Antes todo esto era Campo
¡Hombre Campo! Tenía yo ganas de hablar contigo, ven aquí. Mira que llevo tiempo pensando sobre el asunto, pero nunca he encontrado la oportunidad, así que aprovecho para preguntártelo con honestidad: ¿Qué te ha pasado?, ¡tú antes molabas! últimamente andas de capa caída, ya no eres el mismo de antes. ¡Campo, el dignificador del brutalismo español! Que ha sucedido con ese tipo ¿eh? el señor al que llevo años admirando se está convirtiendo delante de mis narices en un creador de figurillas, que no se da cuenta de que se queda atrás porque en vez de ir mirando al frente, va mirándose el ombligo.
Ay, Campo… ¿Sabes por qué he usado la expresión «molabas»? porque en la fascinante vulgaridad de esa palabra subyace una cotidianeidad hogareña, una cotidianeidad que se puede ver en tus obras primerizas, por aquello del pasado imperfecto. No lo confundas con ingenuidad, no tienen nada que ver, me refiero a esa palmada en el hombro que acerca posturas y permite que se escape la tensión entre dos personas. Molar era lo que hacían tus primeras obras Campo, se puede ver en aquel edificio que hiciste para la universidad de Almería, blanco como a ti te gusta, pero empapado de una sencillez y sensibilidad constructiva con la tradición local que desafió al high tech con una de esas palmadas de las que te hablo. O aquellas magníficas escuelas de ladrillo y pavés, que se ajustaban a unos presupuestos y condiciones terroríficas y que manejaste con una capacidad resolutiva gimnástica, puntuando al máximo en idea, en ejecución y en economía. Medalla de oro.
Precisamente Campo, me estoy acordando de aquellas clases de Proyectos I en la escuela, el primer sitio donde oí hablar de ti. Eran unas clases donde el profesor nos daba monografías de tres horas de una obra de arquitectura, excesivamente densas para un chaval de primero. El caso es que cuando las clases monográficas eran sobre una obra tuya, eran más breves, cosa que se agradecía, pero porque no se requería más tiempo para explicar, ni nosotros requeríamos más para comprender. Los estudiantes en nuestra tierna ignorancia comprendíamos que aquello era bello, comprendíamos que la casa Gaspar era capaz de romper con nuestras ideas sobre la vivienda, pero no como una apisonadora, sino como una pluma, que con las proporciones de un haiku deshacía nuestras mentes y las recomponía en una estructura de blanco-árbol-agua, que a decir verdad, en nuestra torpeza a la hora de proyectar se manifestaba con una cubitis blanca, que hemos tardado en curar y reinterpretar.
Ya nunca plantas árboles Campo, ¿te has dado cuenta? Buscando la belleza has obviado lo fascinante de plantar un árbol, le has dado la espalda al verde sobre el que habías jurado bandera, traicionando por la belleza del blanco y no te has dado cuenta que el blanco es la mezcla aditiva de todos los colores. ¿En qué momento la arquitectura se comió a Campo? El arquitecto creyó tener la clave y cayó en el lado oscuro, olvidando al habitante, a la naturaleza, a la ciudad, al profesional, al artesano y a la experiencia, centrado únicamente en esa amante caprichosa que más regalos te hace cuando menos la buscas. Donde tú hablas de San Agustín y Shakespeare en tus discursos, yo veo al Narciso de Caravaggio donde la oscuridad que lo rodea y la quietud del agua que refleja es clave en la belleza, como los silencios en la música. Pero de eso Narciso no se da cuenta, igual que tú. La incansable búsqueda de la belleza solo lleva a morir de cólera en la playa del Lido mientras la ves alejarse sin reparar ni un segundo en ti. Te ha podido la imagen amigo, el acabado, la fachada.
¿Tanto te molesta el entorno? ¿Tanto te preocupa la apariencia? ¿Es que no te acuerdas, Campo, de esos juegos de efectos ópticos de los ochenta? El truco consistía en no enfocar la imagen para que ella, de esa marabunta de líneas, te regalara una lectura secundaria que iba a tu cerebro. ¡No necesitabas buscar la belleza de la imagen! Ella estaba tímidamente agazapada entre los garabatos, y solo cuando querías verla nítidamente ¡ZAS! desaparecía.
