La Biblioteca olvidada
¿Nunca os ha pasado que vais a un edificio y no descubrís lo que realmente es hasta que salís de él? A veces es como tener la sensación continua de que ahí hay algo que no es definible con palabras, otras veces esa sensación no se manifiesta hasta pasado un tiempo, algo activa un resorte que te hace comprender de golpe donde has estado y por efecto mecánico tu boca expulsa exclamaciones diversas y algún que otro improperio.
Desde luego no fueron pocas las exclamaciones que solté cuando echándole un ojo por encima a un libro de obras de Miguel Fisac en la biblioteca de la escuela leí: “Casa de la Cultura, Jardines del Prado, Ciudad Real (1957)”. Junto a esta referencia aparecían un plano de una planta organicista, casi propia de Aalto con jardines y una espectacular escalera de caracol en un espacio completamente diáfano. A esta imagen le acompañaba una foto del alzado donde se podía ver un edificio totalmente racionalista, con una gigantesca jardinera en la entrada.
Bastante sorprendido, me intenté convencer de que la referencia tenía que estar mal a la fuerza, lo único que había allí era “la biblioteca municipal” y lo poco que recordaba era que esa biblioteca era un espacio hecho de recortes de high-tech de barrio y de cosas totalmente inconexas con un sótano terrible a rebosar de estanterías prefabricadas. No podía ser esa biblioteca que ahora se encontraba totalmente abandonada, violada por el CTE y colonizada por bandadas de palomas.
Resulta que si, son el mismo edificio. Para comprender este pequeño rincón de La Mancha, pongámonos en situación:
España, 1957. Los vientos de posguerra están empezando a amainar y el aislamiento del país comienza a relajarse, España ingresa en la ONU en 1955 y Eisenhower vendría a darse una vuelta en 1959. Es una época donde el país deja el aislamiento represivo para empezar a unirse a las corrientes Europeas y abrirse. Es en esta época donde empiezan a dejar de construirse los edificios de corte clásico-fascista para representar a la autoridad, es una época de “intentar gustar”.
Dentro de esta España que empieza abrirse, se sitúa en la siempre recóndita región de La Mancha, Ciudad Real, un enorme pueblo rodeado por unas murallas en bastante mal estado y lleno de casas de una planta con patio y quinterías. En este pueblo la gente no solo vivía del campo; se educaba, crecía y moría en el campo. La gente era campo. Lo más parecido a una biblioteca que este pueblo ha poseído son los archivos bibliográficos de las desamortizaciones conventuales, que estuvieron a disposición del público en un centro docente a partir de 1900. En definitiva, había libros, pero no biblioteca.
En medio de este panorama aparece Miguel Fisac. Un Fisac de cuarenta años, recién casado, que acabar de abandonar el Opus Dei, y que todavía no experimenta con el hormigón pero que empieza a entender de pretensados, aunque oficialmente comenzará su investigación pocos años después. En definitiva nos encontramos un Fisac que pese a haber construido gran cantidad de obras, está en su primera etapa de experimentación, convencido de que el movimiento moderno no tiene futuro, e influido por dos factores de gran importancia: La arquitectura nórdica, por la que se empapa en sus viajes a Estocolmo y Copenhague; y su viaje a Estados Unidos, donde conoció a Richard Neutra, con el que hizo buenas migas. De hecho, Neutra visitó en 1956 a Fisac en su casa en Madrid (imaginad la cara que pondríais si alguien de la talla de Neutra llama un día a vuestra puerta).
Fisac realiza esta obra como una inyección de cultura en la ciudad, un “red-bull” de conocimiento, ya que la biblioteca no solo iba a ser el almacén de libros: el proyecto incluía un salón de actos, seminarios y una sala de exposiciones en el sótano. Para ello no podía hacer un edificio absolutamente vernáculo, como hizo con el mercado de Daimiel (1955), ni tampoco un edificio institucional al uso franquista.
Por ello realiza una construcción de una patente y marcada voluntad organicista. Distribuye el espacio en torno a un semisótano iluminado desde el exterior, una planta baja diáfana donde la vegetación del parque anexo se une con la de un patio interno y una planta superior que vuela sobre la entrada y se introduce directamente en el corazón de los jardines del Prado. Las plantas se unen entre sí con dos escaleras de trazado curvo, una de las cuales hace casi de “escultura” en la entrada.
Pese a la voluntad organicista, Miguel Fisac utiliza las herramientas del lugar, haciendo un edificio totalmente vernáculo donde las paredes del salón de actos se aíslan combinando un sistema de corcho con un de ladrillo calado y rematado con cal, mientras en el vestíbulo se mezclan sin interferir la escalera “Jacobsen” con las plantas autóctonas del lugar, presentes en la jardinera delante del ventanal.
Hasta estructuralmente, el sistema utilizado es de viguetas de hormigón prefabricadas y postesadas, de las primeras obras (si no la primera) donde el autor experimentó con pre/postesados, que se ancla a muros de hormigón realizados mediante un sistema de encofrado por cajones (como los usados durante la ocupación musulmana).
La fachada sin embargo, pese al organicismo presente en planta, podría ser el alzado de una de las viviendas de Neutra en Los Ángeles, ya que sigue directrices del movimiento moderno más puro, que sin embargo está hecho con ladrillo encalado. La cubierta a diferencia del entorno es de chapa metálica pero está inclinada a dos aguas en la dirección típica de la plaza y se mantiene a la cota y alineación de las casas anexas.
Por desgracia, pese a que esta pequeña obra sobrevivió a la ola de destrucción expansionista que arrasó con el casco histórico de la ciudad en los setenta, desde su puesta en funcionamiento sufrió reformas de poco tacto, desde la colocación de lamas prefabricadas de dudosa calidad, hasta la rampa de acceso reglamentaria que eliminó la jardinera. La suma de todos estos despropósitos hace que desde hace años sea prácticamente imposible apreciar la calidad original de la edificación. No deja de ser curioso que la nueva biblioteca de la ciudad, que sustituiría a la de Fisac y avocaría a esta al abandono, comenzase a construirse el mismo año que falleció el arquitecto, 2006.
Pese a dar servicio a la ciudad durante 50 años, ésta es de las obras más desconocidas del arquitecto, que, a pesar del olvido, fue un auténtico taller de experimentación en una época de cambio radical, representando movimientos artísticos y tecnologías que no habían tenido hasta entonces presencia en España, consolidando lo que posteriormente sería la etapa de los huesos del autor.
Por eso, este pequeño soliloquio, que tiene la voluntad de reivindicar el pequeño lugar de La Mancha del que nadie parece querer acordarse, y que fue capaz de aunar junto a estos nuevos movimientos las bondades de los procedimientos constructivos de la arquitectura popular manchega, ofreciendo un claro ejemplo de principios éticos de uso de la arquitectura, que podrían (o deberían) estar vigentes a día de hoy.
Texto: Manuel Barba / Fotografía: Fundación Fisac [Mas información sobre la obra de Fisac aquí] / Fecha 17 ene 2014 / Agradecimientos: Gracias a Javier R. Cabello por toda la ayuda con las imágenes