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¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!

A los arquitectos (permitidme que me incluya a pesar de no haber acabado aún la carrera) nos duele la boca de decir lo necesarios que somos en la vida de los demás. Lo importante que es que la sociedad tome conciencia de que acudir a un arquitecto para pensar su vivienda es igual de necesario que acudir a un médico para pensar su tratamiento. Pero hagámonos un favor: dejemos la manida metáfora infantil del médico y empecemos a debatir las causas reales de este desprestigio social del que nos quejamos sin parar, y que hace daño tanto a nuestra profesión como a la sociedad en general.

En un artículo recientemente publicado en el blog de la Fundación Arquia, el arquitecto Campo Baeza expresa sus quejas por este menosprecio a nuestra profesión. Si bien estoy de acuerdo con su punto de partida, la manera de enfocarlo y la respuesta que ofrece me han provocado un rechazo profundo. [Nota de los editores: Recomendamos la lectura del artículo citado, junto a esta publicación]

Un ciudadano anónimo muestra su pasión por el maestro Campo Baeza

Me explico: una causa de este desprestigio puede sin duda ser la ignorancia arquitectónica de muchos ciudadanos. Lo acepto, pero no nos metamos hasta el hombro en un fangal para acabar ahí la crítica. Es una opinión compartida por muchos la de que tenemos una educación muy deficiente, no ya en lo que a arquitectura o arte se refiere, sino en general. Sería maravilloso un país con una educación que diera como resultado ciudadanos libres, con pensamiento propio, capacidad de crítica y apertura de miras, pero no existe y no somos los únicos con derecho a quejarnos. Preguntadles si no a los psicólogos, a los fisioterapeutas, a los logopedas, a los maestros…

En cualquier caso, y aceptando el punto de partida de que los demás no tienen ni idea de arquitectura, me parece un gran error obviar que es esa ignorancia precisamente la que, durante siglos y siglos, nos ha dado ejemplos de magníficas soluciones arquitectónicas populares. Ay, cuánta cultura perderemos si nuestra única respuesta es aquello de “quita, que tú no sabes”. Esta postura arrogante no es la que va a conseguir eliminar nuestro descrédito social.

El desconocimiento general de la arquitectura no es algo que podamos cambiar totalmente desde nuestra profesión, así que seamos prácticos y hagamos una pedagodía humilde y consciente de las limitaciones que tenemos como miembros de una sociedad que, como todo grupo humano, es altamente imperfecta. Porque hay que ser realistas, y, si de verdad queremos mejorar algo la situación, creo firmemente que el camino es “arremangarse” y cultivar la paciencia y la modestia.

Campo Baeza plantea en su artículo un método para combatir la idea generalizada de que los arquitectos no pintamos nada que me parece, en ese sentido, muy adecuado: salgamos ahí fuera a demostrar lo bien que lo hacemos. Quizá el ejercicio didáctico le hubiese quedado mejor si no se pusiese a sí mismo y a su excelsa obra como ejemplos.

Un ciudadano reconoce al ínclito arquitecto su buen hacer

Desde mi convencimiento total de que cualquier ciudadano, desde su profesión, debe intentar servir a la sociedad (y esto es, obviamente, una postura ideológica), entiendo, sin embargo, que no toda la arquitectura resuelve problemas sociales. Y esto no tiene por qué ser negativo. Pero seamos serios, y no intentemos hacer comulgar al resto con ruedas de molino.

Ahora que tanto se nos llena la boca a todos de “arquitectura social” y “arquitectura accesible” (qué poquito me gustan los apellidos…), es quizá el momento de plantearse qué es de verdad ser un servidor de la sociedad y no del propio ego.

Hay grandes ejemplo de arquitectos que han comenzado a hacerlo. Mirad, si no, la experiencia de Lacaton y Vassal; no han necesitado renunciar a un lenguaje arquitectónico contemporáneo para hacer una arquitectura accesible para la mayor parte de la sociedad. “Solo” han renunciado en gran parte a su egocentrismo de artista (a su “libertad absoluta”) y han accedido a estar interminables horas dialogando.

Un proceso que gestiona la ignorancia de la que tanto nos quejamos de una manera tan pedagógica, modesta e inteligente y que, esta vez sí, tiene éxito entre los usuarios no puede sino causarme admiración. Una admiración espontánea que surge sin buscarla con ahínco, sin sermones ni lecciones magistrales.

Porque tenemos que aceptar humildemente que nuestra disciplina sirve a la sociedad igual que cualquier otra, y que sola, ensimismada y endogámica no tiene ningún sentido. Debemos, en mi opinión, ser conscientes del siglo en el que vivimos, porque quizá el momento actual no sea compatible con ínfulas profesionales del calibre de las nuestras.

En otras palabras: dejemos de echarnos flores a nosotros mismos y pongámonos el mono de currar. Puede parecer un discurso poco ambicioso, que no lleva a ningún lado, que no lleva a poder escribir un artículo autoproclamándote “buen arquitecto”, pero nada más lejos de la realidad. En una sociedad como la nuestra todos somos contingentes. Aunque él mismo no lo sepa, hasta el alcalde lo es. No hay nadie necesario. Pero podemos ser tremendamente valiosos. Podemos trabajar con vocación, con pasión, esforzarnos por ser útiles. Acabar siendo tan útiles que nuestros vecinos nos consideren buenos ciudadanos. Eso sería precioso, ¿no?

Texto: Javier Lamsfus / Fotografía: Fotogramas del film ‘Amanece que no es poco’, de Jose Luis Cuerda / Escrito originalmente para AAAA Magazine /  Fecha 15 jul 2015

Javier Lamsfus