¿Está el señor de la casa en la Casa del Señor?
“Dios es uno y está en todos
Y afuera os estáis matando por él,
Por ponerle apodos.”
(Rafael Lechowski)
No creo en Dios. Quizá en dios. Creo que no creo. ¿Qué algo hay y algo habrá? “Llámalo equis, me parece bien; llámalo energía, mejor todavía”, que diría el maestro Sabina. Llámalo destino, o desatino. Llámalo amigo imaginario. Llámalo Guionista. Eso es lo de menos ahora, el asunto aquí es cómo hacer que otros lo sientan, le perciban.
Para ello, el arquitecto a lo largo de la Historia (no voy a meterme a diseccionar tantos siglos) ha utilizado muchos recursos, ideas, trucos, argucias, inventos… Todos ellos a la hora de crear lo que puede denominarse espacio religioso o, mejor aún: espacio sagrado. Todos hemos visitado una parroquia, una iglesia y alguna catedral; algunos también, una mezquita; otros, una sinagoga; varios, un templo budista; y así podría seguir. Más allá de ser, como mínimo, un espacio amplio dedicado a la reunión de seres humanos, cada una de estas tipologías tiene, obviamente, sus características propias, en función de la religión y ritos que ésta profesa.
Voy a centrarme en las iglesias y catedrales, por proximidad cultural y mayor conocimiento y estudio. Como persona no religiosa, durante la carrera (cuando aún se construían edificios en este país), me pregunté: “¿estaría dispuesto a diseñar un espacio religioso?”. Y, ciertamente, aparcando en doble fila los principios (para estar un poco más atento a ellos y que nadie se los lleve), en el catálogo de la arquitectura es quizá el proyecto más apetecible, más artístico, más libre en cierta medida, más ambicioso e, incluso, más interesante. Filtrando muy mucho la definición de “arte” hasta llegar a “aquello que hace sentir”, ¿no sería éste el espacio humano más artístico?
Uno de mis vicios, al viajar, es asomarme a todas las iglesias y catedrales que me encuentro. Sentir que, al entrar, cuanto más sube el techo, más bajas la voz. Más volumen y menos volumen, así de paradójico. Y no porque lo hagan todos los demás. Entra estando completamente vacío y actuarás igual. Y es que el espacio terrenal divino tenía la misión de acojonar – llámalo sobrecoger – y desde luego que lo hace.
Simplemente ese gesto natural de entrar y mirar al techo, a la quinta pared, la única que te separa del cielo. Del Cielo, claro. Siempre he pensado que las catedrales no deberían tener techo. Nada. Ni vidrio transparente. Que nada entorpezca la comunicación. Un óculo de visión y comunicación directa.
Esa luz vertical tan ansiada históricamente por el arquitecto de la que habla Campo Baeza tiene sus reminiscencias religiosas. Como ese deseo de llegar más alto, en el que se combinan dos anhelos tan propios – y a la vez tan ajenos y lejanos – del hombre como son el Ser Superior y el deseo de volar.
Y si hay un Dios que se haya dejado atrapar por el espacio arquitectónico, yo lo he sentido mirando alto en el Museo Guggenheim de Nueva York, en la soledad del monumento a las víctimas de guerra y dictadura en el que transformaron la Neue Wache de Schinkel en Berlín, también en un espacio religioso como la capilla del Convento de La Tourette y, por supuesto, en el Panteón de Agripa en Roma.
Y si una vez Dios se ausentó, lo he percibido (y eso originó estas líneas) en la iglesia de St. Nikolai de Hamburgo. Más concretamente en la ex-iglesia o no-iglesia de St. Nikolai, y es que tras la Segunda Guerra Mundial, con su techo derrumbado por las bombas y su estructura dañada, se usó parte de su nave derruida para reforzar las riberas del Elba. Ahora, su imponente torre preside un espacio abierto en medio de la ciudad, fantasmalmente acotado por lo que quedó en pie de sus muros.
Ese espacio que no encierra pero recoge, acoge y sobrecoge.
¿Está el Señor de la casa en la Casa del Señor?
Dejadme entrar a una catedral vacía. Salid y dejad que me quede solo. Dejad que me quede a comprobar si estoy solo, si me siento solo. Si hay Alguien ahí.
Quizá esa catedral no se llame catedral porque ya no lo sea. O porque nunca lo fue. Quizá esa presencia es la presencia de la luz. Y ahí está su esencia, en qué hay en su ausencia.
Esas obras magnas… ¿lo son sin luz? ¿Los son de noche? ¿Lo son con luz (artificialmente) humana? Porque si un árbol cae en el bosque y no hay nadie… Pues eso.
Ego sum lux mundi.
Luz divina.
…o quizá algo Más.
Texto: Pablo Abad / Fotografía: Pablo Abad y Borja Condado / Escrito originalmente para The AAAA Magazine / Cita: Pablo Abad, “¿Está el señor de la casa en la Casa del Señor?” / Fecha 5 Dic 2014 /