OMEGA (O como reivindicar la tradición marginal para transformarla en innovación)
El arte es una sala enorme donde a diario tiene lugar una gigantesca orgía. Si abres la puerta, todo es una masa de carne y miembros sudorosos, al más puro estilo Eyes Wide Shut, cuya meta es tocar todo de todos, y entre pierna allí, miembro acá se producen interferencias, la arquitectura con la pintura, la música con el teatro…todos quieren «pillar cacho». Pero es al acabar esa maravillosa orgía y la vuelta a la rutina diaria es inminente, cuando unos descubren que tienen un poco de los otros, en la pintura puedes leer los placenteros arañazos de la arquitectura, y en la literatura los del cine, y en el cine los del teatro con la fotografía. En esos microscópicos puntos de contacto se pueden leer las nuevas ideas realmente «puras» (como decía Pau Donés, «en la mezcla de lo puro, que antes que puro fue mezcla«).
Esta erógena introducción, viene a cuento de una interferencia de la que disfruto siempre que puedo, y que se produjo en 1996, cuando un señor del Albaicín, que se había consolidado hacía tiempo como uno de los mejores cantaores de flamenco del país, decidió juntarse con unos rockeros con nombre de reptil, para construir unos cimientos. Unos cimientos de por sí solos, pues son poca cosa, no se entienden, son unos pies sin cuerpo, rodeada de vallas de alambre gris y arpillera plástica, entretenimiento para gente de la tercera edad, al igual que lo fue este disco. Pero son esos cimientos de música, que se posan sobre una base literaria que fundó un chaval de Fuentevaqueros, los que pese a su extraño aspecto, producen una revisión insospechadamente profunda de la tradición marginal para hacerla contemporánea. La transformación de Lorca a través de palos denostados como la «granaína» o la «media granaína» y la voz rajada de Morente, sumado al uso de unas guitarras eléctricas pasadas de rosca y baterías sin tapujos producen Omega.
Omega es el fin, el fin donde confluyen muchas cosas muy dispares para formar una nueva corriente de pensamiento, para comenzar con un punto y aparte y una mayúscula superlativa. En el momento que Omega se transmite viralmente en la siguiente orgía de disciplinas, surge por ejemplo, Almodóvar, que tira de lo auténticamente cateto para revestir unos personajes de una complejidad pasmosa (como se reviste el mercado de Daimiel). Esa interferencia se lee sobre una base que al igual que hizo Lorca también sacó Barragán a relucir, o el propio Le Corbusier tras un análisis minucioso de los conventos cistercienses, entre otros. Pero incluso esto no es todavía Omega.
Omega se puede entrever, por ejemplo, en el museo Romano de Mérida, en su construcción y en la violencia sensual de ese ladrillo visto, que no es visto porque si, sino por ser encofrado. El típico sermón en latín que entre líneas produce un edificio escandalosamente moderno.
Este disco también está en los lugares donde el material que hay, es el que ves, la tierra que se pisa, los árboles, los rastrojos, las piedras, los escombros, a los que de una caricia se les quita el polvo, descubriendo otra pátina. Omega se empieza a leer a lo grande en mucha gente como Solano o Anna. Y sin necesidad de ir a lugares tremendamente remotos, que poco o nada tienen que ver con nuestra realidad, se puede descubrir a gente de aquí mismo haciendo esta arquitectura, como sucede con la casa en Paderne de Quintans, obra puramente folk, de la que se podría saltar fácilmente de nuevo a la música, de la mano de Lorena Álvarez y sus indie-jotas. Casualmente esta artista declara que su «música surge de su incapacidad de tocar mejor» ¿No es esto trabajar con los materiales que tienes, conoces, o dominas?
Y es que Omega no es más que la respuesta lógica a la opulencia de los «starchitects« y su lujurioso postureo faraónico. ¿Y si esta grabación no es más que parte de una de las idas y las vueltas constantes de las disciplinas, de lo tradicional a lo radical, de lo radical a lo tradicional?
De ser así, sencillamente sería un CD que enseña más arquitectura que muchas monografías editadas en masa y vendidas como churros, que no es poco. La pasmosa sencillez con la que este señor del Albaicín combina su voz con unas guitarras eléctricas y unos sintetizadores es un ejemplo de labor de director de obra, de idea llevada a un fin y de colaboración multidisciplinar. Y es que en 67 minutos y 1’2 mm de espesor se pueden leer todos los pequeños proyectos de todos los constructores locales que en un momento dado tiran de una chispa de astucia, de lógica constructiva y como no, de economía pura y dura, para hacer de la tradición, innovación.