El Experimento de la Colectividad
«Los tres suben al ‘bloque de Saddam’, como le dicen al edificio en el argot popular. A algún Gropius barato y visionario, un urbanista de medio pelo, le pareció que los bloques de viviendas de la periferia estaban estructurados de una manera tan genial que, más tarde o más temprano, las clases altas se volverían locas por vivir en algo así, y, como consecuencia de esa idea revolucionaria, el bloque en el que Simpel vive con su familia está en un barrio mejor; es un bloque de viviendas de la peor especie, y el urbanista mencionado, en su fe ciega, tuvo que luchar por su visión-de-un-bloque-de-viviendas-unifamiliares-para-la-clase-alta como si luchara por su propia vida, a fin de lograr que el edificio se construyera en este barrio. (…)
A nadie le gusta el bloque; y a la gente que vive en este barrio no le gusta la gente que vive en el bloque; a su vez, a la gente del bloque no le gusta la gente del barrio; y a la gente del barrio, por su parte, no le gusta el bloque en sí, y a la gente del bloque tampoco le gusta el bloque en sí, y ni siquiera se gusta precisamente a sí misma.» [Cocka-Hola Company,Matias Faldbakken]
He tenido la suerte de poder conocer varios ejemplos de bloques de vivienda diseñados por algunos de los más importantes arquitectos. Los he visitado, rodeado, fotografiado, observado, recorrido, algunos los he conocido por fuera y otros también por dentro. Recuerdo con especial interés y admiración el Ruedo de Oíza junto a la M-30 en Madrid, Las Unités d’Habitation de Le Corbusier para Marsella y Berlín, el Spangen State de Oud en Rotterdam o las viviendas sociales de Siza para Bouça en Oporto.
Pero, ¿funcionan estos bloques de vivienda?
No sería justo afirmar nada sin habitarlos, sin vivirlos. En los libros y la red son alabados como obras maestras, llenos de premios e ideas renovadoras, ¿pero es esto suficiente? Porque aquí la teoría es una cosa y la práctica otra, en ocasiones muy distinta. Es entendible que se quiera innovar, proponer nuevas soluciones a un problema que parece que ya no tiene – o no necesita – nuevas salidas.
Pero este punto de partida muchas veces acaba derivando hacia edificios que pretenden establecer el dogma de la vivienda y olvidan precisamente eso: que son para vivirlos. Si la vivienda ya está suficientemente estudiada y analizada, ¿no sería mejor proponer mejoras puntuales y aportar nuestro granito de arena, que intentar crear desde cero algo completamente nuevo y revolucionario?
Como impresiones que guardo en mi memoria…
Visité el Ruedo antes siquiera de interesarme por la arquitectura. Más tarde descubrí la mano de Oíza y las ideas de Le Corbusier. Recuerdo formas, colores, espacios nuevos para mí y mi corta experiencia. Y siempre gente por sus calles.
La Unité de Marsella apasiona, sorprende, te hace pensar ante qué te estás enfrentando:¿una máquina, un barco, una ciudad…?Es mucho más que un edificio, es una entidad de otra magnitud, es algo nuevo y distinto, y eso se percibe en la primera impresión. Pero por desgracia los vecinos no acaban de aprovechar todas sus virtudes y espacios, todo su potencial. A su lado, eso sí, la Unité de Berlín se conforma con ser una hermana pequeña, que intenta salir del paso con menos pericia y recursos.
El Spangen State era un lugar mágico, lleno de luz, único; aunque quizá ayudara a crear esta atmósfera que cuando lo visité aguantaba en pie prácticamente vacío y deshabitado.
Las viviendas de Bouça las conocí primero desde los vagones del metro de Oporto, al que se cierran de espaldas con un duro muro de hormigón, casi ciego y lleno de pintadas. No invitaba a entrar, hasta que meses después descubrí que ésa era la obra de Siza que ya conocía.Y vi la otra cara, más amable, más viva. Las viviendas parecen diminutas, pero a cualquier hora del día encuentras gente, ruido, vida… quizá también favorecido por ser el nexo que une la estación del metro y el barrio.
Otro proyecto paradigmático son los Robin Hood Garden de los Smithson, en Londres; o la UVA de Hortaleza, obra de un equipo del que formaba parte, entre otros, Fernando Higueras. Sobre ambos planea desde hace tiempo el fantasma de la demolición.
Se pueden oír maravillas de ellos (se dice que Le Corbusier y Kahn alabaron el proyecto de Madrid) así como encontrar duras críticas: el 75% de los habitantes del bloque de los Smithson están a favor de su demolición, pero también el 80% están a favor de la restauración. Uno de los propios autores reconoce que el edificio ha fracasado y las ideas que intentaron reflejar en él – como convertirlo en una calle elevada – no han tenido el efecto deseado. Quizá algo demasiado innovador y arriesgado, o incluso innecesario.
¿La opinión general?
Que convertir la vivienda social en un manifiesto es algo arriesgado, incluso egoísta. Que son proyectos y ejemplos que hay que estudiar, analizar, conocer y comprender para aprender y descubrir las ideas y contextos que los originaron. Que el bloque de viviendas, uno de los hijos más recientes de la larga historia de la Arquitectura requiere de ideas y de evolución, pero nunca, nunca, debe olvidarse su propósito y fin: las personas.
Y que quizá no en otros, pero en este caso, lo único seguro es que hay que vivirlo para contarlo.
Texto: Pablo Abad Fernández / Fotografía: Pablo Abad Fernández & Enrica Spanu / Escrito originalmente para the AAAA magazine / Cita: Pablo Abad Fernández, “El Experimento de la Colectividad” / Fecha 21 feb 2014