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Antonio Jiménez Torrecillas (1962 – 2015) / Arquine

A un mes de su pérdida, recordamos de nuevo al arquitecto granadino, a través de este homenaje en forma de artículo, escrito para Arquine [accede a la publicación original aquí]

Era Marzo, primer año de carrera y un amigo mío y yo decidimos saltarnos la sesión de proyectos para asistir a una clase de la que nuestros compañeros hablaban emocionados. Allí estaba él, una figura alta y enjuta atendía a las exposiciones de los alumnos sobre un proyecto de un cubo de 3x3x3m. Esta figura abría los ojos como platos ante los tímidos atisbos creativos que aparecían en estos cubos. Él, con la maestría de un labriego separaba la paja del grano a través de la ilusión, que transmitía con unos discursos que, aunque todavía no entendíamos muy bien, facilitaban la inmersión en la doctrina de la arquitectura. Cuatro años después, pese a que la enfermedad ya lo estaba atacando, la pasión que transmitía en sus clases seguía impoluta.

interior de la muralla nazarí ©Juan José Tenorio Feixas

Y es que esa ilusión con la que ejercía la docencia, era la misma con la que trataba la luz y los materiales en sus proyectos. Torrecillas (como le llamábamos los alumnos de la escuela) era el catedrático de la luz andaluza, porque la conocía y controlaba a la perfección, pero al mismo tiempo era su amante, porque cuidaba que en su relación con la sombra, tan necesaria en el sur de España, la luz viera sus necesidades satisfechas, acariciando la arquitectura y revelándose al visitante en su máximo esplendor.

Así en 2006 se inaugura su la restauración del lienzo de la muralla nazarí de San Miguel Alto en Granada. Un lienzo de granito con un recorrido interior que se baña en la tímida luz de las rendijas y el color de la piedra, en sorprendente armonía con el masivo adobe de la muralla original. Esta misma luz es la que vive en el centro José Guerrero, un espacio de exposición de la obra del artista granadino casi en contacto con la catedral de Granada. Aquí, se vela tras los vidrios semitransparentes de ventanas y corredores, para dejarla explotar en el ático, invitándonos a revolotear como gorriones sobre las tejas de la catedral de Granada.

Sin embargo Torrecillas, se había convertido en catedrático a través de una tesis doctoral hecha en bicicleta, bajo el sol de la vega de Granada, sumergiéndose en la idiosincrasia de lo rural. Días y días, sólo o con sus alumnos, aprendiendo de los secaderos de tabaco y asumiéndolos para sí, no solo como tipología sino como manifiesto de intenciones. Modernizó la ciudad desde lo aprendido en el campo, y no al revés, utilizando azadas, rastrillos, palos y ladrillos, cosas que siempre habían estado ahí y de las que en algún momento nos olvidamos.

Con estas herramientas, incluso escaló el monte de la Sabika y proyectó el Museo de Bellas Artes del palacio de Carlos V, en la Alhambra. En esta adecuación de los espacios palaciegos para salas de exposición realizada en el año 2006, utiliza algo que podría definirse como «casi nada», una «casi nada» que transforma hasta el aire que se respira tras los muros de piedra, la serliana y los óculos del palacio. Su intervención en el palacio no acaba aquí, ya que en 2014 inaugura un ascensor resolviendo un dificilísimo recodo en el punto de encuentro del patio circular y la distribución ortogonal.

Aunque algunas veces sus proyectos no eran comprendidos del todo, su capacidad de diálogo vestida con su particular sonrisa, conseguía acercar posturas incluso en casos como el de la muralla nazarí, o su proyecto de restauración de la torre del homenaje de Huéscar. Esto sólo lo podía hacer alguien que no separa la faceta de arquitecto de la de hombre, que vive como proyecta y proyecta como imagina. Alguien que en su afán de creación comprende la obra hasta su psique sabiendo que ésta no está sujeta a la voluntad del arquitecto, sino a la voluntad de sus habitantes que la usan, moldean y fagocitan en su día a día.

Textura ©Juan José Tenorio Feixas

Torrecillas nos deja dos obras póstumas, una de ellas, la estación de Alcázar del Genil, una estación que se sale de los cánones ferroviarios, con una belleza profundamente enraizada en la tectónica y la pasión por el hallazgo de una alberca almohade del siglo XII. Estos restos arqueológicos se convierten en el tesoro del proyecto, rescatado para el disfrute de los habitantes y los viajeros, mediante un trabajo conjunto de arqueología, ingeniería y arquitectura.

La obra y el legado de Antonio Jiménez Torrecillas, de ese profesor alto, sonriente catedrático de la luz, queda plasmada en las palabras que el profesor de la escuela de arquitectura de Granada, Ricardo Hernández Soriano a su fallecimiento:

«[...]se puede afirmar con rotundidad que su huella sobre la arquitectura granadina será imborrable y que el impacto cultural de su producción quedará como un legado inestimable para las próximas generaciones; la profesión de arquitecto le debe mucho, el respeto de una sociedad que gracias a su obra ejemplar y metódica ha entendido el patrimonio como un legado cuya continuidad es posible gracias a la aportación contenida de lo contemporáneo.«

[Conversación con Antonio Jiménez Torrecillas. A partir del minuto 11:40.]

Revisa su trayectoria docente y obra AQUÍ.

Texto: Manu Barba / Fotografía: Información en el pie de página / Escrito originalmente para Arquine /  Fecha 16 jun 2015

Manu Barba