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101 Reikiavik, Patrimonio de la Humanidad

“Al llegar a Islandia, nos encontramos con una visión que, si bien no era agradable, resultaba extraña y sorprendente. Y nuestros ojos, acostumbrados a contemplar las agradables costas de Inglaterra, ahora sólo veían los vestigios de la acción del fuego, cuya antigüedad sólo Dios conoce”. (Van Troil, recopilado por W. H. Auden en “Cartas de Islandia”)

A propósito de Islandia: 101 Reikiavik

En un tiempo en que el debate urbanístico y arquitectónico se centra fuertemente en las grandes ciudades, tal vez parezca extravagante fijar la atención en un ejemplo tan modesto y de escala tan pequeña como Reikiavik.

©Jose Miguel Gómez Acosta
©Jose Miguel Gómez Acosta

Islandia, a medio camino entre Europa y América, aislada durante siglos de los grandes acontecimientos mundiales, ha vivido su particular entrada en la modernidad durante el siglo XX. Las claves de su desarrollo urbanístico (pero también, en gran medida, económico, cultural y social) deben rastrearse en las particulares características del país: un singular endemismo marcado por lo extremo de su clima, sus condiciones naturales y geomorfológicas, su pertinaz aislamiento y su bajísima densidad de población.

Reikiavik, la ciudad que Verne imaginó como un pobre lodazal helado perdido en la continua tempestad, se nos revela hoy como una excepcional perla arquitectónica y urbanística, luminosa y excéntrica, fuera de todo canon. Una ciudad a escala, casi sin monumentos, al menos según los modelos de ciudad europea, cuya arquitectura, de un reconocible racionalismo nórdico, conforma un centro urbano puramente moderno de un elevado estándar de calidad pese (y gracias) a su sencillez, inexistente (e impensable) en cualquier otra capital europea. Desde lo alto, el vivo y variado colorido de los pequeños edificios residenciales sorprende por su osadía. Este atrevimiento de lo no prefijado es una de las características de la ciudad: ausencia de prejuicios, ausencia de una pesada carga de historia antigua que mantener, transformar o banalizar.

El conocido barrio 101 de Reikiavik, verdadero casco histórico de la ciudad, funciona de la misma manera que los centros urbanos de épocas muy anteriores conservados en Europa. Esto nos debe hacer reflexionar acerca del valor relativo de la historia en el ámbito patrimonial. Así, podría afirmarse que esta relativización del patrimonio debería hacerse, no desde la antigüedad del elemento que se valora, sino desde la escala local en la que se matiza. Esta idea, llevada un poco más lejos, nos hace reconocer el valor patrimonial de la arquitectura y el urbanismo como el ejemplo palpable de una época. El patrimonio, lejos de consideraciones estéticas o de la calidad excelsa de su arquitectura, posee un valor intrínseco como registro construido de una época. Algo que siempre debe valorarse en alguna medida, si se entiende la tradición como algo vivo, una cadena en constante ampliación donde cada eslabón es importante por sí mismo.

©Jose Miguel Gómez Acosta
©Jose Miguel Gómez Acosta

La sencillez y el pragmatismo de la arquitectura de Reikiavik hacen que, aún a través de diversos estilos mezclados anárquicamente, se disfrute en toda la ciudad de una unidad global. Al mismo tiempo, el concepto de monumento, una vez cambiada la escala, funciona más por la aceptación consensuada del valor patrimonial y simbólico de ciertas estructuras, que por el valor propio objetivable de las construcciones. Reykjavík puede ayudarnos, hoy por hoy, a reflexionar acerca del concepto de patrimonio y de su importancia relativa y absoluta. Algo que bien podría aplicarse a nuestras ciudades históricas de la Europa continental y a su relación con la herencia industrial y el legado del siglo XX, aún en proceso de valoración.

Sobre la autenticidad como valor

Francesco Bandarin y Ron van Oers, en su obra “El paisaje urbano histórico. La gestión del patrimonio en un siglo urbano” (Abada Editores, Madrid, 2014), plantean un dilema tan apasionante como de difícil solución. El dilema de Venecia o Benarés. Ambas ciudades son enormes iconos, patrimonio de la humanidad, pero ambas presentan relaciones de autenticidad radicalmente distintas. Por un lado, la autenticidad física de la trama construida real de Venecia, acompañada de la sustitución progresiva de su trama social en aras del turismo. Por otro, el tejido urbano de Benarés continuamente transformado, pero capaz de albergar intacta la autenticidad de sus relaciones sociales y su carácter de ciudad sagrada.

¿Cuál de estos dos ejemplos representa mejor el concepto contemporáneo de patrimonio?

El 101 Reikiavik plantea una doble autenticidad que merece tener en cuenta. Por un lado, su trama construida responde a la verdad constructiva del siglo XX, reflejo palpable de la evolución de una época. Por otro, la realidad social, residencial y cultural del barrio permanece aún intacta, más allá del crecimiento de un turismo que, por suerte, sigue desarrollándosea escala.

¿Es descabellado pensar en el 101 Reikiavik como Patrimonio de la Humanidad? Más allá de la provocación y, entendiendo que tal declaración no es un fin en sí mismo, lo verdaderamente importante de cualquier respuesta es la toma de conciencia del valor real del centro de la capital islandesa. 

Podemos preguntarnos, para terminar, ¿qué hace tan especial al 101 Reykjavík como para ser considerado Patrimonio de la Humanidad? Snorri F. Hilmarsson, autor de 101 tækifæri“, nos responde:

Podrían ser varias las razones. En primer lugar se trata de una capital en miniatura. Uno se da cuenta de ello apenas viaja fuera de Islandia. Es una capital en miniatura tanto en su arquitectura como en sus relaciones sociales. En segundo lugar, por su legado arquitectónico. No es que haya nada absolutamente único en el 101, pero Reykjavík es el sitio donde vienen a parar muchos estilos arquitectónicos continentales, que tienen una evolución interesante y cuya estación final es Islandia. Por último el 101 representa nuestra conexión con la historia. La manera en la que los islandeses viven su historia está relacionada con la independencia. En ocasiones es como si no existiese nada antes de ella. Reivindicar la arquitectura del 101 como patrimonio nos conecta con nuestra historia en un sentido muy amplio”. 

La respuesta a la misma pregunta de la escritora islandesa, AuðurAva Ólafsdóttir, es aún más directa:

“El silencio”.

©Jose Miguel Gómez Acosta
©Jose Miguel Gómez Acosta

 Texto: Jose Miguel Gómez Acosta / Fotografía: Jose Miguel Gómez Acosta  / Escrito originalmente para AAAA Magazine /  Fecha 15 de Abril de 2015

José Miguel Gómez