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Del proceso personal al movimiento social

[vc_row unlock_row_content="yes" row_height_percent="0" override_padding="yes" h_padding="2" top_padding="2" bottom_padding="2" overlay_alpha="50" gutter_size="0" column_width_percent="100" shift_y="0" z_index="0" el_class="post-center" css=".vc_custom_1537112320808{padding-right: -36px !important;}"][vc_column column_width_percent="100" override_padding="yes" column_padding="0" overlay_alpha="50" gutter_size="3" medium_width="0" mobile_width="0" shift_x="0" shift_y="0" shift_y_down="0" z_index="0" width="1/1"][vc_column_text el_class="ocultar"] Habría sido difícil encontrar en Londres un rincón más bonito que aquel en que vivía el doctor. No lo atravesaba calle alguna y desde las ventanas de la parte delantera de la vivienda se gozaba de la hermosa vista de la calle, que tenía aspecto tranquilo y reposado. Entonces había pocos edificios al norte del camino de Oxford y por allí cerca había bosquecillos y flores silvestres. A consecuencia de eso, el aire era puro en los alrededores de Soho y cerca de allí había una pared muy abrigada y soleada, junto a la cual maduraban los melocotones en su tiempo. En la primera parte del día aquel rincón estaba alumbrado por la luz del sol, pero cuando se caldeaban las calles, el...

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