalista en su actual modo de acumulación delirante y no reciclable, es decir, los bienes no circulan en el ámbito de la naturaleza, del ciclo del día solar, de su egreso e ingreso a la tierra, sino al contrario, los mega equipamientos de mercancía aspiran en su desmesura a estar abiertos las 24 hrs. La respuesta de Diógenes -no me des sombra-, es la respuesta desde la naturaleza del ser original, es el sol la máxima aspiración del sabio, la luz.
AA: ¿Cuál crees que es la responsabilidad del arquitecto y el artista en este panorama socioeconómico que describes?
MM: En tanto expresión de la poiesis (crear y producir), el arte y la arquitectura están íntimamente relacionados, esa delicada metamorfosis de una cosa en otra, de una necesidad a un encargo, de un proyecto a una obra, en el caso de la arquitectura y de una ensoñación, a una forma o materia estética en el caso de un corpus de arte.
Esta tensión de la poiesis, se instala en el cuerpo histórico del arquitecto o del artista, lo confirma como sujeto crítico de la realidad urbana, le exige estar atento a las demandas y fracturas de la sociedad. No es posible desatender las urgencias de la polis, entendida ésta como el lugar en el que la fractura o grieta social se hace visible.
Tenemos una responsabilidad ineludible como ciudadanos, como sujetos históricos que formamos parte de una sociedad: esto es anterior y simultáneo a nuestra condición de arquitectos o artistas.
No es fácil, en una civilización orientada al consumo compulsivo y la acumulación, atender las demandas y urgencias de los no incluidos en el ciclo de producción, distribución y consumo (pobres urbanos y rurales, inmigrantes, refugiados, minorías); sin embargo es urgente construir y configurar redes de conciencia social donde, tanto el arquitecto como el artista, desplieguen su oficio creativo orientado a la liberación del ser humano, despejando el horizonte de las fracturas y mecanismos de alienación que hoy saturan el discurso y la vida cotidiana de la ciudad y los territorios.
AA: En la dirección opuesta a cómo comenzamos la entrevista (tu exploración de la memoria acumulada), y haciendo el ejercicio a la inversa ¿Podrías esbozarnos un entorno cultural y material futuro, partiendo del panorama actual?
MM: No es fácil esbozar una visión proyectual de un entorno cultural y material futuro, sobre todo, teniendo presente la ruptura y el quiebre de los paradigmas alternativos al desarrollo capitalista.
Tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de los socialismos reales, la sociedad ha quedado huérfana de visiones utópicas, es el masivo y errante devenir humano con sus luces y sombras, con su deseo permanente de mayor justicia, igualdad y libertad, el que se yergue en soledad frente al sistema y los mecanismos de alienación.
Se requiere un gran esfuerzo colectivo de imaginación y fe para configurar nuevos paradigmas comunitarios, en los que palabras como solidaridad, comunidad, cultura, libertad e igualdad vuelvan a tener sentido. Hay aquí un gran desafío para las escuelas de arte y arquitectura, formar generaciones lúcidas y comprometidas con el diseño y la configuración de un orden social más justo.
AA: En base a lo anterior, ¿cuál crees que es tu ciudad utópica? ¿y tu distópica?
MM: Me parece que en 1972, Ítalo Calvino publicó “Las Ciudades Invisibles”, debo haberlo leído probablemente durante 1985. A propósito de utopías, este libro fue para mí, en aquella época en Chile, una fuente de agua para un sediento. Hay en ese texto una cifra misteriosa de ciudades utópicas, que brotan y crecen de la fértil imaginación de Calvino. Describe el autor en ese libro ciudades posibles e imposibles, deseadas y no deseadas, latentes todas, sin embargo, en la metrópolis contemporánea.
Creo que en la ciudad de hoy están las cifras o códigos de la ciudad que anhelamos para el futuro, no es posible partir de cero; sin embargo, es preciso reinventar el oficio todos los días para poder colaborar en la construcción de las “espléndidas ciudades”.
Frente a la actual carencia de un discurso político coherente, necesitamos que el proyecto de una Ciudad Utópica sea rescatado desde las conversaciones, sueños y consuelos que seguramente se susurran en los campos de refugiados, en los campamentos y extramuros urbanos, en los hospicios y lugares de abandono. Ahí están los cimientos, los fundamentos de una nueva arquitectura.
“Entre tanto, estamos en la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de real ternura. Y a la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.” (Rimbaud)
AA: ¿Cómo será el papel del arquitecto en ellas?
MM: El arquitecto tiene, desde ya, la misión de generar las líneas y el perfil de esa ciudad posible, su papel será el de un traductor de sueños, tendrá la misión de hacer trazable, construible, palpable, los anhelos, encargos y programas colectivos de una nueva humanidad. Para esto es fundamental que se vinculen los movimientos sociales, la discusión y las propuestas para construir un nuevo orden social.
AA: Una idea lanzada al aire, de despedida…
MM: Espero que estas palabras sean útiles y constituyan un estímulo para los nuevos ojos jóvenes, o para los que no tienen perspectiva, aquellos que están impedidos de ver: queremos creer que la ciudad para todos será una ciudad posible, y que la energía colectiva destinada a imaginar un mundo mejor en algún momento dará frutos generosos que se multiplicarán.
Texto: Ana Asensio (entrevistadora) y Manuel Marchant (artista) / Fotografía: Manuel Marchant / Realizada en exclusiva para AAAA magazine / Fecha 15abr 2016 /
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