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Ahogar, dulce ahogar

Era el tiempo tan grande que me dolía incluso en sueños aguantar mi peso.

Dicen que hay dos memorias en cada una de nosotras, una es la que se queda en lo que queda y otra, la que habita en el olfato. Siempre supe que mi piel, mampostería de recuerdos, añoraba ser defensa y sustento; pero me costó entender que en lo humano también hay restos que aplastan a los hombres sin saberlo.

Incluso antes de estar completa, cuando me estaban levantando con esfuerzo y paciencia, sentía la alegría de vivir llena. Mi corazón ordenaba su caos, su experimento me hacía latir con más fuerza. Era algo etéreo, un huracán almacenado entre tierra y teja que nos sacudía sin movernos y nos devolvía siempre a nuestro centro. Felicidad contenida en siglos o segundos eternos.

Simbiosis aplastante que se deslizaba con sigilo, sin negociar costuras ni dobleces. Hasta que llegó el momento de elegir, barrer debajo de la alfombra o acumular en las esquinas. Y al final, ¿el final?

Yo lo que quiero es mantener el carácter del pueblo

Quiero hablar de uno de los temas favoritos entre los arquitectos del primer mundo: la pobreza en la ciudad. Supongo que es mi manifiesto personal. O la manera de exteriorizar  lo que sentí en Bolivia este verano, y lo que reflexioné después de dos meses cuando asistí al seminario  Arquitectura y Cooperación. La charla más interesante fue la de la gran Joan Macdonald, arquitecta  dedicada a la habitabilidad básica desde antes que existiera el concepto habitabilidad básica.

Nacida de un modo de mirar

"Aquí tenemos también un arte, la arquitectura, nacida de un modo de mirar, porque de estas mínimas peculiaridades depende a lo mejor el arte de un pueblo, y sus costumbres, y su política, y hasta su manera de entender el cosmos" Ortega y Gasset...

"Aquí tenemos también un arte,...

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