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Al otro lado del charco / Oración a mi tierra

Nací y crecí en un país pequeñito. De tierras fértiles y negras, donde los árboles frutales echan raíz. Agradecidos van juntando sus ramas, van soltando su gran abrazo, cubriendo de sombras carreteras, pueblitos y veredas.

Crecí viendo la cordillera, al horizonte un mar de cielitos opacos por la distancia. Tierra donde los niños corren calzados y descalzos sobre calles de piedra, calles que en verano se calientan y en invierno se mezclan con lodo trazando al azar riachuelos. Vengo del reino del café, que sólo conoce de dos estaciones: la de la lluvia intensa e imprevista, y la del sol ardiente. De ese sol que golpea la piel a cualquier hora del día. Conozco bien el olor a la tierra mojada, a café tostado, el olor tropical de la esperanza. Rincón del mundo, donde por las noches de invierno se duerme con la tonada de la lluvia cayendo sobre tejados destartalados, y en verano se escucha claro el coro de los grillos noctilucos, para despertar por la mañana entre cantos silvestres de pájaros.

Amor y arquitectura

Encuentros en la tercera frase

Resulta absolutamente asombroso cómo nos podemos situar, a veces, a cotas muy elevadas y encontrarnos a nosotros mismos reflexionando sobre cuestiones relacionadas con la vida, la muerte y nuestro absurdo devenir… en especial durante los terribles meses de trabajo en nuestro proyecto final de carrera.

Sorprende cuando reparamos en los pocos hechos que hacen que todo adquiera un cierto sentido, una cierta lógica y, de repente, nos percatamos de que el magma que lo conecta todo se solidifica finalmente en un genuino sentimiento de amor.