Carta de una arquitecta española en Haiti
Me gustaría pedirte que, por un momento, hicieras un ejercicio de empatía y de sinceridad, ¿te imaginas que, de un día a otro, y en cuestión de segundos, lo perdieras todo? Y cuando digo «todo», digo «todo menos la vida»: tu casa, tus pocas pertenencias y hasta, incluso, algún familiar y tu modesta fuente de ingresos.
¿Te imaginas que, además, vivieras en un país que no contara con los medios, ni humanos ni materiales, para poder asistirte en esa situación de emergencia?
Pues justo esta es la realidad de decenas de miles de personas en el sur del tristemente llamado “país más pobre de todo el continente americano”, mi amado Haití. Sí, ya sé que pensarás que quizás Haití tiene gran parte de la responsabilidad de su situación, y no seré yo quien exima a sus dirigentes de buena parte de lo que pasa hoy en día. Pero afirmar esto y no ver más allá, no indagar en las causas históricas que han llevado a este país al más desolador precipicio, es realmente un ejercicio ignorante y peligroso.
El comienzo de esta deriva histórica comienza a finales del S.XV, con la llegada de colonos europeos y la total devastación de los antiguos pobladores de la isla Kiskeya (renombrada como “La española”). Sus antiguos pobladores, los taínos, se vieron abocados a su casi total extinción en dicha isla, debido en buena parte a las enfermedades importadas desde Europa, como la viruela. Al no contar con una gran inmunidad contra este tipo de enfermedades alóctonas, y unido a la falta de higiene y de médicos, se convertían en enfermedades de alta letalidad para el pueblo indígena de los taínos. Por supuesto, también fue determinante para su total desaparición, el maltrato y la explotación a la que se vieron sumidos por parte de los colonos europeos, que trataban por todos los medios de maximizar sus ganancias en las minas de oro y en los campos de caña de azúcar. En 1565, se declaró como oficialmente extinto al pueblo taíno, cuando un censo arrojó que solamente quedaban alrededor de unos dos cientos en la totalidad de la isla, República Dominicana y Haití.
Con la gran merma de esclavos tainos, no era posible para los europeos que la máquina de la explotación de recursos tan preciados como la caña de azúcar, el oro, el café o el cacao, se detuviera. Es aquí cuando deciden “repoblar” su territorio de explotación y dolor con la importación de trabajadores esclavos traídos de diferentes puntos del continente africano. Tras siglos y siglos de maltrato y explotación, y pese a haberse declarado como la primera colonia negra libre del mundo en 1804, puedo decirte con el corazón en la mano que Haití no ha sido libre nunca. No lo han permitido, y parece que no lo harán, lamentablemente. Después de hacer frente a una deuda inacabable con Francia tras su huida forzada del país, Haití no ha salido del yugo de quienes realmente lo manejan desde el exterior, y así sigue hasta hoy.
Estos dos últimos años han sido muy difíciles a nivel mundial, pero parece que Haití compitiera siempre para liderar ese ranking del dolor y la desgracia. En julio de 2021, se produjo el magnicidio del presidente Jovenel, que nos sorprendió de madrugada y temblando, por el miedo a una posible guerra civil inminente. Para más escarnio, ese mismo mes de agosto, un terremoto de grado 7,2 desoló el sur del país, un país que sigue a día de hoy descabezado políticamente, y con un rumbo realmente incierto. Asimismo, y como ya estamos habituados acá en Haití, la cobertura de los medios de comunicación ha sido tan testimonial, que la ayuda internacional que ha llegado es tan mínima como descorazonadora. Cuánta impotencia siento desde que llegué a esta isla hace más de cinco años. Cómo es posible que las vidas de estas personas importen menos, y tengan menos visibilidad, que los viajes al espacio de Bezos, o de la última pareja del famoso o la famosa de turno.
¿En qué momento nos hemos convertido en seres sin entrañas?
He de confesar que siempre he sido una persona positiva. De las peores situaciones he llegado a sacar aprendizajes brutales de vida, y he acabado con la mayor de las sonrisas. Si no fuera así, creo que habría sido realmente difícil poder vencer tanta frustración y tristeza, mientras trabajo codo con codo con el pueblo haitiano para tratar de mejorar sus infraestructuras, hospitales y escuelas. Sigo creyendo firmemente que cada persona tiene el poder de cambiar el pedacito de la Tierra que tiene alrededor, quizás no mucho más, pero es que eso es ya es algo inmenso. Y creo que, si me estás leyendo, seguramente tú también trabajas por hacer de tu rincón, un lugar mejor dentro de este planeta.
Te propongo acercarte la posibilidad de agrandar ese rinconcito tuyo, que tanto te afanas en poner bonito para ti y los demás. ¿Te gustaría echar una mano a las familias más vulnerables del sur de Haití?, esas a las que no va a llegarle nada de ayuda internacional, ni soporte institucional, esas grandes olvidadas crisis tras crisis. Nosotros estamos acá en terreno, listos para actuar, ¿nos ayudas a ayudarles?
Hemos creado una campaña de crowdfunding para la reconstrucción de las viviendas y la economía familiar de las víctimas del terremoto en Haití, que viven en zonas rurales donde la ayuda internacional no llega.
¡Reconstruyamos las vidas de las víctimas en Haití! Te presento nuestra iniciativa aquí: la cultura solidaria.