¿Por qué la arqueología conservaría una fábrica?
En la mayoría de las ciudades nos encontramos con núcleos fabriles acosados por la vorágine constructiva. Esta situación ha hecho que surjan diferentes modos de tratar a estos espacios. Mientras que la solución más rápida y cómoda suele ser destruirlos, hay motivos como para considerar interesante conservarlos. Así, desde la arqueología nos preguntamos: ¿por qué conservaría una fábrica?
Las fábricas forman parte de nuestro patrimonio industrial, arquitectónico y también arqueológico, son parte del entorno construido que hemos heredado, parte de lo que somos. Puede resultar extraño que la arqueología se preocupe por este tipo de yacimientos de una cultura material tan cercana a nosotros. Sin embargo, existe una rama dentro de la misma dedicada a estudiar este tipo de patrimonio: la arqueología industrial.
El nacimiento de la arqueología industrial se produce como respuesta a la necesidad histórica de analizar y proteger los testimonios surgidos de la revolución industrial, en una etapa marcada por un acelerado cambio tecnológico que, contradictoriamente, destruye rápidamente las huellas de su desarrollo. Es sintomático que fuera en Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial, donde surgiesen entre finales del XIX y principios del XX las primeras actuaciones de salvaguarda del patrimonio industrial.
En la actualidad, la arqueología industrial se ha enfocado hacia el trabajo de excavación, rescate, estudio y preservación de los restos materiales industriales. Podemos decir que para un arqueólogo del siglo XXI es tan importante un teatro romano, como una trinchera de la Guerra Civil española, o una fábrica. El patrimonio material no entiende de jerarquías.
En Oviedo tenemos un claro ejemplo de arquitectura industrial acosada y necesitada de protección: la Fábrica de Gas. Se trata de un complejo que desde 1857 y durante 45 años fue el único medio que suministró alumbrado a la ciudad.
En el momento de su construcción se encontraba en un perímetro exterior de la ciudad, aunque próxima a la misma para asegurar el buen abastecimiento de energía.
Muchos ovetenses se han preguntado a lo largo de los últimos años por qué conservar la Fábrica de Gas, aunque quizás la pregunta debería ser: ¿qué perderíamos si no se conserva?
A lo largo de los siglos XIX y XX (y a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades asturianas) tan solo se implantaron en Oviedo dos complejos industriales de envergadura: la Fábrica de Gas y la Fábrica de Armas de La Vega, ambos hoy en día totalmente amenazados. Esto la convierte en un objeto de estudio que permite presenciar aspectos de la vida de la sociedad urbana industrial asturiana de los siglos XIX y XX.
En el interior del complejo se conservan construcciones de diferente uso y lenguaje. Cada una de ellas surge debido a las necesidades del sistema productivo, a factores de jerarquización socio-laboral, y la voluntad de dar una imagen precisa de cara al medio urbano. Y es que esta fábrica se conforma como un catálogo de edificios que constituyen, en su conjunto, una muestra dispar y completa de la arquitectura asturiana de los últimos cien años.
Aun así, existe una identidad de conjunto y es que en este complejo industrial se han tratado de amalgamar las diferentes piezas, escondiendo su variedad de funciones bajo formas sencillas y prácticas que se asoman a la calle bajo una única fachada.
Fuera del complejo pero íntimamente relacionado se encuentran una serie de viviendas y un economato costeados por la compañía, perfecto ejemplo del paternalismo industrial propio de inicios del siglo XX.
Testimonios materiales como éste, entendidos en su conjunto y contexto, nos otorgan información del pasado haciendo posible comprender el peso que tenían sobre la vida de un barrio, un pueblo, una ciudad e incluso sobre toda la sociedad. Estudiando la Fábrica de Gas hacemos arqueología.
Más allá de su vida fabril, estos edificios pueden ser dotados de nuevas funciones y significados. Sorprendentemente en la mayoría de las ciudades hay agentes obsesionados en la creación de «obras singulares», descontextualizadas y desmesuradas, con no se sabe bien qué motivos más allá de los puramente económicos. Mientras tanto, conjuntos arquitectónicos singulares que se han formado y crecido dando identidad a la ciudad son desprotegidos y acosados.
Una fábrica ha de conservarse para que no muera con ella una parte de la silueta, la identidad y la vida de la ciudad. La arqueología conservaría una fábrica, porque así mantendría tangible una parte del conocimiento acerca de nuestro pasado.
Texto: Miguel Busto / Fotografía: Miguel Busto / Escrito originalmente para AAAA magazine / Fecha: 29 feb 2016