Form Follows Ego
Hace unos meses, en uno de los ascensores de la facultad de arquitectura, escuché una curiosa conversación entre dos estudiantes:
– Joder, a veces me gustaría poder ir a una corrección y decir: «Mi idea de edificio es…un edificio».
– ¿A qué te refieres?
– Ya sabes, simplemente un edificio. Estoy cansado de toda esta basura de inspirarse en el movimiento de las alas de un pájaro al alzar el vuelo o la refracción de la luz al atravesar el agua… no sé, a veces creo que estamos haciendo el ridículo.
– Nadie te recordará por hacer simplemente edificios. Así no sales en revistas.
– Sí, quizás…
Así, tal cual: nadie te recordará. Quizás todo empiece a cobrar sentido si aclaro que la conversación tiene lugar en Estados Unidos, y es que aquí la arquitectura se desarrolla en un contexto económico y sociocultural completamente diferente, dominado por el individualismo, el capitalismo, y el marketing.
Por eso la arquitectura se trata como cualquier otro producto mercantil, que hay que fabricar, promocionar y vender. No se trata solo de solucionar los problemas de la sociedad (a veces ni tan siquiera de eso), sino de diferenciarte de tus competidores, de destacar, de crear una marca, de vender… todo ello a costa de la funcionalidad, la sostenibilidad, y el carácter social de un proyecto, si es necesario.
Esta problemática no es nueva, hace casi diez años el arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa ya criticó magistralmente en su ensayo «Los ojos de la piel» el surgimiento de una arquitectura «retiniana, narcisista y nihilista».
Más recientemente, y desde una perspectiva algo más mundana, la escritora Annie Choi hace una crítica tan explícita como ingeniosa a la profesión en su carta abierta a los arquitectos, titulada «Queridos arquitectos: estoy cansada de vuestras mierdas». Me permito traducir uno de los párrafos más interesantes:
«Tengo un amigo que es doctor. Me da drogas. Las disfruto. Tengo un amigo que es abogado. Me ayudó a denunciar a mi casero. Mis amigos arquitectos no me dan nada. Ni drogas, ni consejo médico, ni siquiera saben deletrear subpoena»
Esta carta refleja, cómica pero fielmente, el enorme vacío entre las necesidades de la gente de a pie y las pretensiones de muchos arquitectos norteamericanos… y de otros continentes, porque aunque se trate de una tendencia mucho más evidente e institucionalizada en los EEUU, la globalización y el carácter internacional de la educación universitaria americana ha hecho que ésta se reproduzca en muchos otros países, e incluso cristalice en países como China.
En España tampoco nos libramos. No son precisamente pocos los alcaldes que buscan un “efecto Guggenheim”, como denomina el periodista Iñaki Esteban al proceso de regeneración e internacionalización que le ocurrió al Bilbao de finales de los noventa… pero sí que son muy pocos los que lo consiguen, y estos, a menudo, con un altísimo coste económico, social, y hasta cultural.
A diferencia del regionalismo crítico, los edificios icónicos que produce esta arquitectura no potencian la identidad cultural de un pueblo o una ciudad y su circunstancia (como diría Ortega y Gasset), sino la imagen mediática de un individuo. La diferencia entre un “Barragán” y un “Frank Gehry” es que, en el Barragán uno ve claramente a México, y en el Gehry resulta difícil ver más allá de Gehry. Al menos, la arquitectura moderna y el estilo internacional representaba la modernidad de la humanidad en su conjunto, a base de funcionalidad… por eso no puedo evitar dudar si se ha roto el equilibrio entre el autor y la obra, y el principio de «form follows function» del también estadounidense Louis Sullivan ha degenerado en un «form follows ego».
Texto: Rafael Toledano Illán / Fotografía: Google / Escrito originalmente para AAAA Magazine / Fecha 5 de Abril de 2015