Ciudad de círculos y líneas / Londres
La ciudad habla, y nos regala un telón de fondo en cada fachada. El espacio se pliega, se ensancha y gira, ahí afuera. La vida que se desarrolla extramuros de las edificaciones, esconde tras los ladrillos y enredaderas su mitad oculta.
Todas las ciudades albergan mundos diferentes, mallas superpuestas que producen una escenografía múltiple, que no siempre veremos. La ciudad de los gatos, arriba, en los tejados; la rápida calzada de los coches; los sótanos clandestinos. Nuestra estructura mental de la ciudad, de cómo dialogamos con ella, viene generada por los recorridos que en ella podemos permitirnos, y por la escena que en ellos nos envuelve.
Épocas pretéritas; Londres, la ciudad humeante de incendios e industrias. Londres crece, y engulle en su expansión las poblaciones antes allende. La complejidad de su naturaleza no será ya urbana, sino metropolitana. Una gota de acuarela extendiéndose en una servilleta de papel, que no modifica las estructuras que cubre, que sólo las colorea. Esa es la imagen de Londres, la de una vasta suma de poblaciones, la de la yuxtaposición que no gesta una clara morfología urbana. Esos son sus caminos: pequeños espacios cuidados, rincones secretos, jardines escondidos, casitas… todos atrapados por las faldas de la gran madre ciudad.
La miscelánea era su escenografía, pero la escena es sólo una fina pared, y una potencia necesita recios muros, la fachada de una arquitectura homogénea. La miscelánea será su personalidad, aunque se vista con la cara piel victoriana, o los brillantes ropajes de vidrio de la arquitectura contemporánea, en un intento de equilibrar fuerzas.
Miscelánea… los contrastes de los que hablan hoy los visitantes de Londres, con la mirada poco habituada a ese palimpsesto, vienen alimentados por la inserción de la arquitectura moderna en la vieja, y a su vez, de la vieja en la antigua y romántica. Les anima su carácter cosmopolita, adornado con cientos de nacionalidades distintas conviviendo a la vez. Pero esa heterogeneidad no es sólo arquitectónica, artística, cultural; lo es también social.
Hace ahora 170 años, el Times publicaba. “Dentro de los más distinguidos barrios de la ciudad más rica de este mundo de Dios, se pueden encontrar, noche tras noche, invierno tras invierno, hambruna, mugre y enfermedades”. El contraste necesita la heterogeneidad, y ésta, la diferenciación. La fragmentación social se traduce en el territorio en límites, que acotan una organización interna compacta.
Los recorridos en el Londres de hoy ya no son sólo líneas; son circunferencias dibujadas rodeando nodos de comunicación: Islas alrededor de estaciones de metro, remansos alrededor de paradas de autobús. Recorremos como espirales inconexas a pie los barrios de la gran urbe insular. La escenografía cambiará, la miscelánea se verá fracturada. Así, la estructura mental de la ciudad, los recorridos que en ella podemos permitirnos, quedan condicionados por los límites que establecen barreras invisibles, como la proximidad, el capital, la lengua, los imaginarios colectivos, las actividades humanas.
Mientras Canary Wharf crece como nuevo barrio financiero entre rascacielos que ocupan los antiguos muelles de Dockland; mientras La City se llena de ríos negros de trajes y maletines a las 5 pm; y Green Park abraza al clasicismo de la ciudad, muchos barrios como Tottenham o Enfield van mutando a suburbios.
Cada escena pasará a ser lugar, y no un barrio al noreste de Londres tomando la M11. Un lugar con una cara, una personalidad, un pasado heredado y legible, un yo y mis circunstancias. Cada lugar será un pequeño ser, que vive entre sus paredes invisibles, definiendo su espacio vital y hasta dónde puede llegar alargando la mano.
Londres tiene la cualidad de hacer de todo un rasgo identitario: de la decadencia, de lo conservador, de lo futurístico, generando constantemente un escaparate de eclecticismo aceptado. La manera en la que encajan las diferentes fases históricas (casi estilísticas) de la arquitectura londinense, o su aleación cultural, parece ser una declaración de intenciones para suplir la falta de unión real entre los habitantes. En ese concepto de lugar habrá siempre una separación tangible e intangible, un juntos pero no revueltos.
Este esquema se repite en todas las escalas. El espacio acotado como lugar de actividad, y una personalidad en parte real, en parte máscara, no sólo es una cualidad de la ciudad. Lo es de todas aquellas estructuras que han sido diseñadas, y que cobran sentido por la acción humana, por la interacción humana.
En Londres, podemos dar ese salto de metrópoli a ciudad, de ciudad a barrio, de barrio a entorno (calle, plaza, pub), y de ahí, a la tipología que mantiene latiendo el corazón de Londres: la casa. La casa como proceso industrial, como producto resultado de una cadena de montaje, de una seriación. Un producto para la masa, una masa que es una población obrera, o exclusiva, o con billete de ida y vuelta en la ciudad. Una ideología, llevada mediante el diseño a los trazos de la ciudad y de la vivienda.
En la pretendida homogeneidad de su arquitectura doméstica, la vivienda actúa también como isla, con un sutil velo, límite con el exterior. Sus fachadas, iguales; la interacción, acotada: No se palpan unas viviendas a otras más allá de lo que el brazo puede alcanzar. No se adornan las fachadas (en ocasiones, ni se mantienen). En el interior de las viviendas, un mundo diferente, desconocido.
Un mundo oculto que no se regala, que no pretende. Una vida intramuros que no es hablada, sino que esconde tras los ladrillos y enredaderas, qué piensa realmente la ciudad.
Texto: Ana Asensio Rodríguez / Fotografía: Ana Asensio Rodríguez / Escrito originalmente para Arquine edición impresa Primavera 2014 #67 ISSN:1405-6151 / Cita: Asensio, Ana. “Ciudad de Círculos y líneas [Londres]” / Fecha marzo 2014