Tu última obra no es bella, Campo, perdona mi dureza, pero es así. Nos la has vendido a la defensiva, desde detrás de la obra de tus gorilas éticos, desde la posición de un tipo de profesional que jamás seremos, esgrimiendo argumentos de autoridad que por desconocimiento su obra no podemos rebatir. Y pese al discurso italianizado, construyes un simple cubo invadiendo una playa magnífica. Pero eh, la naturaleza es una mujer de armas tomar, una «mamma» con lo suyo, tú llenas su playa de travertino y ella te llena esos magníficos agujeros de la cubierta de arena; porque es Tarifa y en Tarifa hace viento y contra eso no hay belleza que valga. Campo, cuando el arquitecto olvida de que es un profesional y no un artista, le pasan estas cosas.
Sabes de lo que te estoy hablando ¿no? La dualidad entre el arquitecto y el «artistecto», la dualidad que existe entre el «cubo» y el «paredón», dos proyectos tuyos, vecinos entre ellos en la vega de Granada, ¡más claro, agua!. Uno es magnífico y el otro es terrorífico, aún estando ambos prácticamente en desuso por las idas y las vueltas de los bancos. ¿No te he contado? hace unos días tuve la oportunidad de visitarlos. Primero estuve en el cubo Campo, que es hormigón a espuertas, pero tan delicado, que llena de celos al mármol Sierra Elvira. Hiciste una magnifica caja y la llenaste con un tesoro de aire, ese mismo aire al que se refería Fisac adaptando a Lao Tsé, que no es cualquier aire, es El Aire. Las paredes de alabastro no solo son bellas por su materialidad, Campo, y tu eso lo sabías, así que las montaste de una forma absolutamente eficaz, poniéndole la guinda a esa caja fuerte de hormigón, que rodeaste de naranjos.
Pero estamos hablando de un proyecto del año 1992, aunque se inaugurara en 2001, y fue en 2009 cuando se inauguró la tumba, por continuar con las metáforas, que al caso es socarronamente descriptiva. Nos vendiste que era complementario al cubo, pero ni mucho menos, adaptaste la función a la forma y la forma a tu capricho, y tu capricho fue tal, que quisiste colocarte a la altura de la Alhambra, ¡del palacio de Carlos V nada menos!. Caíste como Ícaro en mitad de la vega, para acabar haciendo un patio que es una caricatura grotesca del palacio renacentista. Qué barbaridad Campo, un patio que quema las retinas, al contrario que la piedra pudinga de Carlos V que justo en su vulgaridad «hormigonesca» y sus tonos marrones encuentra el equilibrio perfecto con la Alhambra y con la luz a la que tanto admiras. No contento con haberte quemado las alas decidiste volver a intentarlo parodiando a Lubetkin, pero sin la gracia de éste, proyectando una rampa peligrosa, incómoda y a día de hoy con un curioso proceso de oxidación que pone el broche al que es sin duda el peor patio de Granada. Y toda esta tumba la remataste con una lápida, sin epitafio ni proyecciones como se suponía que iba a tener porque no pensaste en la circunvalación, que está a escasos 100m. Mal no, fatal.
¿Te das cuenta? La divergencia es inquietante Campo, la divergencia entre las nuevas generaciones de arquitectos y los profesionales consolidados que poco a poco se degradan, cada vez más alejados unos de otros, menos familiares, casi dos profesiones diferentes de una misma carrera. Cada vez surgen más arquitectos currantes y menos eruditos. Incluso tu divergencia es inquietante, tú que llegaste a tener el punto intermedio, el del profesional. No lo sé Campo, tal vez es la nostalgia de aquella profesionalidad perdida la causa de todo este soliloquio, que oído no es más que otro intento en vano de un usuario más por hacerse escuchar, por reclamar la sencillez, la poética de la maquina que sencillamente anda y su consiguiente belleza por el hecho de andar. Ella está ahí, no pierdas el tiempo en buscarla. La encontrarás si con un poco de honestidad, consigues limpiar esa pátina de erudición autoimpuesta como un burdo justificante artístico. Con ello mejoraremos todos y la belleza te hará un pequeño presente: El que la próxima vez que alguien pase por el una de tus antiguas obras no se vea obligado a decir: Antes todo esto era Campo.
Texto: Manu Barba / Ilustraciones: Manu Barba/ Escrito originalmente para AAAA Magazine / Fecha 16 mar 2015