Vista de Esquivel, proyecto de Alejandro de la Sota
«Nada hay tan difícil en nuestra labor de arquitectos como el conseguir la exacta ambientación de nuestros trabajos. En ocasiones debemos superarnos en conocimientos y profundidades; otras, puede llegar el caso, en sutilezas y frivolidades, se trata de ponerse a tono, vibrar con el tema. Si se quiere demostrar lo que uno sabe, nos enorgullece el trabajo, nos hincha como pavos, es una buena la llegada del arquitecto. Duro es cuando, para acertar, debemos precisamente olvidar todo, casi todo lo poco que sabemos. Conseguido, como ya nada sabemos, no queda otro remedio que empezar copiando, haciendo lo que vemos en aquellos que tomamos por maestros; el acierto está, pues, en la elección de ellos. Parece una paradoja esto de copiar para crear. Cuentan de Juan Sebastián Bach, el abuelo de toda la música, que con frecuencia al sentarse al órgano para componer empezaba tocando obras de Buxtehüde o Haendel…
Es Esquivel un intento de tomar como maestros a quienes siempre hicieron los pueblos, y que los hicieron por cierto de maravilla: los albañiles y maestros de obras pueblerinos […] Se buscó en todo el pueblo la sencillez, nuestro caballo de batalla, el hacer las cosas con una simplicidad absoluta; lo más nada posible con la menor ciencia».
Memoria descriptiva del proyecto de Esquivel, Alejandro de la Sota (1952)
Buscando proyectos en pueblos de Andalucía me crucé con esta tremenda reflexión, la mejor definición de eso que llamamos «escala» o «tono», la adaptación al modulor siendo el modulor el entorno. Muchas veces renegamos del espectáculo arquitectónico, del «llamar la atención», (lo que básicamente sería el formalismo por el formalismo) pero hay ocasiones donde está justificado utilizarlo, hacer eso que de la Sota nombra como «demostrar lo que se sabe».