¿Y si la arquitectura fuera un juego de piezas y formas?
Creo que es casi imposible escribir sobre el famoso juego de construcciones Lego sin llevar a nadie de vuelta a su infancia. ¿Quién no montado y desmontado cientos de veces estas populares piezas para construir un coche, una casa o un castillo? Pues bien, lejos del gran fenómeno de masas que ha supuesto esta compañía, encerrado en estas diminutas fichas de plástico existe el potencial oculto de convertir las ideas de los niños (o no tan niños) en una realidad construida con sus propias manos.
Según un estudio de la universidad de Copenhague, el número de combinaciones posibles utilizando solamente 6 piezas de 2×4 clásicas es de la friolera de 915.103.765, si a esto se añade que existen cerca de 15.000 tipos diferentes de piezas y 125 colores, las combinaciones posibles tienden prácticamente a infinito. Y es que Lego es eso: Un sistema con sus leyes, su métrica y su lenguaje propios. Y aquí viene la pregunta: ¿No podría decirse algo parecido de un proyecto de arquitectura?
Bien mirado, las decisiones tomadas en un proyecto vienen condicionadas por la técnica, la economía, los usos, las normativas y en definitiva todas las fuerzas que confluyen en un proyecto de arquitectura, cuyo resultado final depende, por tanto de todas las reglas del juego y de nuestra capacidad de adaptación a ellas.
“Encima del tablero de dibujo tengo el caparazón de un cangrejo que recogí en Long Island, cerca de Nueva York. Será la cubierta de la capilla”
Escribía Le Corbusier a finales de los años 40 y es un ejemplo ilustrativo de una de las operaciones más corrientes en las obras de arquitectura de corte plasticista: El cambio de escala.
Y al igual que Corbu, cientos de arquitectos desde Ferrater o Frank Gehry han experimentado llevando esculturas a otra escala , como Hans Hollein proponiendo arquitecturas en forma de Ready-made como su famosa Torre-Bujía o su Portaaviones en el paisaje. Todos y cada uno de ellos han operado por cambio de escala, llevando un objeto pequeño y manejable, del que han interiorizado su forma (como una maqueta), a la escala real.
Construir con Lego es algo parecido. Elegir las piezas que más convengan, y unirlas unas a otras hasta conseguir la forma deseada adaptándose a la métrica del sistema. La única diferencia reside en que, si bien aquí la pieza no da el cambio de escala real, sí ocurre mediante la sumatoria de pequeñas piezas. La pieza mantiene su tamaño y lo que pierde es su significado individual. Lo realmente interesante es que cuanto más y mejor se conoce el sistema y los recursos de los que se dispone, más posibles formas aparecen de hacer que el sistema trabaje a favor del usuario. A mayor conocimiento, mayor libertad plástica. Exactamente igual que en la Arquitectura.
Y así, con la dosis de imaginación y saber hacer adecuada se puede ver cómo, unos cuantos cascos de astronauta, aún sin variar de tamaño real, se convierten en los dedos de una aterrorizada muñeca robot cuya nariz es el torso y las piernas de una minifigura, o un teléfono se convierte en el picaporte de un Seat 131, de forma análoga a cómo un caparazón de cangrejo, si cambia de tamaño, puede convertirse en la cubierta de una iglesia o viceversa.
Por eso, y más que antes si cabe, la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz, pero ante todo eso: un juego.
Texto: Juanjo Tenorio / Fotografía: Información en el pie de foto & The Arvo brothers/ Escrito originalmente para AAAA Magazine / Cita: Juanjo Tenorio, “¿Y si la arquitectura fuera un juego de piezas y formas?” / Fecha 11 nov 2014