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Arquitecturas en papel / Nunca en toda mi vida había estado en una casa como aquella

El otro se asomó a la ventanilla del coche y saludó con la mano en dirección a una cámara de televisión que nos observaba desde lo alto de la verja. La voz carraspeó (en ese momento supe que iba a conocer dentro de poco a un hombre retraído en grado extremo) y dijo que podíamos pasar. Al instante la verja se abrió con un ligero chirrido y el coche se internó por un camino pavimentado que caracoleaba por un jardín lleno de árboles y plantas cuyo insinuado descuido correspondía más a un capricho que a dejadez. Nos detuvimos en uno de los laterales de la casa. Mientras los camilleros bajaban mi cuerpo del maletero la contemplé con desaliento y admiración. Nunca en toda mi vida había estado en una casa como aquella. Parecía antigua. Sin duda debía de valer una fortuna. Poco más es lo que sé de arquitectura.     Fragmento de "Putas...

El otro se asomó a la ventanil...

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Arquitecturas en papel / Otro hotel

"Se sentaron en la terraza del hotel, desde donde se veía un edificio en construcción de más de diez pisos. Otro hotel, le informó la mujer con indiferencia. Algunos obreros, apoyados en las vigas o sentados sobre apilamientos de ladrillos, también los miraban a ellos, o eso fue lo que pensó Fate aunque no había manera de comprobarlo, pues las figuras que se movían en el edificio a medio construir eran demasiado pequeñas. —Soy, como ya le he dicho, periodista —dijo Guadalupe Roncal—. Trabajo en uno de los grandes periódicos del DF. Y me he alojado en este hotel por miedo".   Fragmento de "2666", de Roberto Bolaño (2004), seleccionado por AAAA magazine....

"Se sentaron en la terraza del...

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Arquitecturas en papel / Como todas las tristes casas que soportaban la noche en las afueras

«Pero nada dije y salimos del bar y montamos en el coche de mi amigo y nos perdimos por las calles que marcaban los límites de Irapuato, calles sólo recorridas por coches de la policía y por autobuses nocturnos y que, según mi amigo, que conducía en un estado de exaltación, Ramírez recorría a pie cada noche o cada amanecer, cuando volvía a casa después de sus incursiones urbanas.

Yo preferí no añadir ni un sólo comentario más y me dediqué a mirar las calles débilmente iluminadas y la sombra de nuestro coche que a fogonazos se proyectaba en los altos muros de fábricas o almacenes industriales abandonados, vestigios de un pasado ya olvidado en el que se intentó industrializar la ciudad. Luego salimos a una especie de barrio añadido a aquel amasijo de edificios inútiles. La calle se estrechó. No había alumbrado público. Oí el ladrido de los perros.