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Arquitecturas en papel / El puente estaba literalmente en su cabeza

"Después de la muerte de John Roebling, su hijo Washington le sustituyó como ingeniero jefe y ésa era otra historia curiosa. Washington Roebling tenía sólo treinta y un años por entonces y su única experiencia en construcción eran los puentes de madera que había diseñado durante la Guerra de Secesión, pero resultó ser aún más brillante que su padre. Poco después de que comenzara la construcción del puente de Brooklyn, sin embargo, quedó atrapado varias horas en uno de los cajones neumáticos bajo el agua durante un incendio y salió de allí con una grave aeroembolia, una espantosa enfermedad en la cual se acumulan burbujas de nitrógeno en la corriente sanguínea. Estuvo a punto de morir a causa de ello y desde entonces se quedó inválido, incapaz de salir de la habitación del piso alto en el que él y su mujer se habían instalado en Brooklyn Heights. Washington Roebling estuvo allí sentado diariamente durante muchos años, observando los progresos del puente a...

"Después de la muerte de John...

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Arquitecturas en papel / Los ladrillos se volvieron más valiosos que las personas

«Según Stillman, el episodio de la torre de Babel era una recapitulación exacta de lo sucedido en el Edén, sólo que ampliada y generalizada en su significado para toda la humanidad.

La historia adquiere especial sentido cuando se considera su posición dentro del libro: capítulo XI del Génesis, versículos 1 al 9. Éste es el último incidente de la prehistoria en la Biblia. Después de eso, el Antiguo Testamento es exclusivamente una crónica de los hebreos. En otras palabras, la torre de Babel representa la última imagen antes del verdadero comienzo del mundo.

Arquitecturas en papel / Solo en su pequeña habitación…

soledad y memoria ©Ana Asensio

©Ana Asensio

«Nochebuena de 1979, está en Nueva York, solo en su pequeña habitación del número 6 de la calle Varick. Por todas partes hay rastros de la antigua vida de la casa: redes de misteriosas cañerías, tiznados techos de metal, siseantes radiadores de vapor. Cada vez que sus ojos se posan sobre la puerta de vidrio, lee las letras torpemente grabadas al otro lado: <R. M. Pooley, Concesionario Electricista>. No es un lugar pensado para que viva gente, sino para albergar máquinas, escupideras y sudor.

No podía definirlo como un hogar, pero era todo lo que había tenido en los últimos seis meses. Unos cuantos libros, un colchón en el suelo, una mesa, tres sillas, un hornillo y un fregadero corroído con agua fría. El lavabo está al otro lado del pasillo, pero lo usa sólo para cagar, pues mea en el fregadero. Durante los últimos tres días el ascensor ha estado fuera de servicio, y como vive en el último piso, no le dan ganas de salir. No es que le asuste subir los diez pisos por la escalera, sino que encuentra descorazonador cansarse de ese modo sólo para volver a aquella desolación.