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El sabor de la manzana y la fotografía de arquitectura

“El sabor de la manzana […] está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma.”

(Borges parafraseando a Berkeley)

La experiencia arquitectónica está en la relación del cuerpo con el espacio, en los recorridos, las percepciones sensoriales, las remembranzas que pueda suscitar. Sin embargo, la mayoría de las arquitecturas que conocemos llegan a nosotros a través de la imagen, y puede que nunca, nunca, las lleguemos a experimentar en cuerpo y alma.

La fotografía tendrá en su mano transmitir el sabor de la manzana a través de la observación, la comprensión y la narración visual de esa pieza. Es inevitablemente una mirada subjetiva, y por tanto, interiorizada, recortada, sesgada; es un pedazo de realidad que representa las evocaciones personales de quien sí ha tenido la experiencia arquitectónica. El papel del fotógrafo de arquitectura se vuelve clave: en su mirada, en su desnudez y honestidad hacia la obra, dormirá para siempre una nueva memoria construida.

“En la fragmentación y la parcialidad es donde encontramos la carga interpretativa, y, por tanto, la que resta veracidad, ya sea en la fotografía u otros ámbitos. No obstante, son precisamente esos entresijos, estigmatizados tradicionalmente dentro del mundo científico, donde encontramos la fuerza de nuestro documento. Una fotografía no es más que una referencia o indicio de una realidad, necesita de un pasado y un futuro para adquirir sentido. Las fotografías no sustituyen la memoria, son un complemento […] para poder compartir y generar memoria e identidad, son esos vínculos con y entre las personas los que le dan el sentido […]”1

Es curioso cómo un buen proyecto fotodocumental es consciente de su inherente e inevitable incompletitud, de su necesidad de rechazar, decantar, y de generar una narrativa; mientras que de forma extendida, mucha fotografía de arquitectura pretende abarcarlo absolutamente todo, registrar cada variación de ángulo, cada elemento, en unos reportajes de decenas de fotos similares con pocos descartes. Es una especie de Don Quijote luchando contra la batalla perdida de una inalcanzable objetividad, al tiempo que se emplean de manera forzadísima las lentes, se exageran perspectivas, o se buscan juegos visuales ingeniosos unas veces, efectistas otras. Muchos fotógrafos de arquitectura nadan entre dos aguas, entre su consciencia de autor, y el hecho de estar realizando un trabajo para un cliente. Lo primero los empuja a la necesidad de crear un lenguaje propio; lo segundo, a la de crear efecto.

He preguntado a mi compañera, Milena Villalba, sobre algunas de estas cuestiones: ¿Qué es para ti la fotografía de arquitectura?, ¿qué significado alberga la narrativa visual?, ¿Qué aporta la mirada del fotógrafo?

“Para mí es una herramienta de conocimiento. Retratar bien una arquitectura implica estudiarla y entenderla, y entenderla para mí va más allá de lo estrictamente geométrico-espacial. Me encanta que el arquitecto me cuente su obra, el proceso, conocer a los usuarios, observar cómo se relacionan con el espacio y entre ellos… en definitiva, sentir todo lo que allí sucede. Y estoy convencida de que todo esto acaba transpirándose en las imágenes. Decía el director de cine Néstor Almendros que para iluminar bien un rostro necesitaba amarlo, a lo que añadiría que para amar algo es necesario entenderlo. Esto convertiría a la fotografía de arquitectura en un pequeño-gran acto de amor”.

La narrativa visual es análoga a la escrita, a la musical, o cualquier otra. Por ejemplo, cuando uno escribe un texto, éste es finito, discrimina y destila la información que en él hay, elige los silencios, puntos y seguido o punto y aparte. Además de usar un determinado estilo, guarda una coherencia en lo que cuenta y el cómo, etc. Con la fotografía sucede igual, corta el espacio y el tiempo, elije qué muestra y qué no, y el cómo. Todas esas decisiones son las que construyen el relato fotográfico. Y por supuesto, un buen relato necesita su tiempo.”

“Hay que dejar claro que siempre está presente, hasta en la fotografía más neutra y objetiva hay intención, y por tanto, mirada. De otro lado, veo fundamental la mirada ajena sobre la obra del otro; como en el arte, creo que es lo que hace que tenga sentido.”

Como dice Milena, “la ‘realidad’ de una arquitectura se articula a través de sus fotografías…”, y ésta está íntimamente vinculada con su narrador visual, marcado por las emociones del lugar.

“Sólo recuerdo la emoción de las cosas,

y se me olvida todo lo demás;

muchas son las lagunas de mi memoria”

(Machado)

 

Texto: Ana Asensio /  Imágenes de la Casa Tino, del estudio EMAC. Fotografías de Milena Villalba/ Escrito originalmente para Fundación Arquia / Fecha de primera publicación: 13 de junio de 2018 / Accede a la publicación original aquí

 

Ana Asensio Rodríguez

Ana Asensio (Almería,1986). Arquitecta formada entre Granada, Venecia, Londres, Santiago de Chile y Madrid. Especializada en memoria y arquitectura popular (Beca Iniciación a la Investigación, UGR, 2015), y Habitabilidad Básica para Asentamientos Humanos Precarios (Postgrado UPM, 2017), desarrolla su actividad a través de la investigación, el documentalismo, la acción cultural y la práctica arquitectónica, especialmente centrada en los cruces de caminos entre el conocimiento popular, la cultura contemporánea, los derechos humanos y el hábitat rural. Su trayectoria profesional está íntimamente ligada a los contextos africano y latinoamericano.